martes, marzo 19, 2024
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Cuando se está «A por uvas»

Llevaba semanas preparando mi salida de esta semana de mi emboscadura, tenía señalada una «derivada» que me parecía de interés… y de nuevo, lo urgente cede ante lo importante. Cuando leo, me informo y pregunto, sobre ese nuevo «virus» que, como la moda, parece afincarse en nosotros cada trimestre, no queda otra que poner algunas cosas negro sobre blanco.

En este enésimo ataque desde ese quinto mundo que es el Ciber, en el que toda nuestra existencia está documentada, cae la «maza» sobre nada más ni menos que el Ministerio de Trabajo. Hay algunas cosas que deben decirse de forma clara no sea que el ansia de titulares o de «torpedear a la administración actual» nos lleve por derroteros poco seguros y ciertamente pantanosos. No seré yo el osado que conjeture ni el origen, ni el fundamento del ataque mismo o sus «instigadores». Como Doctores tiene la Iglesia, Forenses y expertos en seguridad tiene el CCN, siglas del Centro Criptológico Nacional, encargado de la protección, salvaguarda y «contramedidas» ante este tipo de actos o ciber amenazas. A ellos me confío.

No me adentraré hoy en esta espesura de si hay gobiernos detrás, instituciones o colectivos interesados (a saber porqué motivos), que optan atacar los sistemas esenciales de atención a la ciudadanía. No es objeto hoy de esto, por ser prolijo, muy complejo y ciertamente peliagudo. Si pensamos que somos un objetivo constante de «intrusiones», y dentro de nuestros equivalentes Estatales, de los más atacados en número (que no en acierto, ni en peligrosidad, ni en coste directo), sólo hay tres derivadas:

1) O hay intereses muy fuertes, de gran poderío económico, técnico, y con esmerada paciencia, centrados para bloquear las capacidades de respuesta de nuestro Estado y generar desatención en otras áreas.

2) O alguien cometió en su momento, consciente o inconscientemente, voluntaria, involuntaria, remunerado o no, la torpeza de «enchufar al sistema lo que no debió».

3) O peor aún, alguien desde dentro tiene el objetivo de socavamiento de los resortes del Estado (que no Gobierno),  sea por motivos de probar sus capacidades, sea para lograr dinero, sea para por su medio sí socavar al Gobierno para «fines» que quedan para el resto de los mortales ocultos.

Sea como fuere, no duden que se sabrá, no duden que se «rastreará su origen y posibles intenciones o connivencias». Pero igualmente no duden tampoco que no trascenderá el resultado en su totalidad, y que lo que trascienda lo será «sesgado», de forma controlada y, por supuesto, sin señalar de forma determinante a nadie. Así funciona el sistema, así se actúa en Inteligencia, y así del mundo de operaciones físicas se ha pasado al mundo de las operaciones «informáticas». Mientras no cambie la ley de secretos oficiales que ampara este tipo de información, nada puede cambiar. Y no seré yo el que pida que se cambie de golpe, a lo tonto y a velocidad de «flash» para quedar bien ante un electorado al que se le ha escamoteado durante décadas la formación en estas cosas y no sabe de «qué va la vaina», más que por cuatro libros novelados. No debemos caer en la demagogia de los que demandan libertad cuando lo único que les interesa es hacer un «Sálvame» con papeles concretos, bien sea regios, bien sean de acontecimientos luctuosos. Lo malo de hacer una mala desclasificación es que salen papeles «morbosos», pero también papeles que delatan cosas de «el gran juego» que sólo interesa saber a la competencia económica del país.

Pero como decía, no era este mi motivo real de atención en este caso. Dejo para los expertos del CCN la conclusión de las acciones y pesquisas. Sé de su buen hacer, de su más que reconocida capacidad intelectual y técnica, a pesar de lo ridículo de su presupuesto, dotación personal, medios, y penetración o conocimiento sobre su labor en la sociedad. Nada digo que no se pueda ver en el BOE. Lean los presupuestos destinados a esos menesteres y luego quizá a muchos se les abran los ojos, cierren las bocas y empiecen a «conocer de verdad a sus servidores públicos».

Y de esto sí va mi «vaina» hoy. Criticamos constantemente, fruto de un remordimiento ancestral y cierta justificada aprensión por pasados históricos, a todo lo que suene a «Estado», a todo lo que suene «Función Pública». Cierto es que las formas de acceso, los procesos de ascenso, los sistemas de control y sobre todo la misma carrera funcionarial, tiene defectos que la hacen ser poco menos que un «cadáver decimonónico». Pero no es menos cierto que hay muchos, buenos, formados y motivados funcionarios que intentan hacer bien su trabajo, cumplir con sus obligaciones y asistir a la ciudadanía… hasta que las directrices políticas, los propios compañeros, las viejas guardias, los «vuelva usted mañana» o «me pagan por venir, si hay que trabajar lo negocio», te hacen que, si deseas sobrevivir laboral y mentalmente, claudiques e incluso te conviertas en lo que seguro no deseabas. El «te integras o te desintegras» prima en todo clima laboral y el funcionariado no está exento, máxime cuando «los matones» tienen garantizada su existencia.

El deseo legitimo de tener un trabajo para toda la vida, en ocasiones hace que mucha gente busque la seguridad en un lugar plagado de «vicios laborales y servidumbres políticas». Ese es el mal de la función pública española: la incapacidad de generar mecanismos de mejora y reforma de forma ágil y eficiente; los miedos ancestrales a los «cambios» que hacen que se aferren al «procedimiento administrativo» y al «póngamelo por escrito». Bueno, menos en Hacienda, en Tráfico y en algún departamento recaudativo que siempre está a la última para poder «hacer sobrevivir a las ansias de los políticos que necesitan permanente financiación».

Los recursos e inversiones no se pueden hacer a golpes de telediario o crisis. Sólo se puede hacer con previsión y con tiempo, con criterios técnicos y sobre todo mirando hacia el ciudadano, no hacia preservar los privilegios de «casta» que vive de esperar la propina del Poder Ejecutivo.

Les daré tres pequeños ejemplos sin dar muchos detalles para que «los malos» no encuentren brechas para ganarse unas decenas de miles de euros al día.

Existe una rama completa de la administración que sigue usando como sistema operativo el Windows XP en sus tareas diarias, siendo que este dejó de tener mantenimiento y «parches de seguridad» hace ya mucho tiempo.

Existe todo un negociado/departamento en el que la totalidad de las tareas administrativas no se hacen con ordenador e impresoras, porque: «… en las bases en las que saqué la oposición no estaban los ordenadores y por tanto no me pueden forzar a nada que no esté contemplado en lo que se me exigía». Se apeló a la ley por parte de un «bisoño que quería mejorar las cosas», y los susodichos apelaron a los Sindicatos para defensa de tamaña «opresión»; se dieron la baja en grupo por estrés y acoso laboral… y ganaron en tribunales los «neoluditas». El «Bisoño» aprendió la lección y ahora goza del amor de sus subordinados, que lo serán durante los próximos años. Pero tranquilos, a esos/as funcionarios/as les deben quedar sólo una década para jubilarse.

Por último. Cuando una funcionaria se negó a falsificar un acta para que su «jefe» tuviera la titulación para el concurso de ascensos y lo denunció a sus superiores… fue condenada por revelación de «datos privados» y expulsada de la función pública.

Cierto es que son casos excepcionales, pero como en el Marketing y en las ventas: «un cliente satisfecho se lo dice a una persona, un insatisfecho a diez» y así se marca la imagen de una empresa. En este caso la función pública.

Por tanto, habrá más problemas por culpa de malas praxis, por grupos A1 y jefes de servicio negligentes o «buenistas», por falta de recursos adecuados que los técnicos piden. Pero sobre todo habrá más problemas por que sencillamente la función pública hoy sirve a otros intereses diferentes a los de la ciudadanía. La solución no es acabar con la función pública en un mundo de cambios permanentes y provisionalidad en todos los ámbitos, porque es la que dará sustento de continuidad en los servicios y necesidades de la ciudadanía ante los cambios de gobierno.

La solución es despolitizarla, profesionalizarla más, dotarla de un plan a largo plazo de modernización lenta pero progresiva, y sobre todo dejando de estar «A por uvas» mientras los Barbaros siguen a las puertas.

Le recomiendo la lectura diaria de un poema de Constantin Kavafis que se llama «Esperando a los Barbaros», pónganlo en «San Google» y entonces entenderán esta emboscadura semanal.

Confío en el CCN, confío en la Función Pública, me gustan las uvas, pero no es momento de distracciones.

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