viernes, abril 26, 2024
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Terror y cinismo en Algeciras

La noche de este miércoles nos fuimos a dormir con una de esas noticias que nunca queremos escuchar. Un hombre de nacionalidad marroquí, en situación irregular y que estaba pendiente de ser expulsado de España desde junio de 2022, atacó tres iglesias católicas en la ciudad gaditana de Algeciras.

El individuo, al grito de “Alá es grande” y con un arma blanca de grandes dimensiones, dejó a su paso un reguero de sangre: asesinó a machetazos a un sacristán en plena calle e hirió a cuatro personas, incluido un párroco. Después, fue detenido tras oponer una “gran resistencia”.

Esta mañana, como suele ser habitual, los mensajes de condolencia copaban los perfiles de los principales “representantes” políticos. Entre ellos, el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que en un escueto tuit mostraba su pésame a los familiares, una pronta recuperación a los heridos y su apoyo a las Fuerzas y Cuerpo de Seguridad del Estado.

Otros, en cambio, y a las horas en las que me dispongo a escribir y publicar este artículo, han optado por el silencio (no sé si cómplice) ante lo ocurrido en Cádiz. Es el caso de la ministra de Igualdad, Irene Montero, que parece que la violencia contra colectivos no afines a su discurso ideológico no le preocupa tanto. Violencia según qué y quién, ya saben. Otros, mientras tanto, justificarán su silencio echando mano del ya mítico “caso aislado”. Todo un clásico.

Viendo estas reacciones, tanto las condolencias como el silencio, yo me pregunto: ¿qué hubiera pasado si el ataque en Algeciras lo hubiera cometido algún individuo que encajara en la descripción de “ultraderecha” y contra otro colectivo que no fuese el católico? ¿Se hubieran quedado en un bonito mensaje de condolencias o hubiera habido una brutal campaña política y mediática señalando a diestro y siniestro?

Pues no hace falta ser muy avispado para conocer la respuesta: “Ya os lo habíamos avisado”, “es lo que tiene darle altavoz a la ultraderecha”, “este solo es un ejemplo más de lo ocurrido en Estados Unidos con los seguidores de Trump y en Brasil con los Bolsonaristas”, “hay que frenarlos” y un largo etcétera. El objetivo de algunos, principalmente de los líderes de izquierda, hubiera sido extrapolar el caso para generar el fantasma de la “alerta antifascista” y, con ello, intentar conseguir votos de aquellos que aún compran su cinismo patológico.

Pero no ha sido el caso. El atacante es un inmigrante irregular, musulmán extremista y que entró ilegalmente a España. Y claro, queridos, esto no compra votos en su electorado “progresista ecolopijoguay”. Denunciar el problema real que tiene España con la inmigración ilegal no les interesa a nivel electoral. De hecho, cualquiera que ose analizar el problema, será tachado automáticamente de racista y de “ultraderechista peligroso”. Sin paliativos.

No seré yo quién defienda a los que asaltaron el Capitolio, o la plaza de los Tres Poderes de Brasilia. Sinceramente creo que los populismos, tanto de izquierdas y de derechas, están mermando, y mucho, la convivencia entre ciudadanos. Pero tampoco seré yo quién se quede callado ante la problemática de una parte de la inmigración irregular que viene a delinquir, y que afecta tanto a los propios ciudadanos nacionales, y que principalmente viven en barrios de gente trabajadora, como a muchos inmigrantes (ilegales o no) que vienen al país a trabajar dignamente para labrarse un futuro mejor. La hipocresía y el cinismo se los dejo a otros.

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