sábado, abril 27, 2024
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Soluciones, no problemas (I)

Durante mucho tiempo la crítica ha sido fácil, muchas veces inapropiada, y por qué no decirlo, exagerada, cainita o desproporcionada. El que suscribe, como todo hijo de vecino, no estará exento de la culpa o responsabilidad alícuota. Máxime si tenemos en cuenta lo que debiera implicar tener “tribuna”. Al menos éticamente la “carga de la prueba” debiera ser reclamada a aquellos que tienen un privilegio mayor de tribuna colectiva; si bien ahora las redes sociales encumbrar o igualan, por abajo, tanto a eruditos como a necios. Cosas de confundir libertad de expresión con otras cosas.

No me meteré en ese jardín dado que son como Legión los que podrían arrojarse a mi espalda, con razón o sin ella. Seré prudente o cobarde, no lo sé. Al juicio del lector lo dejo tras estos meses juntos.

El jardín que me trae hoy hasta ustedes, es una reflexión escuchada que no oída (la primera requiere atención y respeto, la segunda sólo no estar sordo) a un compañero de fatigas en estos temas de “resolver problemas”. Decíamos que criticar es fácil y lo es por que la crítica se centra sobre un desajuste o una circunstancia no resuelta como respuesta a una necesidad o problema. Es decir, es algo sobre algo parcial, mientras que resolver un problema, dar solución a una necesidad, “arreglar o mejorar una situación”, requiere cuando menos una visión holística, una acción completa en varias esferas o áreas que se relacionan de forma más o menos constante.

Criticar es fácil por que siempre hay desajustes en toda acción, es lo que en dialéctica se conoce como “antítesis”, y no, no lo inventó el marxismo; desde Plauto existe la relación entre una acción o pensamiento (tesis), el resultado positivo o negativo que necesariamente surge de su aplicación (antítesis) y la “solución” que se encuentra para superar las “fallas de lo propuesto” (síntesis); proceso que necesariamente es constante, se supone que de forma evolutiva para mejorar las cosas, aunque visto lo visto, esto está por demostrar.

Mientras criticar sea fácil, sin responsabilidad y gratuito, siempre encontrará un hueco calentito en nuestros corazones cainitas. Aportar soluciones requiere compromiso y arrojo, porque de seguro se sabe que habrá críticas, las más de las veces injustas por parciales, desmedidas por irracionales. Como decía Marco Antonio en la obra de W. Shakespeare ‘Julio César’, que ya citamos en otra ocasión: “Razón, cobíjate en los irracionales, ya que los seres humanos han perdido la razón”.

La frase “si no eres parte de la solución eres parte del problema”, aparte de ser una hermosa frase, lo que invita es a la reflexión y al compromiso de la propia acción. Y sí, sé que se le atribuye a Lenin, con lo que eso significa para muchos, pero no por ello deja de tener sentido en el momento que se produjo, si fue suya, y lo tiene ahora en momentos de crisis y nacimiento de ideologías bastante híbridas. Hace bastante leí un ensayo en el que se creaba un puente epistemológico bastante sólido entre posturas radicales nacidas en los años primeros del siglo XX, por si alguien cree que puede serle útil, lea “El Trabajador: Dominio y Figura” de Ernst Jünger; quizá entonces vea como ya en los años veinte se “rumiaban” todos los sucesos que ahora nos acechan escondidos para incitarnos al enfado: populistas, renacidos, exegetas del apocalipsis. Todos esperando el momento de gloria al que todos teníamos derecho según Andy Warhol. Algo que ahora con las redes se ha convertido en un momento casi permanente por depender de nosotros, lo que implica, con perdón, cierto onanismo primitivo.

¿Saben quién no se equivoca nunca? El que no hace nada, el que “se integra y mimetiza” de tal forma que nada chirría en sus palabras o leves acciones, porque siempre van acorde con “la marea, el sol que más calienta, o la moda emotiva del momento”. He de reconocer que, visto el aparente éxito que tienen los seguidores de esta “doctrina”, tanto profesional como personal, es para hacérselo mirar, no sea que realmente “ellos estén en la razón” y tengan esa inteligencia, que no por reptiliana, deja de ser ciertamente exitosa, a la luz de sus resultados. Conozco profesores universitarios y supuestos expertos en muchas materias que han interiorizado de tal forma esta forma de vida que son auténticos maestros del camuflaje y con grandes cuentas engrasadas.

Pero hay otra forma de hacer las cosas. Sí, ciertamente bastante costosa emocionalmente, de poco o nulo rédito económico, y un seguro camino de piedras para quien lo emprenda: criticar razonadamente habiendo “trabajado” para solucionar un problema, escuchar antes de hablar, pensar que el que tienes enfrente es un ser con razón (aunque tras escuchar a algunos sintamos que hemos perdido el tiempo o que hemos caído en manos de un prototipo de “cuñado embaucador”). Por eso muchas veces las figuras, muchas veces anónimas, que cambian épocas aparecen como por ensalmo cuando todo está en contra. No hablo de los salvapatrias de “oratoria fácil y convincente”, ni de los que desde su banqueta de bar “ven claramente cómo solucionar el mundo”. Hablo de los impelidos a la acción por motivaciones éticas, los acorralados que tienen que hablar cuando los demás callan, los que corren en dirección contraria a los que huyen de los problemas; los que en definitiva no pueden hacer otra cosa que decir ‘no’, oponerse a la Molicie, rechazar al Energúmeno, y hacerlo con las armas que nos dieron nuestros padres y el sistema. La Educación.

Por eso ahora entendemos por que el artículo 27 de nuestra Constitución fue el que más costó consensuar, por eso cada régimen de nuestra democracia (cada cambio de partido parece un cambio de régimen por dar la vuelta como calcetín a la sociedad y al Estado), intenta hacer su propia ley educativa. Pues bien, a pesar de todo, sigue quedando la opción de la cultura. Arma cargada de futuro, porque ya es la única que tenemos para oponernos.

Ahora ya entenderán mi posición, mi propuesta que desde este mismo momento les plantearé cada semana. Enfrentarnos a un problema y “disolverlo” en la medida de lo posible, con respeto y argumentando siempre bajo la premisa de que no llevo la razón, pero que al menos razonaré en lo posible. Tarea que sé no haré como debo, pero que intentaré “ajustar a derecho”. Como decía Miguel Torga en su poema ‘Depoimento‘, no espero vencer ni convencer, sólo espero que a otros les valga.

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