martes, marzo 19, 2024
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Españoles babelizados

La Generalidad de Cataluña ha llevado a varios foros internacionales, la última vez en la sede de la ONU en Ginebra hace unos días, su preocupación por el retroceso del uso del catalán en Cataluña, achacándolo a la “imposición” centralista del “Estado español” y su intento de “minorizarla”. Y todo ello a pesar de que la Generalidad ha multado a más de 100 empresas, en lo que va de año, por no usar el catalán en sus comunicaciones.

Y es que la lengua no solamente sirve para unir a los hombres, sino también para separarlos, babelizarlos. Esta, y no otra, es la razón por la que el separatismo haya empezado, para lograr sus fines, por la reivindicación de un uso exclusivo de la lengua regional, que es lo que quiere la Generalidad. Así, elegir una lengua como “seña de identidad”, que no sea entendida por los demás españoles, no tiene otro alcance que el de darle la espalda a éstos, es decir, levantar una muralla aún más infranqueable de lo que pudiera ser un muro berlinés. El nacionalseparatismo busca combatir todos aquellos rasgos que sean comunes a los españoles, siendo uno de los más destacados, le lengua de uso común por todos los españoles, que solo es una. La lengua española se ha extendido en todo ámbito social español, y es esto, precisamente, lo que se trata de frenar desde aquellas facciones e instituciones que buscan un reconocimiento político de la nación fraccionaria correspondiente (catalana, vasca, gallega). Obstaculizar el uso del español en determinadas partes del tejido social, en algunas regiones de España, es el modo más efectivo, por expeditivo, de romper ese tejido común, por ejemplo, impidiendo a muchos españoles el acceso a la educación o al mercado laboral  en español, al exigir, como se hace en algunas regiones, el conocimiento de una lengua regional no conocida por todos los españoles. Así ocurre en determinadas administraciones autonómicas que, con la excusa de poseer “idioma propio”, distinto del español, se llega incluso, ya no solo a obstaculizar, sino a penalizar el uso del español. La excusa es el esquema invasivo, como modo de explicación de la entrada del español en esas regiones: el castellano, se dice, ha suplantado un uso normal de la lengua “propia” regional a golpe de decretazo e imposición política, y ahora toca reconducir la situación para volver a la “normalidad” del uso exclusivo de una lengua localizada en esa región. Hay, pues, que compensar la “anormalidad” invasiva castellana con la obstaculización de su uso en esas regiones. Este esquema se ha hecho legal y es el que rige en la normativa, porque importa ya las pruebas que se hayan dado para mostrar su falsedad (el último libro en este sentido, contra la falsedad del esquema invasivo, es el de Ángel López García-Molins, Repensar España desde sus lenguas, El Viejo Topo, 2022).

Una obstaculización paulatina -es el llamando proceso de “normalización lingüística”- cuyo objetivo último es la completa erradicación del uso del español en esas regiones, primero en los organismos oficiales autonómicos y municipales (desde la escuela a la administración, pasando por la señalización del tráfico, topónimos, onomástica, etc.), para a continuación conseguir su erradicación de cualquier ámbito social (empresarial, mercantil, sanitario, cultural, escolar, etc.).

Un proceso que tendría su equivalente, en otros países, al de no poder estudiar en algunas partes de Inglaterra en inglés, o no poder dirigirse a la administración pública en algunas partes de Francia en francés: ¿acaso no sería sorprendente el que en Alemania la propia administración pusiese trabas para escolarizar a un hijo en alemán, o directamente lo impidiese?; es más, ¿no sería ya delirante el que en Italia se penalizase a un comerciante por rotular su negocio en italiano y no hacerlo en francés (que es oficial en el Valle de Aosta)?; ¿acaso se podría uno imaginar que en Alemania las autoridades del Land de Baviera manifestasen que el alemán es una lengua impuesta, y obligasen a un emigrante español a estudiar bávaro antes de poder acceder allí a un puesto de trabajo?

En definitiva, la afirmación del plurilingüismo co-oficial en España trata de ocultar y hacer desaparecer el idioma común, poniendo toda clase de trabas y dificultades a su desarrollo en determinadas partes de España, buscado la babelización de los españoles como paso previo a su separación política.

Dos consecuencias evidentes se derivan de esta política lingüística: la imposibilidad de penetrar y desenvolverse con normalidad (igualdad de oportunidades) en determinadas partes de España, siendo el hispanohablante discriminado desde un punto de vista laboral, administrativo, escolar, etc.; y, además, la imposibilidad de una formación académica en español para la población que habita en tales regiones (Cataluña, Galicia, País Vasco, etc), impidiendo a muchos españoles el acceso a un uso competente de un idioma de rango universal, con todo lo que ello implica. Actualmente a varias generaciones de españoles (y también de extranjeros residentes en España) se les está amputando la posibilidad de desarrollar una formación en un idioma universal, que, además, es oficial en su región y común a toda España.

Visto lo visto, suenan hasta ingenuas estas palabras de advertencia de Unamuno al respecto, a propósito de la “bilingüidad oficial” que ya había instaurado la Segunda República: “La bilingüidad oficial sería un disparate; un disparate la obligatoriedad de la enseñanza del vascuence en el País vasco, en el que ya la mayoría habla español. Ni en Irlanda libre se les ha ocurrido cosa análoga. Y aunque el catalán sea una lengua de cultura, con una rica literatura y uso cancilleresco hasta el siglo xv, y que enmudeció en tal respecto en los siglos XVI, XVII Y XVIII, para renacer, algo artificialmente, en el XIX, sería mantener una especie de esclavitud mental el mantener al campesino pirenaico catalán en el desconocimiento del español -lengua internacional-, y sería una pretensión absurda la de pretender que todo español no catalán que vaya a ejercer cargo público en Cataluña tuviera que servirse del idioma catalán, mejor o peor unificado, pues el catalán, como el vascuence, es un conglomerado de dialectos. La bilingüidad oficial no va a ser posible en una nación como España, ya federada por siglos de convivencia histórica de sus distintos pueblos. Y en otros respectos que no los de la lengua, la desasimilación sería otro desastre. Eso de que Cataluña, Vasconia, Galicia, hayan sido oprimidas por el Estado español no es más que un desatino” (Unamuno, La Promesa de España, El Sol, 14 de mayo de 1931).

La transición y el régimen del 78 han consagrado, por lo menos en el plano del ordenamiento jurídico, ese desatino. Un desatino llamado “normalización lingüística” y que busca tener a los españoles babelizados.

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