jueves, abril 25, 2024
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Solapamiento entre realidad e imaginación

La mitad de las frases que nos gusta enunciar, son sonoras, bien articuladas y de métrica cuidada, pero son poco atendidas o entendidas. Cuando lo son, ya es tarde para esa generación que sufre la sordera de los conceptos, y la fenecida de manos trémulas, que tuvo en sus actos que las cosas cambiaran, prefiriendo la vida de la “Dolce Far Niente , no en lo que tiene de pensar y reflexionar sobre lo acontecido y los actos siguientes, si no la parte del “ocio sin excusa”, seguir la máxima “para qué hacerlo hoy si mañana será mejor momento”.

Hay tantos errores que generación tras generación se acumulan en los anales de la “estulticia humana”, que muchas veces te hacen dudar, no sólo de la capacidad del Homo Sapiens para recuperar la memoria, si no ser de capaces de recuperar las veces que se nos advirtió de algo, vimos “señales” en cada palabra dicha o escrita, y a pesar de contar con elementos de juicio se prefirió la “inmovilidad y la espera a que amaine la tormenta”. La dejadez de las últimas tres décadas por parte de los últimos de la generación precedente, así como los cada vez más decrépitos signos de senectud de la actual en el poder, hacen que los venideros, sean X, Y, Z o cualquier otro acrónimo, estén mudos y atados de pies y manos por la “siembra del sistema de sus padres”. 

Permanentemente vivimos en un mundo especular, de lo que pudo ser y no fue, de las posibilidades perdidas por falta de criterio. Siempre digo que es mentira que vivamos en un mundo sin valores; lo que sucede es que no tenemos un criterio “primario” por el que decidir que algo es correcto o incorrecto. Quizá el exceso de valores, pero no una “tabla de medir los mismos”, sean parte de la causa de tanta supuesta frivolidad existencial. 

Lo más probable es que se solapen dos mundos, dos realidades, dos formas antinómicas de resolver un problema, y que siempre triunfe la de logro más inmediato y de rentabilidad volátil. Cuando tengo una presa de estos rasgos, me da pena abatirla desde la espesura, no sólo por que no sabe de donde le viene el “golpe”, si no porque en su postrera mirada sólo hay incredulidad para lo que le acaba de ocurrir. Lo cual es aplicable a todo campo, todo nivel jerárquico, y político… y por supuesto a toda norma social: “no sabemos lo que nos pasa y por qué nos pasa, no tenemos herramientas para describir y modular el presente, quedando al albur de la suerte estar arriba o abajo de la tortilla que periódicamente damos la vuelta”.

En el mundo se solapan la imaginación y la realidad, se mezclan entre vapores de las modernas absentas lo que es posible, lo que imaginamos, lo que de verdad ocurre. No escuchamos ensoberbecidos con suficiente paciencia las aportaciones de la historia, no leemos las documentadas crónicas de sucesos pasados, y no damos importancia a los “avisos” que nos dan aquellos sofisticados sistemas con los que predecimos los cambios en la bolsa o en la cotización del trigo. No es que sólo sea un arcano al alcance de unos pocos que por cuna, suerte o puro azar conozcan los mecanismos de “supervivencia” en nuestro mundo, y que evidentemente se reservan anunciar por aquello “del valor de lo escaso y la rentabilidad de la exclusividad informativa”. No hago más que escuchar a gente de grandes puestos y anclados en los resortes de poder fáctico que pueden cambiar las cosas, mentir de forma tan descaradamente convincente, que no hay por menos que aplaudir. Sobre los que cae un halo de infalibilidad tremendo, de los que sabemos que nos mienten, pero que gozan de crédito por que se les supone bien informados.

Lo sorprendente es que nos logran engañar, engatusar, o lo que es peor: necesitamos que nos engatusen ante la incomprensibilidad del mundo en el que vivimos. Cada vez necesitamos más que los deseos se solapen con la realidad que ocurre. Y si como decía el viejo George Berkeley: “el ser de las cosas consiste en ser percibidas como el ser de la mente consiste en percibir”, lo que vemos es que configuramos la realidad y nuestro mundo según queremos que sea, no según es. Comportamiento habitual el de la mentira si queremos avanzar en el cada vez más complejo mundo de intereses cruzados y de sentimientos poliédricos. 

Los engatusadores obran su milagro por el prestigio de un uniforme o un título con estrellas que confiere una “capacidad ontológica” de decir obviedades, o de que nos creamos que, por ciencia infusa al llevar un cargo, uniforme o voz engolada, llevan razón en todo lo que dicen. Cuando frecuentemente son refritos de otros, plagios sin permiso al amparo de su puesto, cuando no promesas propias de “sirenas”, o son elucubraciones sacadas de revistas sensacionalistas. 

Se vive muy bien en el solapamiento entre realidad y ficción. Que podríamos estar un día entero cantando sus alabanzas y no avanzaríamos nada. Mucho pesebrista. Mucho adulador en cenáculos de poder. Y sobre todo mucha pobreza moral y ética en los sujetos que mantienen los resortes cuales titiriteros o trabajan para egolatrías personales. 

Por eso de vez en cuando debemos “disparar al aire” para demostrar quien manda y que nos queda un poco de dignidad. Líbreme en código penal de decir que se debe eliminar esas “ínfulas imaginativas” por usos coercitivos al margen de la ley, el orden y la constitución.

Malos tiempos para solapamientos: Refugio de truhanes y de buscadores del medro. Ellos tienen el poder de convocatoria; a nosotros nos queda la Zapa y delatar donde se pueda a los “malos gurús”.

Máxima de Emboscado: cuanto más veas que alguien renuncia a algo, es que es lo más deseable para él o ella. Cuantas más veces critique el medro, es que está al acecho para lograrlo por cualquier medio y que ·rehusará de las alabanzas si no vienen acompañadas de un título, puesto o reconocimiento.

En el mundo de la imaginación todos nos creemos solucionadores de los problemas de la galaxia, siendo la realidad que se está haciendo tiempo para entender lo que se le pregunta. Y mientras con juegos de manos y algún titulo que suene bien entretienen la imaginación, no será la realidad la que permitan que les estropee un ascenso o un merito (no merecido). 

Como en el chiste del periodismo: “no permitas que la verdad te estropee una buena noticia”; en nuestro caso sería: “no permitas que la realidad te estropee un sueño colectivo en el que tú salgas bien parado”.

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