martes, marzo 19, 2024
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El inglés del azafato

El viernes, en un avión que iba de Madrid a Roma, el azafato se dirigió a nosotros, los pasajeros, en inglés antes que en español. Ese detalle me hizo pensar, primero, en lo ridículo que resulta dirigirse a los pasajeros en inglés cuando la mayoría de ellos son españoles o italianos; y, segundo, en el orgullo que me suscita que tras tanto plan de educación, tras tanto bilingüismo, tras tanta turra cosmopaleta, en España se siga hablando mal el inglés. Porque al azafato había que oírle.

A mi lado viajaba un tipo de treinta y tantos al que indignó el penoso acento del azafato y su torpeza a la hora de hilvanar frases. Se lo noté en la cara. Fue empezar el chico con el discurso de que tenían servicio de bebidas y de comida caliente —sí, el vuelo era en una aerolínea low-cost, que el columnismo no da para más— y cambiarle el gesto. Al principio, eso, indignación; luego, todavía peor, una sonrisa pícara como si estuviese aguantándose una carcajada. Y sentí simpatía por el azafato, pero sobre todo asco por el tipo.

Claro que esto pasa mucho en España. Puesto que en general no hablamos bien el inglés —ni el francés, ni el alemán—, el que sí lo habla bien se cree ligeramente superior al resto. Es hasta peor: el resto le cree superior, como si a uno le hiciera más sabio saber desenvolverse en un idioma que no es el propio. Por eso lo de los idiomas se ha convertido en una especie de credencial, de distintivo que la gente que se lo puede permitir incluye orgullosísima en su currículum.

Pareciera, en fin, que no hubiésemos entendido que la relación entre el número de idiomas en los que uno es capaz de manejarse y la cultura o la inteligencia es mínima, casi inexistente. Sucede un poco como con la lectura: hay tontos en siete idiomas igual que hay tontos de mil libros. Y del mismo modo que es mejor no leer que leer mal, pues uno al menos se asegura de mantener intacto su sentido común, es preferible hablar sólo un idioma bien que hablar dos, tres, cinco idiomas a medias. Y lo digo porque conozco a gente capaz de leer libros en alemán y que, sin embargo, es incapaz de construir un párrafo en español sin faltas de ortografía.

Pero decía que me alegré de lo del azafato, que sentí simpatía por él cuando escuché su inglés macarrónico porque es un rebelde, un disidente, porque es mi aliado. Involuntariamente, claro, pero a estas alturas me conformo con muy poco: me basta, como ven, con que uno no sepa pronunciar beverage y hablé inglés con acento de Cuenca, no de Brighton.

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