miércoles, mayo 1, 2024
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Miedos y vértigos en la era del conocimiento, por Fernando Cocho

El Emboscado

Vivimos en un mundo de Miedos, Vértigos y formas “sin aristas”, redondeadas, pero duras de “tragar”. Además, nos cuentan las cosas, en píldoras, para que “nos sean más fáciles de comprender, tragar y como son muchas, no pensemos críticamente.

No sé si es cierto que vivimos, o vivíamos, en la mejor de las épocas posibles: la medicina nos ayuda a vivir más años y mejor; lentamente parece que desaparecen de nuestras mentes ideas aberrantes y “nada aleccionadoras” que antes eran vistas como lo normal de la vida; parece que somos más solidarios que nunca gracias a los medios y a la “cultura del compromiso”; los techos de cristal que las mujeres tenían se van quebrando; los hombres pasamos de “ayudar en casa” a “compartir tareas”…

Pero me temo que una vez más las cosas no sólo no son lo que parecen, sino que son cosas diferentes. El Miedo ya no es a algo tangible y normal, la muerte, por ejemplo, ahora es algo inaprensible, difuso, difícil de explicar, que nos atenaza sin que podamos hacer nada para evitarlo. Ahora tenemos miedo a “que nos ocurra algo que no podemos nombrar”, a lo desconocido, a la pandemia, de la que vemos sus efectos; miedo a perder o que nos quiten lo “ganado con esfuerzo”, que normalmente fue con el esfuerzo de nuestros padres y nosotros lo hemos gestionado pesimamente, hasta el punto de perderlo por ser “vagos en la acción, lentos en la comprensión, y flojos en las acciones”. Tenemos miedo al que dirán y por eso nos movemos entre estar a la última y la corriente de pensamiento “predominante” (no sea que nos señalen como insolidarios). Vivimos en el miedo porque no tenemos certeza de nada, y las que tenían nuestros padres, se han desvanecido como un mal recuerdo o peor, son reivindicadas por “salva patrias” que nunca siguieron sus propias normas.

La flojera de pensamiento, el pensamiento gregario, la forma de hablar “para no herir a nadie no sea que manchen para siempre mi reputación o me clasifiquen”, es algo que está a la orden del día. Esta flojera nos da “vértigo”, nos apresura y nos turba el juicio. Lo que antes nos valía, por algún motivo, ahora renegamos de ello y borramos nuestras acciones u opiniones pasadas con un torrente de “estar al día y estar a la última”.

Lo malo fue siempre y será siempre algo pernicioso, y lo bueno algo beneficioso… pero ahora la realidad nos ha cambiado, somos “perfectos creyentes de la modernidad”, nada es verdad o mentira, todo depende del momento y del interés que prime en nuestra “sana y pulcra sociedad”. Ahora “comulgamos con ruedas de molino por que no nos acusen de viejunos o carcas”; cuando nos preguntan sobre algo escudriñamos la situación, el interlocutor, el entorno, quien nos escucha, si algo se graba, o si alguien con “poder mediático” nos apoya o no.

Hace poco cuando escuché esta conversación me quede un poco perplejo. Dos personas hablan, y la más joven le pregunta al mayor: ¿Cómo ha llegado a su edad con felicidad y salud mental?; a lo que responde sin dudar: “Trabajando, siendo honesto y no perdiendo el tiempo en tonterías, con idioteces o idiotas, la vida es muy corta”, a lo que el joven como resorte preparado le espetó : “no creo que eso sea la felicidad estás equivocado”, el viejo le miró y sólo respondió con un breve “pues tendrás razón”. El joven henchido de orgullo por poder aportar su perfecto discurso de “manual de autoayuda de bloguero” le enumeró con una gran lista de cosas y sucesos y datos, que demostraban que el anciano estaba equivocado, fuera de honda, era un carca y además un poco senil por no preocuparse de las cosas importantes, como el cambio climático, el nuevo orden mundial, las Fake News, lo ladrones que son todos los políticos, apresurándose a urdir una retahíla de “tópicos” sobre todo y sobre nada. El anciano, escuchó pacientemente, y cuando el joven terminó, se levantó le dijo “se feliz” y se marchó.

Vivimos en un mundo lleno, tan lleno que parece temer que exista el espacio “vacío” para la reflexión como los medievales temían el vacío al asimilarlo con la nada. Ese “horror vacui” ahora lo llenamos con cultura de Wikipedia, de tertulias de mañana/tarde/noche, y con las reflexiones de los famosos de turno que se han entregado a su público explicando hasta sus detalles de higiene más íntimos… porque tenemos miedo, pánico, a que algo no nos venga dado ya “precocinado y listo para calmar nuestro vértigo”.

No es que la Wikipedia sea algo malo. Un lugar de aportación de conocimiento creado comunitariamente para dar respuestas iniciales a las dudas sobre cualquier cosa es a priori algo bueno, es el hilo del “maestro” que según nuestra personalidad nos va sugiriendo un camino para formarnos un “criterio inicial sobre algo”. Pero si nos quedamos siempre en ese nivel, nada sabremos, para estar de acuerdo o criticarlo porque no nos satisface, para poder llenar ese hueco que nos genera vértigo.

En lugar de esta actitud, preferimos que nos llenen rápidamente el hueco del miedo con la información estructurada que sea, y así no tendremos ni miedo, ni vértigo… a la espera de la siguiente “píldora” que sacie nuestro siguiente “miedo, calme el vértigo y nos haga felices ante nuestros semejantes”. No hay tiempo para la maduración, nos tragamos la realidad cruda, no sea que me pregunten y no esté “a la última”.

No importa el error o la mentira, si esta llega ya vendrá la respuesta preparada que sin rubor aceptaremos como nueva “verdad” (rectificar es de sabios, pero mudar de opinión tanto…).

Al final desde la distancia de mi matorral, encaramado a mi pequeño arbolito, cuando miro por la mira no veo más que un mundo profuso en “rarunos”, que se me parecen más a los cuadros de El Bosco  que a lo que se supone una sociedad en red o bien informada. Sin embargo, cuanto más “raro o estrafalario” más parece que nos engancha, por miedo o por vértigo. Ver gente por la calle con “máscaras antigás” militares, compradas Dios sabe dónde, o gente auto justificando su rechazo (eso sí de toda la vida, aunque sea nuestra tienda de referencia), a una etnia determinada por ser el origen de la Pandemia; o pidiendo que los políticos sean los primeros en “probar en si mismos” la primera vacuna… no nos dice otra cosa, que aparte de ser como el joven del que antes hablaba, vivimos vertiginosamente, acumulando experiencias, pensamientos, ideas u opiniones avaladas por “nuestros gurús de pantalla de plasma”, para no sentirnos vacíos y con miedo a tomar decisiones.

Cuando un grupo, un colectivo, una sociedad, tiene miedo, poco tiempo para la reflexión y además se cura del vértigo leyendo libros de “autosanación”, significa que ya la posmodernidad ha triunfado y nuestros líderes, nada posmodernos, nos “guiarán en nuestras opiniones”. Por cierto, sus hijos no ven la tele, no usan tecnologías sin supervisión, no se enzarzan en discusiones identitarias y sobre todo leen bajo directrices muy definidas marcadas en un tiempo muy definido. Vamos, que ya tenemos nueva élite en marcha. Élite sobre los hombros de sus congéneres, a los que deben guiar, desde sus urbanizaciones, con sus cuentas saneadas, sus círculos de influencia heredados y sobre todo donde nacen ya en el nivel en el que el medro no es necesario puesto que ya conocen su posición.

¿Y quién no tiene miedo o vértigo?, Nadie, por supuesto. Ambas cosas son propias de la identidad humana: la duda, el temor al error, la búsqueda del origen de las cosas, el asombro y el mareo cuando llegamos a una certeza… todo eso nos hace humanos. Pero quizá deberíamos empezar a pensar que no existe ya eso que llamamos humanos y sólo son trasuntos  platónicos , mal encarados de una nueva especie: “el homo inaprensibilis”.

Aviso a Navegantes: no luchéis, no hay esperanza ahora, ahora toca la introspección, si nos dejan, y sobre todo hacer acopio de libros (aun se puede, no están mal vistos), aunque sea en lector digital. No toca señalar con el dedo puesto que ellos van cargados de razón. No toca más que esperar a mejores tiempos y mejores oportunidades en las que se vuelva a confiar en el vecino y se vuelva a hablar de lo que de verdad importa.

Pero quizás esté equivocado y yo mismo no sea más que un trasunto de emboscado que cree no tener miedo y vértigo ante el futuro, con ideas claras… quizá yo mismo sea el ejemplo del joven del relato del principio y no me esté dando cuenta de que critico lo que soy yo mismo. Quien sabe, como Augusto y el perro Orfeo de Unamuno, sólo seré un pensamiento.

 

 

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