viernes, abril 19, 2024
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Trece minutos que cambiaron la historia

Los nacionalsocialistas ascendieron al poder el 30 de enero de 1933, cuando Paul von Hindenburg entregó la cancillería de Alemania a Adolf Hitler. El partido nazi implantó un régimen totalitario cimentado en el nacionalismo exacerbado y la creencia en la supremacía de la raza aria germana. Alemania fue anexionándose territorios como la región del Rin, desmilitarizada tras el Pacto de Locarno de 1925, los Sudetes y posteriormente las regiones de Bohemia y Moravia en Checoslovaquia. Nadie podía parar las ansias expansionistas de Hitler. Tras el pacto de Múnich de 1938, Francia y Gran Bretaña pensaron, de manera inocente, que todo aquello terminaría. Los tambores de guerra volvieron a resonar en Europa en septiembre de 1939, cuando Hitler decidió invadir Polonia para ampliar su Lebensraum (espacio vital). Daba así comienzo el conflicto bélico más sangriento de la historia de la humanidad.

En este contexto, parecía que la disidencia interna del Tercer Reich estaba controlada: la Gestapo y las SS se encargaron de acallar todo tipo de movimiento contrario al régimen. Pero el día 8 de noviembre de 1939, un “lobo solitario” se propuso cambiar el rumbo de la historia. Georg Elser nació el 4 de enero de 1903 en Hermaringen. Hijo mayor de un agricultor y comerciante de madera, aprendió el oficio de carpintero muy joven y trabajaría en diversos lugares en Alemania y Suiza. En 1933 se unirá al Partido Comunista Alemán (KPD) y se opondrá firmemente al régimen nazi. Elser sabía que tras la invasión de Polonia la guerra en toda Europa era algo inevitable y que la cantidad de vidas humanas que acarrearía sería algo catastrófico. Por ello, decidió pasar a la acción y emprender un atentado contra no solo Adolf Hitler, sino toda la cúpula del régimen nazi

El día elegido sería el 8 de noviembre de 1939, en la cervecería Bürgerbräukeller, en Múnich. La elección de ese lugar no era casual, se conmemoraba el Putsch fallido de 1923 por parte de los nazis. Hitler daría un discurso en el estrado frente a cientos de militantes, rodeado de la vieja guardia del partido. Georg Elser comenzó a trabajar en el plan en 1938, recogiendo materiales para la bomba de sus lugares de trabajo, como la cantera de Königsbronn, donde recogió más de 100 cartuchos y 125 detonadores. Elser pasaría escondido muchas noches en la cervecería para planificar al milímetro cada detalle del atentado, nada podía fallar. El día 3 de noviembre colocó la bomba en uno de los pilares maestros del edificio y el día 6 activó los relojes para la detonación. 

Finalmente llegó el día esperado: el 8 de noviembre, Hitler llegó a Múnich. Es en este momento donde los azares de la historia provocarán un acontecimiento asombroso. El plan inicial era que Hitler comenzara su discurso a las 20:30 hasta las 22:00 y la bomba de Elser estaba programada para explotar a las 21:20. El canciller alemán tenía pensado volar esa misma tarde a Berlín en su avión personal, pero su piloto, Hans Baur, le recomendó no hacerlo por las malas condiciones atmosféricas producidas por la niebla. Esta situación hizo cambiar el plan de Hitler, teniendo que recurrir al transporte ferroviario para volver a la capital. Debido al horario, el discurso se acortó, terminando a las 21:00. Veinte minutos después, estallaría la bomba, derrumbando todo el techo del edificio. Fallecieron ocho personas y sesenta y tres quedaron heridas. Si Hitler no hubiera abandonado el estrado unos minutos antes de lo previsto, hubiera muerto casi con total seguridad

Inmediatamente después del suceso, la maquinaria propagandística de Goebbels se puso manos a la obra. Aseguraban que había sido un plan concebido por la inteligencia británica y el Frente Negro de Otto Strasser, un grupo de oposición interno del nacionalsocialismo. La misión del régimen era crear el caldo de cultivo para que la población alemana viera con buenos ojos la inminente guerra contra Francia e Inglaterra. La prensa extranjera, en cambio, difundió la idea de que habían sido los propios miembros del partido, en un movimiento de falsa bandera, los que habían orquestado el suceso, situación similar al incendio del Reichstag de 1933. 

La misma noche del atentado, Heinrich Himmler crea una comisión especial para encontrar a los autores del crimen. Alrededor de las 8:45 p.m. del día siguiente, dos funcionarios detienen a Elser en la aduana para llegar a Suiza. Los elementos para la fabricación de un artefacto explosivo que encuentran en los bolsillos de su chaqueta son demasiado sospechosos para pasar desapercibidos. La Gestapo lo encarcelará en Múnich, donde será interrogado y torturado. Elser confesará todo el plan, y, aunque Himmler será reacio a creer que actuó solo, finalmente creen su versión de los hechos. Será encarcelado como “prisionero especial” en el campo de concentración de Sachsenhausen en 1941 y posteriormente será trasladado al de Dachau en 1944. 

En abril de 1945, el Tercer Reich estaba acabado. Las tropas rusas estaban sitiando Berlín y Hitler y su círculo interno estaban acuartelados en su bunker. Hitler ordenará el día 5 eliminar todos los “prisioneros especiales”, entre los que se encontraba Elser. El día 9 de abril de 1945, el oficial de las SS Theodor H. Bongartz ejecutaría a Georg Elser de un tiro en la nuca.

Así terminaba la historia de este fascinante personaje, un humilde carpintero que intentó evitar el abismo de la Segunda Guerra Mundial. El suceso no salió a la luz hasta la década de 1960, cuando el historiador Lothar Gruchmann encontró las actas de los interrogatorios en los archivos del Ministerio de Justicia. Finalmente, en la década de 1980 y 1990 la memoria histórica de Elser fue debidamente reconocida. Varias plazas, calles y escuelas llevan su nombre, y se han escrito varias publicaciones sobre su figura. Un personaje que ocupará un lugar en los libros de historia para siempre. 

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