sábado, abril 27, 2024
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El navío español que se enfrentó a doce barcos ingleses y aun así cumplió su misión

Repasamos la última travesía del ‘Glorioso’, una de las empresas más épicas en la historia naval de España

Es una lástima que en la última remodelación del Museo Naval de Madrid un lienzo en particular se haya caído de la colección permanente. Hablamos del cuadro que el museo le encargó hace unos pocos años a Augusto Ferrer-Dalmau, más conocido por su merecido epíteto del “pintor de batallas”, sobre una de las gestas más heroicas y más desconocidas de la historia de la Armada española. Hablamos de ‘El último combate del Glorioso.

No por manida deja de ser cierta la idea de que, si esta hazaña hubiera estado protagonizada por marinos estadounidenses o británicos, ahora podríamos disfrutar de grandes novelas, series o películas al respecto. ¿Se imaginan por ejemplo a Peter Weir, director de la magnífica Master and Commander, poniéndose detrás de la cámara para filmar la epopeya del Glorioso?

Y es que quien bautizó a aquel navío con ese nombre se levantó ese día profeta, pues la gloria había de ser el destino final de aquel casco y aquellas velas.

El rey Felipe VI (i) y el pintor Augusto Ferrer Dalmau (d), en el acto de entrega del cuadro ‘El último combate del Glorioso’ al Museo Naval.

Un navío cargado de oro y plata

La historia del Glorioso se enmarca dentro de la Guerra del Asiento, librada entre España y Gran Bretaña por el dominio comercial del Caribe. Un conflicto que fue testigo de otra de las grandes proezas militares de nuestra historia, la defensa de Cartagena de Indias comandada por Sebastián de Eslava y Blas de Lezo, el ‘Medio Hombre’.

Pero volviendo a nuestro protagonista, el Glorioso había sido construido y botado en el puerto español de La Habana en 1740. Siete años después, en 1747, le llegó la orden que le haría entrar en la historia. Su capitán, el cordobés Pedro Mesía de la Cerda, recibió el encargo de transportar un cargamento de plata por valor de cuatro millones y medio de pesos fuertes, además de seis toneladas de oro. No obstante, la misión era tan lucrativa como peligrosa. El navío debía surcar los ocho mil kilómetros que separan Veracruz y Finisterre por aguas plagadas de embarcaciones inglesas.

Combatiendo a tres enemigos en la oscuridad

La travesía del Glorioso encontró su primer obstáculo a la altura de las Azores, un convoy británico liderado por tres barcos de guerra: el navío de línea Warwick, la fragata Lark y el bergantín Montagu. En total, los tres sumaban 120 cañones, por los 70 del Glorioso.

Superiores en número y ante la golosa posibilidad de abordar uno de esos barcos españoles rebosantes de oro y plata, los ingleses se lanzaron en persecución del Glorioso. El capitán Mesía se colocó hábilmente a barlovento, consiguiendo la ventaja táctica sobre los buques británicos y retrasando el inicio del combate varias horas. Al abrigo de la noche, empezó el cañoneo con el Montagu, el más veloz de los barcos ingleses.

Por la mañana, el capitán del bergantín se alejó para reunirse con sus compañeros. Los tripulantes del Glorioso gozaron de una relativa calma hasta la noche, la segunda seguida de combate. Los británicos aprovecharon que el navío español se había quedado sin viento para cercarlo. Tres contra uno. Fue entonces cuando el capitán Mesía demostró de qué pasta estaba hecho. Ordenó arrimarse al Montagu y no tardó en ahuyentarlo a golpe de cañonazo. Peor suerte todavía corrió la Lark. El Glorioso barrió la cubierta y el casco de la fragata inglesa con toda su batería de estribor. Tras apenas cinco minutos de desigual intercambio, la Lark, con graves daños en el casco y el aparejo, puso pies en polvorosa.

No contento con ello, Mesía dio la vuelta, se dirigió al Warwick, el navío de línea británico, e hizo varias pasadas vomitando pólvora a ambos costados de los sorprendidos ingleses. La refriega duró más de tres horas. En cuanto el viento comenzó a soplar de nuevo, el capitán Erskine, comandante del Warwick, puso fin a aquel suplicio y se alejó para no volver.

Escaramuza a las puertas de Galicia

Veinte días después, el Glorioso se aproximaba ya a su puerto de destino en Finisterre. Pero los españoles tendrían que ganarse a pulso el privilegio de admirar las costas gallegas. Y es que el vigía divisó otros tres barcos ingleses en el horizonte: el navío de línea Oxford, la fragata Shoreham y un bergantín, el Falcon. De nuevo, Mesía se encontraba en inferioridad: tres embarcaciones contra una y 94 cañones contra 70.

La flotilla británica pasó inicialmente de largo pero enseguida se agrupó para cargar contra el Glorioso. Mesía, viéndoles el plumero, viró en redondo y le tomó la iniciativa al Oxford, el navío inglés de mayor tonelaje, ganándole el barlovento. Fue un combate más táctico que espectacular en el que los tres barcos de la ‘Royal Navy’ no le hicieron más que cosquillas al Glorioso. De hecho, al capitán del Oxford le acabaron haciendo un consejo de guerra.

Superado el escollo, Mesía pudo poner por fin rumbo al puerto de Corcubión y descargar el preciado botín que guardaba en sus bodegas. La misión estaba cumplida.

El capitán del ‘Glorioso’, Pedro Mesía de la Cerda, se convertiría años después en virrey de Nueva Granada.

Precisión artillera

Tras permanecer dos meses fondeado en Galicia, el Glorioso desplegó sus velas y partió hacia Ferrol. No obstante, unos vientos desfavorables provocaron daños en la arboladura del buque, lo que llevó al capitán a ordenar poner rumbo a Cádiz.

Después de una semana de travesía, los vigías avistaron una escuadra inglesa de diez corsarios, conocida por el sobrenombre de ‘Royal Family’ (la familia real) por los nombres de sus embarcaciones. Eran las fragatas King George, Prince Frederick, Princess Amelia y Duke, con una dotación total de 960 hombres y 120 cañones, y a las que más tarde se unió el Dartmouth, con otras 50 piezas de artillería.

El Glorioso había arriado el pabellón para no revelar su nacionalidad y, cuando la King George se acercó para descubrirla, vio cómo Mesía izaba la bandera de combate y cómo la primera salva de bombas españolas dejaba el palo mayor inglés reducido a astillas. Con su enemigo inutilizado, el Glorioso se cebó a gusto con los ingleses, descerrajando cañonazos a diestro y siniestro. No fue hasta tres horas después cuando apareció por allí la Prince Frederick, que fue a por lana y salió trasquilada: la primera descarga española hirió de gravedad a tres miembros de su tripulación. Después de aquello, nadie fue tras el Glorioso cuando este decidió dar el día por terminado.

A la mañana siguiente, sin embargo, el comodoro Walker, que comandaba la flota corsaria, decidió poner fin a la estela del bajel español. Mandó en primer lugar que el navío de línea Dartmouth le diera alcance, cosa que logró sobre el mediodía. El capitán inglés quiso pillar desprevenido al Glorioso y se presentó con bandera de Dinamarca. Mesía, receloso, no picó el anzuelo y se preparó para el combate. Tres horas de fogonazos después, los artilleros españoles alcanzaron la santabárbara del Dartmouth, que se desintegró como un azucarillo con el 96% de su tripulación.

La rendición más honrosa

Walker entonces se dirigió con el enorme Rusell, un navío de 80 cañones, y con otras dos fragatas a la caza del Glorioso. Era el enésimo combate desigual para la embarcación española, que presentaba serios daños en su estructura y cuya tripulación se encontraba exhausta. Pero aquel grupo de hombres se había propuesto combatir hasta el final. Como relató el propio Walker tras la refriega, “nunca los españoles, y nadie en realidad, han luchado mejor con un barco como lo hicieron ellos”.

Toda la noche duró la encarnizada lucha y esta solo terminó cuando los artilleros repararon en que no había con qué cargar los cañones. Tras consultar con los oficiales y la marinería que seguía con vida, Mesía rindió el navío.

‘La captura del Glorioso’, lienzo de Charles Brooking.

El balance final de la odisea del Glorioso fue el siguiente: el barco español fue capturado y sufrió 44 muertos y 173 heridos. En contrapartida, se había enfrentado a un total de doce naves británicas, cuyas tripulaciones sufrieron 433 muertos y 352 heridos. Además, el Dartmouth fue pulverizado, el King George quedó para el arrastre y otros navíos se fueron con graves daños.

El himno de la Armada Española reza que en un navío español “tiene sus horas la hazaña y sus horas la obediencia”. La tripulación del Glorioso fue fiel a ambos principios: heroico hasta la extenuación y obediente en una rendición sin deshonra.

Imagen destacada: ‘Combate del navío Glorioso con el británico Dartmouth‘, por el pintor Ángel María Cortellini.

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