sábado, abril 27, 2024
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La crisis de los correos de Biden

Hace unos años en este mismo periódico, estuve escribiendo sobre los tejemanejes de Hunter Biden en Ucrania (caso Burisma) y en China. Casos que estaban siendo publicados en los grandes periódicos de Estados Unidos, y que implicó una serie de comisiones del Congreso de los Estados Unidos (el Comité de Finanzas, que también escribió al Departamento del Tesoro, y el Comité de Seguridad Nacional y Asuntos Gubernamentales iniciaron una investigación contra Hunter Biden).

Todo esto viene de los actos que, presuntamente, hizo el hijo del presidente Joe Biden cuando este se desempeñaba como vicepresidente de los Estados Unidos en lo que podríamos determinar como un caso de presunto tráfico de influencias y nepotismo, por desgracia muy común en la vida política del mundo entero, que implicaba a Ucrania y a China.

Estados Unidos siempre se mostró como el país de las oportunidades y donde no se toleraban actos de uso de influencias, cosa que dista mucho de la realidad si atendemos al historial reciente no sólo con Biden y su hijo sino con la influencia del “yernísimo” Jared Kushner en la era Trump.

Dicho esto, la realidad es que las esferas de poder en Estados Unidos estaban en guerra. Trump había ganado y estaba reconstruyendo un mundo necesario para Estados Unidos: cerró el conflicto con Rusia manteniendo un respeto distante con Moscú, intentó seguir atando en corto a la UE con el tema del gas, trasladó la embajada a Jerusalén tras reconocer la capital de Israel como tal y selló una serie de acuerdos entre el Estado Judío y diversos estados árabes en la mayor normalización política de Oriente Medio con el gobierno israelí.

Cerró el tema sirio reconociendo la victoria de Bashar al Asad, que quedaba en la esfera rusa, que contenía al díscolo Erdogan y dejaba las cosas claras a Irán. Ataba en corto y calmaba (que no pacificaba, son cosas muy distintas) Oriente Medio y el tema ruso para volverse a su gran rival y cada vez mayor pesadilla: China.

La guerra interna estaba servida y los norteamericanos son de lanzar dardos envenenados: el mundo progresista vinculado a la extrema izquierda woke hizo la guerra mediática y cultural criticando duramente las medidas de Trump e iniciando las revueltas apoyando a grupos armados como el Black Live Matter a través del control de los medios de comunicación y redes sociales.

Las esferas de poder político del Partido Demócrata y ciertos elementos del establishment norteamericano cerraron filas contra Trump y comenzaron a realizar labores de acoso a través de la difusión de noticias sobre una posible confabulación entre el expresidente y Rusia para dominar Estados Unidos, acusaciones de racismo, xenofobia y crítica de su vida pasada como empresario, showman y playboy que hizo que durante años fuera impopular a nivel mediático.

Sin embargo Trump, como en su época Reagan, representa al ciudadano norteamericano medio de las clases sociales media-alta y media–baja, de las zonas periféricas y de las ciudades medianas, es decir: los verdaderos Estados Unidos. Debido a la fortaleza del Trump y la esterilidad de los esfuerzos realizados contra él (que implicó un intento de destitución por abuso de poder y obstrucción al Congreso). Este primer acto, que duró desde septiembre de 2019 hasta febrero de 2020 tenía que ver con la denuncia de una persona anónima que denunciaba a Trump porque había presionado a autoridades ucranianas para que investigaran a Hunter Biden por actos relacionados con el caso Burisma.

En marzo de 2020 el caso concluyó de forma favorable para el expresidente. A partir de ese momento comenzó a salir una cantidad de información sobre Hunter Biden que implicaba a la Administración de Obama y las labores de su padre. Sin embargo, en los correos actuales que se están publicando lo que se está demostrando es que hubo un contubernio para parar la noticia y que implicó un trabajo a varios niveles:

Desmentido de la historia de forma violenta;

Silencio de los medios de comunicación sobre el presunto escándalo;

Censura por parte de las empresas poseedoras de las redes sociales.

¿Objetivo? Evitar a toda costa que la noticia saliera a la luz y, en caso de hacerlo, que existiera la capacidad de anularla mediante la censura tecnológica a fin de no dañar la carrera electoral de un impopular Joe Biden que se mostraba anciano, con aspecto de fragilidad y que constantemente daba muestras de senilidad frente a un Donald Trump cada vez más fuerte, muy criticado por sus declaraciones, sacadas de contexto y exagerándolas para ridiculizar al presidente a fin de hundir su popularidad.

Sin embargo todo esto casi fracasa: frente a las pruebas proporcionadas sobre los correos de Hunter Biden por parte de Rudolph Giuliani, abogado de Trump, se acusó de que las pruebas eran falsas o que habían sido elaboradas por la inteligencia rusa dentro de las acusaciones manipulación electoral en Estados Unidos por parte de Rusia. El objetivo era desacreditar la posición de Trump y para ello no era suficiente la estéril campaña de ridiculización mediática y de acoso; las tecnológicas censuraron y bloquearon la cuenta del New York Post, el periódico que había destapado el asunto Hunter Biden, durante dos semanas al no retirar el contenido y se bloqueó la referencia a la noticia por parte de usuarios normales o que pudiera ser compartida de forma privada.

La razón, hasta el último momento, era acabar con Trump como fuera para que Joe Biden llegara al poder sin que le salpicara los negocios de su hijo. Para ello debían actuar de forma coordinada para silenciar la investigación y minar la imagen del Presidente debido a que no habían podido destituirle. Su segundo proceso de destitución fue en 2021 por incitación a la rebelión tras el asalto al Capitolio, fue absuelto aunque el objetivo era evitar una vuelta de Trump a la política (conociendo al expresidente, una opción más que posible). Hasta tal punto llegó la saña para acabar con él que incluso su cuenta oficial de Twitter fue borrada.

A día de hoy, más allá de la vulgar y presunta corrupción de Hunter Biden, deberíamos reflexionar sobre el poder increíble que pequeñas cúpulas de poder más allá de las siglas de un partido (porque contra Trump actuaron funcionarios del estado y miembros del propio Partido Republicano) poseen y como manejan de forma dictatorial a toda una corte de poderes mediáticos (televisión, periódicos, redes sociales) para silenciar y manipular de una forma total a las masas para lograr sus intereses de una forma torticera, inmoral y, sobre todo, antidemocrática.

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