viernes, abril 26, 2024
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Reivindicación de Colón y su proyecto de dar la vuelta al mundo 

Hace poco en Barcelona pudimos contemplar, y admirar nuevamente, el magnífico monumento dedicado a Colón que, al final de la Rambla, figura allí como antesala al puerto de la ciudad. Ahora que en muchas ciudades americanas se están derribando estatuas del almirante quizás convenga hacer un pequeño balance de sus logros, a modo de reivindicación, y que tienen que ver con ese perfil, con la mano alzada señalando, que la estatutaria destaca como lugar común asociado al Almirante.

Con su muerte en prisión en Valladolid, la acción náutica y política de Colón, del malogrado Cristóbal Colón, requería de una explicación bibliográfica que justificase su importante papel en la historia de los descubrimientos. Así, tras resolverse los llamados pleitos columbinos, con la Sentencia de Dueñas, el 27 de agosto de 1534, casi treinta años después de la muerte del Almirante (ocurrida en 1506), se intentará restaurar el maltrecho prestigio de su figura, empañado, sobre todo, por su discutida acción de gobierno. La historia del Almirante, que su hijo Fernando Colón elaborará entre 1536 y 1539, es, en buena medida, un documento apologético, con mucho de hagiográfico, en defensa de la labor de su padre, que salía al paso, digamos libresco, para justificar dicha labor si no como gobernador, más difícil, sí por lo menos como descubridor. La obra de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien fuera compañero de Fernando Colón en la corte del infante Juan (único hijo varón heredero de los Reyes Católicos), la monumental Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano, cuya primera parte fue impresa en 1535, restaba méritos a Colón al hablar de las noticias previas, ya desde la Antigüedad, que los españoles tenían de las Indias occidentales (y que Oviedo asimila a las míticas Hespérides). Si el Almirante había llegado alto era por ser el protagonista descubridor del nuevo Mundo, y su hijo, heredero de los privilegios de aquí derivados, no estaba dispuesto a que ahora, a treinta años de su fallecimiento, se le quitase a su padre ese mérito y se le bajase del pedestal al que se había elevado, tanto él como sus descendientes.  

En este sentido el acopio de libros y la posterior formación de la Biblioteca Colombina, iniciada por Fernando Colón (y convertida en la biblioteca privada más vasta de la época), está en continuidad, o tiene mucha relación, con el trabajo náutico de su padre, y es que es en los libros, en los mapas, en los tratados de cosmografía en donde se produce realmente el “descubrimiento”. 

Porque, en efecto, el hallazgo de un Nuevo Mundo está más en los libros de la geometría terrestre, en los que se pueden contemplar y situar los mares, continentes y océanos (con su distribución y relación geográfica), que no en el avistamiento, sin más, de los acantilados o playas al grito de ¡tierra! que se produce desde las embarcaciones. Es en la cosmografía y en la cartografía, en la concepción total del orbe, y su haz de vínculos geométricos entre sus distintas partes, por obra del cálculo matemático, en dónde se puede situar y “ver” América (en este sentido más cerca de ser “inventada”, por decirlo con Pérez de Oliva, que de ser “descubierta”). 

Ahora bien, es sabido que la posteridad no ha reconocido en Colón el mérito del descubrimiento, si con el nombre va el objeto, sino en Américo Vespucio, siendo en la carta universal de 1507, de Martin Waldseemüller (publicada un año después de la muerte del Almirante), en donde, por primera vez, aparece innominada como América la masa continental interpuesta entre Asia y Europa. Waldseemüller es autor también de un globo terráqueo, ambos elaborados en la escuela cosmográfica y cartográfica de Saint Dié (Gimnasium Vosagense), en la Lorena francesa, y que, si bien incorporan las noticias trasatlánticas de los descubrimientos españoles, a través de las cartas de Américo Vespucio, siguen teniendo a la Cosmografía de Ptolomeo como fuente de inspiración principal. Serán, así pues, los retratos de Ptolomeo y de Vespucio, antiguo y nuevo mundo (parece querer significar), los que presidan el mapamundi de Waldseemüller, no figurando en ningún lugar el retrato de Colón.  

¿En qué consistió pues la labor colombina y en dónde está su mérito si, realmente, no “descubrió” América, ya que no alcanzó, es cierto, a fijarla y reconocerla en el mapa, creyéndola prolongación del continente asiático?  

Pues bien, creemos que la relevancia de la acción náutica de Colón está en la apertura, por primera vez, de una ruta occidental hacia Asia (“navegar hacia el Poniente para llegar al Levante”), a partir de la concepción esférica del orbe, contemplando Colón, incluso, el proyecto de realizar una primera circunnavegación antes de que esta se llegase a cumplir con Elcano (“primus circundediste me”). 

En el libro monográfico que Luis Arranz dedica a Diego Colón, hermano de Fernando, y Almirante sucesor, tras Ovando, de su padre, aparece un documento excepcional, en el que se diseña un proyecto para dar la vuelta al mundo propuesto a la corona por Fernando Colón en nombre de su hermano Diego. Allí Fernando afirma que Cristóbal Colón, padre de ambos, puso especial empeño “a que se diese fin en el viaje de rrodear el mundo que el almirante mi padre muchas veces platico de poner a efecto” (Luis Arranz, Don Diego Colón, Documento LVII, ed. CSIC, 1982, p. 340). 

Desconozco si Elcano pudo haber tenido en mente este proyecto, al decidir tomar la ruta portuguesa para volver desde Timor y consumar así la primera vuelta al mundo, pero, sin duda, lejos de ser una “casualidad”, la consistencia de la teoría esférica del orbe respaldaba esa decisión de Elcano, ya proyectada por Cristóbal Colón. La idea estaba en el aire, en el Zeitgeist, y estaba porque la geometría terrestre lo permitía (ver mi libro El orbe a sus pies, Ariel, 2019). De hecho, Fernando compartiría estos puntos de vista con Elcano, tras la vuelta de este en 1522, en la Junta de Elvas-Badajoz, al ser ambos convocados por el rey, junto a otros pilotos y cartógrafos, para tomar decisiones geoestratégicas al respecto (entre otras, fijar el Antimeridiano, esto es, el meridiano asiático en continuidad con el meridiano atlántico, fijado en Tordesillas). Pilotos y cartógrafos formados y reunidos en esa especie de centro espacial de Houston del siglo XVI que era la Casa de Contratación de Sevilla (y de la que fueron miembros tanto Fernando Colón como Juan Sebastián Elcano).

América, en este sentido, va a ser más bien un obstáculo inesperado, nunca un fin, para el plan colombino de llegar a Asia por la ruta del poniente (en concreto a las ciudades chinas de Zaitún y Quinsay, que Colón las creía cercanas). Un plan, en cualquier caso, que no se llegará a consumar, realmente, hasta que Magallanes no localice el estrecho que lleva hoy su nombre, y que le permitió, una vez embocado, sortear el obstáculo continental americano. Colón pensaba que las corrientes que se notaban en el mar Caribe provenían de algún canal, estrecho o angostura que daba paso al mar de la India y que, de encontrarlo, facilitaría la vía de acceso a las islas donde se “crían los aromas” (por decirlo con Anglería), es decir, las Molucas. En su cuarto viaje intenta recorrer la costa norte de Cuba, en busca del paso, “para abrir la navegación del mar de Mediodía, de lo que tenía necesidad para descubrir las tierras de la especiería”, dice su hijo Fernando Colón, pues la intención del Almirante era ir a reconocer la tierra de Paria y continuar por la costa, hasta dar con el estrecho que tenía por cierto que se hallase hacia Veragua y el nombre de Dios (en el actual Panamá). 

Ahora bien, a pesar del fracaso de su objetivo asiático (América paradójicamente, insisto, representa un fracaso para el plan colombino), Colón sí logrará, y este es su mérito indiscutible, inaugurar la exploración oceánica, penetrando por primera vez en el Atlántico, y produciéndose el desbordamiento del ámbito mediterráneo. Un ámbito que había permanecido cerrado para la navegación durante siglos bajo el sello de la antigua divisa, inventada al parecer por Píndaro, del non plus ultra.  

Colón, y aquí está, insistimos, el mérito exclusivo del Almirante, consigue, por fin, y por primera vez, ir más allá (plus ultra) de ese confinamiento mediterráneo, de tal manera que, aunque no fuera hasta la vuelta de Elcano cuando las verdaderas dimensiones del orbe quedasen fijadas, se debe a Cristóbal Colón dar el pistoletazo de salida de la ruta oceánica, la carrera hacia el Occidente (“ir al Levante por el Poniente”), como solución atlántica al problema del cerco turco sobre el Mediterráneo. Una carrera, la carrera de Indias, que fija una ruta de ida y vuelta (no bastaba con ir solamente, sino que había que fijar la ruta de vuelta en el mapa, en la geometría esférica), que inaugurará una nueva edad histórica, la Edad Moderna, que viene marcada sobre todo por esta apertura de los Océanos a la expedición náutica. Y Colón, este es su mérito, señaló, sin duda, el camino. 

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