sábado, abril 27, 2024
sábado, abril 27, 2024

Piquetes

La mentalidad liberal, ésa que nos conmina a creer que nuestra libertad termina donde empieza la del otro y que sólo lo voluntario es bueno, nos ha convencido de que los piquetes son ilegítimos. «Que haga la huelga solamente el que quiera», solemos escuchar. Y podría parecer a priori que esa postura tiene sentido, que es mucho más razonable, moderada y benévola que la contraria cuando puede ser, en realidad, mucho más perversa. Me explico.

Las huelgas laborales son, por definición, acciones colectivas que pretenden reivindicar ciertas condiciones o protestar contra algo. Si suscitan algún efecto, si logran su propósito, es sólo gracias a su condición de colectivas; es en esa colectividad en donde reside su posibilidad de éxito. Cuando la patronal, el gobierno o quien toque en cada caso se sienta a negociar, no lo hace por empatía o porque comparta las reivindicaciones que han movido a los trabajadores a la huelga: lo hace porque no tiene otra opción, porque necesita que la actividad laboral se reanude. Así, los piquetes son en realidad el medio para hacer participar en la huelga a aquellos trabajadores que de otro modo no lo harían y, con ello, de velar por el éxito de la huelga.

Pero este motivo, si bien cierto, no es suficiente por sí solo para justificar los piquetes, pues hay huelgas en las que se reivindican causas injustas y hay huelgas en las que las demandas de los trabajadores son desmedidas. En ese caso, es legítimo, hasta admirable, que un trabajador no esté de acuerdo con las reivindicaciones de la mayoría y se niegue a participar. Lo que no es legítimo, en cambio, es que decida seguir trabajando si la causa es justa; y ni siquiera lo es desde el punto de vista liberal, pues esa decisión perjudica a sus compañeros: ¿cómo va el empresario a recapacitar, a negociar si la actividad laboral no cesa?

En realidad, detrás de esa decisión que lo mueve a uno a seguir trabajando durante una huelga justa se esconde una actitud servil e individualista característica de nuestras sociedades: uno está dispuesto a ver a los demás perecer con tal de evitar las complicaciones propias de rebelarse, con tal de no ponerse a sí mismo en peligro. A veces es todavía peor, y el trabajador que acata lo hace porque está en realidad de acuerdo con el empresario, porque no le importa que sus condiciones sean malas, de modo que obliga a todos los demás a acatar. Sucede lo mismo cuando uno está dispuesto a pasar dieciocho horas al día en una BigFour: condena a los que no lo están a pasarlas también si quieren mantener su trabajo. Ese trabajador que decide seguir activo a pesar de que la causa de la huelga sea justa se convierte en lacayo del empresario y señala, aun sin quererlo, a todos esos compañeros que no están dispuestos a serlo; y no sólo los abandona en una lucha contra un enemigo que los supera en fuerza, en tamaño, en recursos; es que, además, se une a ese enemigo.

Por todo esto, no puedo criticar a esos camioneros que evitan que otros camioneros sigan trabajando. Por todo esto, digo, no puedo empatizar con aquellos que se nos presentan como víctimas porque los demás los amenazan, les pinchan las ruedas o no los dejan circular.

Relacionados

spot_img

Colaboradores