martes, marzo 19, 2024
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El nacimiento de Alfonso X y el poder itinerante de los reyes medievales

En Toledo, un 23 de noviembre de 1221, ve la luz Alfonso (este martes se cumplen ocho siglos desde entonces). A los pocos meses de nacer, en marzo de 1222, será nombrado heredero en Burgos. En 1249 se casa con Violante, hija de Jaime I de Aragón, en Valladolid. Será coronado rey en Sevilla, en 1252, ciudad en la que muere, en abril de 1284, y en la que hoy descansan sus restos. Algo característicos de las cortes medievales es su itinerancia, de tal modo que el desempeño de las tareas de gobierno implicaba el desplazamiento de una ciudad a otra al ser requerida, habitualmente, la presencia del rey. Los reyes medievales son reyes viajeros, lo era Fernando III y lo será su hijo Alfonso, que necesitaban recorrer los caminos del reino para llegar a todos sus rincones, convocando aquí Cortes, reuniéndose allí con un concejo, sofocando allá una rebelión o participando directamente en una aceifa (y así ocurrirá hasta Felipe II, quien fija la Corte en Madrid en 1561). Y es que, dice Marc Bloch, “hubiese sido imposible gobernar un estado desde el fondo de un palacio para mantener bien sujeto un país, ningún medio mejor que cabalgar por él sin tregua y recorrerlo en todos los sentidos” (Bloch, La sociedad feudal, ed. Uteha, p. 74)

La biografía de Alfonso X, echando un simple vistazo sobre sus hitos más destacados, queda completamente determinada, en sus primeros pasos, por esta estructura jerárquica urbana (Burgos-Toledo) que marca el inicio del reinado de Fernando III, pero que va a evolucionar, según se sucedan las conquistas del rey santo, con el desplazamiento del eje de la vida nacional (ya en vida de Alfonso), desde el norte peninsular hasta el sur, desde Burgos, en donde Alfonso se cría, a Sevilla en donde terminará fijando su corte. A Burgos, caput Castilla (Castilla la Vieja) y a Toledo, cabeza de la Castilla Nueva, se les unirá Sevilla, que es la ciudad principal de la Castilla Novísima, recién conquistada y repoblada, y por la que Alfonso, además, por muchas razones, tendrá especial predilección.

Su nacimiento en la antigua capital visigoda, ciudad imperial y sede principal de la Iglesia española, se produce debido a cierta coyuntura circunstancial. A la ciudad del Tajo se desviaron sus padres, con Beatriz de Suabia encinta, cuando Fernando tuvo que acudir con su hueste a sofocar la rebelión de Gonzalo Pérez, señor de Molina, que se había alzado contra el rey. Gonzalo Pérez, inducido por otro Lara, Gonzalo Núñez de Lara, había entregado sus señoríos al arzobispo de Toledo, reteniendo en calidad de feudo la villa de Molina, sus aldeas, castillos y términos a ella adscritos. Pero, además, sobrepasando dichos términos, la acción rebelde de Gonzalo Pérez llega a afectar a tierras castellanas que no le pertenecían. Fernando consideró esto un acto de rebeldía, sobre todo por el maltrato que recibían cada día las tierras castellanas próximas al señorío de Molina.

Este episodio, que hace que Alfonso nazca en Toledo, habla ya de una situación política y social muy características de la Castilla del siglo XIII, en la que el rey dispone de plena legitimidad para ejercer su potestad, y así lo hace Fernando, para meter en vereda a la levantisca nobleza castellana.

En la Partida segunda, Ley V, Qué cosa es el rey, Alfonso X dejará muy claras sus funciones, definiendo a los reyes como «vicarios de Dios», cada uno en su reino, puestos sobre las gentes para distribuir justicia, y dar a cada uno «su derecho». El rey es la cabeza del reino, que guía y ordena a todos los miembros del cuerpo social, y nadie, en este sentido, tiene legitimidad «por dicho, ni por hecho, ni por consejo de ir contra el rey, ni contra su señorío, ni hacer levantamiento ni bollicio contra él ni contra su reino».

Alfonso nace, en definitiva, a orillas del Tajo, y no en otro sitio, por un motivo coyuntural, sí, pero que es resultado de una acción regia de Fernando en la que este, con plena potestad sobre su señorío, pone en ejercicio sus funciones propias de la realeza, tal como esta es concebida en el siglo XIII, corrigiendo los abusos particulares y enderezando el reino para administrar justicia. Para ello es necesario una fácil movilidad por las tierras castellanas para actuar in situ, y neutralizar así el efecto, tendente a su aislamiento y encapsulamiento, del poder local. De nuevo, precisa Bloch, “la lentitud relativa de los mensajeros, los accidentes que a cada paso amenazaban con detenerlos, hacía que sólo el poder local fuese un poder eficaz” (Idem, p. 77).

Fue como resultado de esta acción regia de Fernando III, para corregir los abusos del poder nobiliario local, por lo que Alfonso nació en Toledo hace ahora ochocientos años.

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