viernes, abril 26, 2024
viernes, abril 26, 2024

El señoritismo catalán y la democracia

Existe el estereotipo del señoritismo andaluz, con su engominado aire de superioridad latifundista, que atraviesa cabalgando su cortijo, mientras mira, condescendiente, hacia su cuadrilla de confianza. Un estereotipo que, en cierto modo, explotó Abascal en la campaña de las elecciones andaluzas, cabalgado por un olivar y hablando de la “reconquista”, como si se tratase de la viva imagen del genuino caballero español, en cuyas manos está el destino de la “recuperación” de España y que esta vuelva a “ser grande otra vez” (en una curiosa amalgama alt right entre españolismo y trumpismo). Una imagen esta, sin embargo, que es más discutible que funcione propagandísticamente (aunque ¿quién sabe?) en otras regiones españolas, que responden a otros estereotipos.

La cuestión es que, dejando a un lado los caminos casi inescrutables de la propaganda, poco se habla del señoritismo catalanista, mucho más real que el andaluz, puesto que aspira a convertir una región entera en su cortijo -y en cierto modo ya lo ha conseguido-, y que sin embargo ha logrado enmascarar ese señoritismo bajo el disfraz de un “pueblo oprimido”. Aunque después, es verdad, enseguida se delatan, y ese revestimiento de “pueblo maltratado” no puede dar ni dos pasos, salvo que sea llevado en volandas por toda la artillería propagandística de la que dispone el señoritismo catalanista.

Y es que es un tópico del catalanismo comparar a Cataluña con Holanda, buscando además su homologación con la tierra de los tulipanes, cuando, tras el “proceso” de “desconexión” respecto a España, Cataluña alcance la plena soberanía (como Holanda lo hizo, tras la rebelión de los Países Bajos, hace cuatro siglos). No perciben la paradoja en la que recaen al afirmar que Cataluña es, por un lado, una región expoliada (“Espanya ens roba”), pero, por otro, es una de las regiones más prósperas de Europa (resultando curioso, en esta homologación ficticia, que la Holanda “liberada”, hace cuatro siglos, tenga en la actualidad unos índices de desarrollo y bienestar parecidos a los de la Cataluña “oprimida”). Así, si Cataluña abandonara, como quiere el separatismo, ese lastre que, al parecer, España representa, se encontraría, dicen, entre las naciones más ricas de Europa (permitiéndole cortar las amarras con esas regiones meridionales, como por ejemplo Andalucía, que no le permiten avanzar hacia su convergencia “europea”). En definitiva, España es ese cordón que une a Cataluña con el peso muerto de las “atrasadas” del sur, siendo el separatismo, que procedería a cortar el cordón, la solución.

Sin embargo, no es previsible que tras el necesario proceso separatista, fragmentario, rupturista (porque España, sea como fuere, aún sigue existiendo, y Cataluña sigue siendo una parte suya) las cosas se quedasen como están en la actual Cataluña regional, y, seguramente, la nueva Cataluña “nacional”, posterior al “prusés” de “desconexión”, emularía más a Grecia o incluso Albania, que a Holanda (eso si no desencadenase un conflicto civil en España, que nos condujese a todos a la balcanización).

Un proceso de “desconexión” (“Ausschaltung” decían eufemísticamente los nazis en referencia a la segregación de la grey judía, y que ahora repiten los “lazis”) que implicaría, insistimos, una dinámica más bien hostil entre las partes en litigio (catalanismo/defensa de la unidad), pero que se busca suavizar desde la propaganda catalanista con el adjetivo “democrático”.

Es este adjetivo (en un país en el que se ha llegado a hablar de “orgasmos democráticos”) el que permite que cualquier proyecto quede legitimado y prestigiado en el debate social por el hecho de auto-proclamarse como “democrático”. De esta manera, la secesión, la segregación, el socavamiento de derechos, etc que dicha “desconexión” de hecho implica, se pretende justificar y dar por buena adornándola con el adjetivo “democrático”. Y la cuestión es que cuela.

Al catalanismo le interesa proyectar la idea de que impedir un plebiscito (así en abstracto, al margen de sus contenidos decisorios) es “antidemocrático”, ocultando tramposamente que lo que ese plebiscito plantea, al circunscribirlo a un censo restringido a Cataluña, pasa por excluir de la participación en el mismo a la inmensa mayoría de la población española. Una decisión, que opera esta exclusión, que no es para nada democrática, sino que, bien al contrario, es una decisión que se establece por la despótica voluntad de la facción catalanista. La voluntad de los señoritos catalanistas o Herrenvolk, que dicen los alemanes. Señoritos catalanistas (condottieri, por decirlo también a la italiana) que confunden su voluntad separatista con la “voluntad” de Cataluña, y su arbitraria decisión con la democracia, contando además con la aquiescencia de los indignati profesionales, salidos del 15 M, constituidos en partido político (los “comunes” se hacen llamar) y que están dispuestos al entreguismo más absoluto, cual perrillo faldero, ante el señorito catalanista. Un nombre este, el de “comunes”, que no puede ser más paradójico, porque están dispuestos a firmar la ruptura de la comunidad política, en connivencia con el separatismo, y recortarla del Ebro para abajo (lo “común” de los “comunes” ya no les da de sí para llegar a la otra orilla).

De esta manera si, finalmente, la separación se produce (que no hay ninguna razón para pensar que no se pueda llegar a producir), ello no sería porque “los catalanes”, por fin, hayan conseguido “decidir democráticamente” su futuro, sino porque unas facciones dentro de España, la facción catalanista (y sus cómplices que toleran tales planes), se habría impuesto despóticamente a otras partes, a otras facciones no catalanistas que quedarían excluidas del ejercicio de sus derechos sobre un territorio, España, que es común.

Lo que tienen enfrente, pues, los que quieren la conservación de la unidad de España -lo que tenemos enfrente- no es una “nación” catalana que busca su liberación del yugo español (esto es una pura ficción de la propaganda catalanista), sino una facción sediciosa, el señoritismo catalán, que busca imponer despóticamente sus planes separatistas al resto de españoles (incluyendo naturalmente a los catalanes), mermando y jibarizando nuestros derechos como ciudadanos. Un señoritismo que, además,cuenta con el apoyo del chico de los recados encomúnpodemita.

 

Relacionados

spot_img

Colaboradores