Divulgando que es historia
El 2 de Mayo en Madrid es mucho mĆ”s que una fiesta local. O asĆ debiera de ser. Fue el momento de lo que podrĆa considerarse el inicio de la nación espaƱola en su concepto moderno. Una revuelta popular donde quedó claro dónde residĆa la soberanĆa. Nadie podrĆ” poner ya en discusión que esto es un lugar llamado, EspaƱa. Una EspaƱa milenaria fruto de una evolución geogrĆ”fica e histórica, de leyendas, reinos, conquistas y reconquistas. Una empresa comĆŗn que circunnavegó el orbe y que paseó sus pendones a costa de la sangre de un pueblo que, precisamente porque sabe morir, sabe vivir. Pero no vivir a costa de imposiciones extranjeras.
Ese orgullo, defecto patrio que tanto ha hecho marcado el tópico del carĆ”cter espaƱol, saldrĆ” a la luz cuando dos alcaldes de un entonces insignificante pueblo como era Móstoles, declararĆ”n la guerra nada menos que al Emperador de toda Francia, seƱor de Europa. Con un par. Contra los casi 40.000 soldados que rodean la capital. La flor y grana que bajo la tricolor francesa, lucharon en Austerlitz, Marengo, Friedland⦠Granaderos de la Guardia, lanceros polacos, mamelucos egipcios, coraceros imperiales, artillerĆa de campaƱa e infanterĆa irlandesa⦠Todos enseƱoreados de un Madrid sin reyes. Sin poder. Pero con mujeres, hombres y niƱos que iban a demostrar ese dĆa al mundo lo quĆ© era un pueblo en armas⦠aunque tales fueran viejos trabucos, facas de muelles, tijeras de costura, adoquines de las calles, o tiestos de los balcones.
MadrileƱos todos, como el sevillano Luis Daoiz, el cĆ”ntabro Pedro Velarde, el ceutĆ Jacinto Ruiz, la vallisoletana Clara del Rey, o la madrileƱa de origen francĆ©s, Manuela MalasaƱa. Tantos fueron que supuso la derrota mĆ”s memorable que nunca ocurriera en solar hispano, y la victoria mĆ”s cruel y peligrosa que tuviera Napoleón Bonaparte, cuya gloria y estrella empezarĆa a dejar de brillar por primera vez en estos pagos. Esto fue el Dos de Mayo. Un dĆa que hoy se ha convertido tan sólo en festividad de una de las Comunidades Autónomas que menos quiso serlo, y que se celebra a base de un menguado desfile, unos actos donde lo mĆ”s importante es el gran cóctel en la Antigua Casa de Correos de la Puerta del Sol, y en el botellón promocionado a los pies de la puerta del Cuartel de Montelón, en tiempos baƱado de sangre, y hoy de calimocho, cerveza tibia y vino peleón, servido en vasos de antiecológico plĆ”stico.
ĀæQuĆ© pasarĆa si unos cuĆ”ntos locos decidieran ese seƱalado dĆa tan importante de nuestra Historia, recorrer los hitos fundamentales de aquella jornada irrepetible? Pues que su periplo serĆa un sordo paseo rodeado de guiris ignorantes de esta fecha, coches oficiales colapsando el centro capitalino, y jóvenes que si se les preguntara en plena kermese matutina quĆ© ocurrió un 2 de mayo, seguramente responderĆan con otra pregunta: Āæde quĆ© aƱo?
Esos locos viajeros del tiempo tendrĆan que comenzar su periplo en lo que era en tiempos calle y nimia explanada junto al Palacio Real, y hoy es la Plaza de Oriente (llamada asĆ por la orientación Este de la fachada de dicho palacio), junto a la placa de 1947 que recuerda aquel momento, sin que hoy nada la orne especialmente. El lugar donde los Ā«hĆ©roes populares iniciaron en este mismo lugar la protesta y sacrificio contra las tropas extranjerasĀ». AsĆ reza.
Ese dĆa la puerta de Palacio no habrĆ” guardias a caballo que recuerden el evento. Sólo bostas sin recoger de los equinos de la Municipal (quiĆ©n sabe desde cuĆ”ndo), y algĆŗn coche patrulla de la BenemĆ©rita impidiendo aproximarse a la puerta del PrĆncipe a toque de sirena. Ni acercarse siquiera a la estrella olvidada y desconocida que marca el Meridiano de Madrid dejan. Ā”Porque hay un Meridiano de Madrid!
ImaginarÔn los crononautas los cuarteles de Murat donde estÔn hoy los Jardines de Sabatini. La llegada de los cañones desde ellos. El primer muerto cuando intentan los madrileños impedir que se lleven al infante de Paula. PasarÔn por donde estuviera el Convento de San Gil, de donde un pÔter saliera corriendo para avisar desde unas gradas públicas a sus convecinos de lo que ocurriera. SeguirÔn sus pasos a través de la calle de Santiago hasta llegar a la Plaza Mayor. A una de sus esquinas, donde se haya una escalerilla de piedra que da acceso, bajando, a la calle Cuchilleros. Ahà se encuentra el único púlpito civil de Madrid y uno de los últimos de Europa. El que fuera ocupado durante lustros por un monigote de papel maché atado con una cadena, propiedad de una tienda de al lado. Y que sigue olvidado sin poder ser admirado, en el mismo estado deplorable que antes de los ¿fastos? del pomposo e inútil IV Centenario de la Plaza Mayor.
Los cronoviajeros seguirĆ”n intentando recordar aquella carga de los dos mil coraceros subiendo por la calle Toledo; la imagen de la cincuentena larga de presos que piden salir de la CĆ”rcel Real (hoy Ministerio de Asuntos Exteriores); pretendiendo recordar cómo serĆa aquella Puerta del Sol donde en vez de mamelucos, decenas de coches de lunas tintadas la obturan. Donde en vez de trincheras hay vallas del Ayuntamiento. Donde no queda otra que ver la placa en honor de aquellos madrileƱos desde lejos por motivos de seguridad del opĆparo cóctel.
Lo suyo es que intenten llegar al parque del Cuartel de Monteleón como chisperos y manolas hicieron en busca de armas. AllĆ seguro que hay gentĆo, aunque esta vez arremolinado a las barras de bar improvisadas en las calles de San AndrĆ©s y aledaƱas. AllĆ verĆan cómo Daoiz y Velarde aguantan impĆ”vidos, no la carga de la infanterĆa de lĆnea gabacha, sino el estruendo del tĆpico concierto callejero de nada Ć©picas proporciones. Ambos dos unidos, enarbolando huecas empuƱadoras, pues sus espadas (Ā”una vez mĆ”s!) habrĆ”n sido robadas o seguirĆ”n rotas.
El grupo de viajeros deberĆan marchar al hospital donde todos los heridos fueron atendidos. Una iglesia cercana que estarĆ” cerrada, claro. AllĆ donde atendieron a los eternos artilleros. Se encaminarĆ”n hacia la de la Buena Dicha, cerca de Gran VĆa y que tambiĆ©n hiciera de hospital, donde reposaron muchos de aquellos hĆ©roes hoy desconocidos, aunque tambiĆ©n conocidos como Clara del Rey⦠que tambiĆ©n estarĆ” cerrada. Les serĆa imposible el llevar un centro de flores con los colores nacionales para honrarles. SabrĆ”n que tampoco pueden ir al Cementerio de la Florida, donde se encuentra la llama votiva. Lugar que la tradición marca como sitio de los fusilamientos retratados por Goya. Pero que incluso en un dĆa como hoy, Ā”como Ć©ste!, cierra funcionarialmente a las 15 horas. No sea que vaya gente a rendir respetos a lugar tan seƱalado a lo largo de la festiva jornada.
Al final sólo les quedarĆa el marchar al arrumbado monumento de Aniceto Marina, curiosamente el que conmemora y recuerda al pueblo en ese 2 de Mayo, y que durante los tiempos ha ido viajando hasta quedar olvidado entre la Plaza de EspaƱa y la calle Ferraz. Un monumento sorprendentemente olvidado. Ā”QuĆ© mejor sitio serĆa para leer la cĆ©lebre oda de Bernardo López! Ā«Oigo, Patria, tu aflicciónā¦Ā». Y asĆ poder depositar finalmente esas flores rojas y amarillas sobre el viejo escudo de Madrid con el dragón, la osa y la corona cĆvica, en un acto discreto y alejado de celebraciones oficiales. Las que han dejado el recorrido por la Historia en este seƱalado dĆa, para iniciativas privadas. En cierto modo es lógico. ĀæAcaso no fue el pueblo de Madrid y no sus polĆticos los autĆ©nticos protagonistas de algo que ha pasado a la Historia como el 2 de Mayo? Ā”Pues de ese modo serĆa un homenaje popular paseando por el tiempo y la Historia, en la deberĆa de ser Fiesta Nacional de EspaƱa!