domingo, mayo 5, 2024
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Columnismo estival

Una de las cosas que más me gusta del verano es que muchos columnistas dimiten de sus funciones y sus columnas, antaño vertebradas en torno a temas de actualidad y orientadas al clic, devienen reflexiones sobre el ritmo de vida sosegada propio de la estación o descripciones de la playa, el mar y el atardecer. Uno escruta las secciones de opinión entre julio y agosto y encuentra, en lugar de diatribas contra Pedro Sánchez, pequeñas piezas artísticas, literarias, hasta filosóficas, que mezclan imágenes y recuerdos y metáforas. Así, ese columnista que en mayo echaba espumarajos por la boca mientras nos contaba que sí, que sabía de buena tinta que Putin estaba a punto de morir y que menos mal, es capaz de sorprendernos en julio con un relato sobre los pájaros que amenizan sus mañanas estivales; y ese otro que lleva desde noviembre dando la turra con el socialcomunismo nos regala de pronto una reflexión sobre la importancia de orientar la política al bien común.

Estoy exagerando, sí, pero entiéndase; lo que quiero decir es que el verano es capaz de alterar la mentalidad de los jefes de opinión, cuya inquietud por lograr clics cesa milagrosamente, de dulcificar la labor de los columnistas, pues quedan liberados de la onerosa carga de estar pendientes de la actualidad, y de entusiasmar a los lectores, que pueden cambiar los panfletos habituales por otro tipo de columnas. Y basta un vistazo a cualquier periódico para darse cuenta.

En este sentido, el verano nos devuelve lo mejor del columnismo en una época poco propicia para el género. Adviene como para recordarnos que los hay que se interesan por cuestiones más humanas, menos morbosas, sin un titular atractivo, y que hasta hace no tanto aquí se leía con fruición a Pemán, a Camba y a Plá incluso cuando hablaban de la nieve en Cádiz, de la comida en Londres o de un sencillo viaje en autobús. Y ellos ya no están, claro, pero han creado escuela. Si uno lee la columna de Julito sobre su vida en Cantabria, la de Prada sobre el derecho natural y la objeción de conciencia, la de Ana Iris sobre la maternidad, la de Máiquez sobre la melancolía, la de Esperanza sobre la elegancia, la de Marín-Blázquez sobre la gratitud, la de Peláez sobre el veraneante español y la de Contreras sobre Fuengirola terminará por darme la razón. Y deseará, todavía con más ahínco, que no termine agosto.

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