viernes, marzo 29, 2024
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Sobre quedarse en España y otros peligros

He comentado alguna vez en Twitter que debemos valorar la posibilidad de abandonar España de inmediato. Siempre lo he hecho a altas horas de la madrugada, lo cual no implica que no estuviera totalmente sobrio. He recibido muchas respuestas de gente que se lo está planteando o que ya ha salido por la frontera. De este último grupo creo que no me he encontrado un solo arrepentido. Alguno incluso aseguraba que emigrar había sido la mejor decisión de su vida. Entre ellos, un seguidor me comentaba que él decidió irse en el momento en el que entendió que el país pendía de un hilo y que ese hilo era un señor de Pontevedra. Yo le dije que realmente había nacido en Santiago, pero este seguidor mantuvo que su decisión había sido la correcta.

Recuerdo también que un veterano exconcejal del PSOE de Burgos, creyendo que yo emigraba y deseándome lo mejor, me dedicó un amable “hasta nunca”. Da gusto cuando hay vocación de servicio al ciudadano (no doy el nombre del individuo, se le subiría a la cabeza).

Advierto aquí a mis más poderosos enemigos: a los que queréis que me vaya, no me voy, me quedo, me voy a quedar. Las circunstancias no son las óptimas para mi huida, por desgracia. Pero no saben ustedes bien lo que envidio, por ejemplo, a los youtubers que campean por Andorra. No solamente por el aire puro o los impuestos (que también), sino por la tranquilidad (que es lo que más se busca), por el silencio político, por ver este circo de país desde la distancia, desde lo alto de la montaña, lejos de cualquier peligro.

La última oportunidad perdida

Llevamos demasiado tiempo en el alambre, haciendo equilibrismos. Y no hace mucho, los españoles le dimos una generosa mayoría absoluta al citado señor de Pontevedra. Pero su gobierno se dedicó casi en exclusiva a intentar encarrilar económicamente el país, desatendiendo muchos otros asuntos, entre ellos, la guerra cultural. 

Mientras tanto, espoleada por numerosos casos de corrupción populares, la izquierda se dedicó a asegurarse de que ese Gobierno no durara demasiado. Realmente, empezaron a asegurarse de que Rajoy sería breve cuando, gobernando los socialistas, dispararon el déficit (y el paro), algo que forzó al Gobierno del PP a hacer recortes (exagerados por la prensa). Esos recortes sirvieron en bandeja a la izquierda cuatro años de campaña de acoso y derribo.

Para adornar la salida de la crisis económica nos plantaron un partido chavista que tuvo más apariciones televisivas de las que había tenido nunca cualquier otra formación política. En 2015 hubo elecciones. Un hombre metió un trozo de chorizo en un sobre electoral para denunciar la corrupción y hubo que anular todo el proceso. Ocurrió. Los comicios se repitieron en el verano de 2016 y los perdió la izquierda en contra de muchos pronósticos. El chavismo se quedó con las ganas y, al poco, el PSOE se libró de un señor muy pesado que no paraba de repetir que jamás pactaría con los independentistas (coñazo de tío, a saber a qué se dedica ahora).

Parecía que se había salvado un matchball, pero no. Justo a tiempo, antes de que ese Gobierno del PP pudiera hacer alguna reforma que nos acercara a los países modernos, el señor de Pontevedra fue sustituido por un bolso que, por temas legales, no pudo gobernar. La promesa de unas pocas competencias e infraestructuras (una autopista aquí, una acequia allá) sirvieron para que cierto partido vasco traicionara a Rajoy. Después, dos años de Sánchez interrumpidos por dos elecciones y una pandemia.

El peor escenario posible

A España se le está poniendo muy mala cara. Dos años no son tiempo suficiente para que la izquierda lo destruya todo, pensarán. Pero lo cierto es que la degradación del país viene de lejos, entre otras cosas, por incomparecencia del centro derecha. Algunos no lo acabábamos de ver. Hasta que llegó el virus. La pandemia ha servido para comprobar cómo está el país. Se han puesto a prueba los cimientos del Estado y la honestidad e independencia de los medios y se ha plantado ante el espejo a los ciudadanos. Y la imagen resultante no ha sido bonita. 

No esperaba yo tener que presenciar con pasmo que millones de españoles perdonarían al Gobierno su desastrosa y homicida gestión de la pandemia: ignoraron todas las alertas, retrasaron cualquier medida prudente, hicieron el ridículo intentando obtener equipos de protección y mintieron sobre el virus, sobre las mascarillas, sobre los comités de expertos e incluso sobre el número de víctimas. Y media España ha preferido mirar para otro lado o, incluso, negar que todo ocurriera. Y cuando el ciudadano empieza a comportarse como súbdito, como fiel de una secta, cuando la mentira es una opción más, la democracia empieza a descarrilar, convirtiéndose en un teatro autocomplaciente.

El Gobierno no ha sentido el miedo por su negligencia prácticamente ni un solo segundo. Está todo atado y bien atado. Con un disparatado desequilibrio mediático (especialmente televisivo), intentaron ocultarnos el peligro del virus y lo trágico de la pandemia con vaticinios ridículos, pésimas comedias y vídeos supuestamente graciosos. Mientras, los crematorios no daban abasto.

Es ya toda una aventura encontrar análisis políticos que no parezcan dictados por el Gobierno. Se ha vuelto encarnizada la competencia entre periodistas por demostrar quién es más fiel al poder. Muchos ciudadanos han acabado refugiándose en YouTube y en los telediarios de Antena 3 mientras Vicente Vallés se erige repetidamente en trending topic solamente por decir lo obvio. Contar la verdad es cada vez más revolucionario.

Por los platós de España empiezan a desfilar médicos, psicólogos, enfermeros o juristas que casualmente son o han sido militantes o incluso candidatos de formaciones políticas (dato que se oculta deliberadamente a la audiencia). Podría parecer anecdótico, pero, aparte de evidenciar que se perdió la vergüenza, recuerda bastante al chavismo: mientras mirábamos para otro lado, ciertos partidos se han molestado en llenarlo todo de sindicatos, asociaciones y portavoces que difunden lo que se les ordena desde arriba.

No pocos organismos públicos se han puesto al servicio de los intereses políticos del Gobierno. Radio Nacional se ha convertido en un spa al que socialistas y podemitas acuden a recibir un buen masaje, a veces, hasta con final feliz. Televisión Española, en plena escalada ideológica, ha decidido subir la apuesta contratando a Jesús Cintora (porque Maduro no estaba disponible) y en La 1 no dejan de aumentar la programación política y el sesgo informativo. El CIS se ha vuelto un chiste de mal gusto que solamente hace gracia al Gobierno y ya se utilizan hasta las campañas de Correos para hacer propaganda. 

Los enchufes y los asesores se multiplican, los que jamás han creído en un debate limpio asedian la libertad de expresión, se desprecia la libertad individual y se pone en tela de juicio la propiedad privada. Disfrutamos de ministros que apoyan las okupaciones de todas las viviendas salvo de las suyas y, como última ocurrencia, se ha iniciado una persecución a la educación y la sanidad privadas.

Instituciones significativas del Estado empiezan a tambalearse o, como poco, a ser zarandeadas. Vemos a ministros ser públicamente desleales al Rey (con silencio del presidente) o justificar el asalto al poder judicial (con apoyo del presidente) utilizando como excusa que tienen más votos que sus rivales políticos. En definitiva, no se respeta el distanciamiento social entre poderes.

Y va para largo

La división de la derecha, el sistema electoral y el secuestro de las televisiones debilitan a la oposición más allá de lo razonable y hacen muy difícil que la izquierda pueda ceder el poder en el medio plazo. Encima, cuentan con el apoyo de todos los que odian España. Así que el Gobierno siente que, haga lo que haga, tiene garantizada su supervivencia.

No es descartable que incluso hayamos iniciado una etapa de argentinización tanto política como económica: un largo periodo de gobiernos y regresivas políticas socialistas que difícilmente será interrumpido por ejecutivos del centro derecha (probablemente efímeros e inútiles). Yo me desperté hablando con acento rioplatense el día en el que el vicepresidente vaticinaba (amenazaba) desde el Congreso que la oposición no volvería a gobernar. Las señales son claras. 

Para colmo, nos enfrentamos a una importante crisis económica que sufrimos y sufriremos casi todos. Con ella tendrá que lidiar el Gobierno de Sánchez y de los comunistas, salvo que decidan traspasar la economía a las Comunidades Autónomas para así no tener que hacer nada. La riqueza ya está saliendo por la puerta mientras desde el Ejecutivo presumen de disparar el gasto. Así que pronto casi cualquiera será considerado un privilegiado al que machacar fiscalmente y cualquier subida de impuestos y cualquier deterioro de las libertades será fácilmente justificada por la desesperación y el populismo.

Y no deberíamos esperar que el ciudadano se vuelva especialmente juicioso o políticamente moderado cuando la situación económica se siga deteriorando, cuando despertemos y los ERTE se hayan ido, el paro y la pobreza se disparen, las pensiones encojan y la deuda esté ahí esperándonos para ahogarnos. Caminamos hacia el escenario ideal para que los que aspiran a un cambio de constitución y de régimen intenten salirse con la suya y si lo consiguen, no creo que sea bonito.

Terminamos

Este no es el primer artículo publicado que cuenta que el país se va por el sumidero, algo que podría indicar que no estoy loco o que no soy el único que lo está. Tal vez todo esto sea un espejismo, una mala racha, una adolescencia complicada del país. Igual no hemos superado un punto de no retorno o puede que la Unión Europea y el euro sirvan de flotador con el que salvarnos. Pero, desde luego, cuando uno se hace una composición de la situación de España, se da cuenta de que el panorama es sombrío. 

Y hace unos meses y en medio de este panorama sombrío me llamó el tipo que va diciendo por ahí que es el director de este medio. Muchos hilos tuvo que mover para, a saber cómo, conseguir mi teléfono (yo se lo di). Me contó lo que estaba preparando y me suplicó ofreció colaborar. No dudé en comentarle que recibo muchas ofertas parecidas y que la mayoría de los proyectos nunca llegan a concretarse. Me dijo que me iba a enterar. Tal vez llegó a pensar algún insulto. El caso es que, finalmente, cumplió su amenaza y aquí estamos, ante un medio de línea editorial imposible de adivinar en el que, mientras podamos, insistiremos en denunciar los ataques a la libertad y los abusos del poder. Y recuerden, por último, que podrán verlo y leerlo desde cualquier país, incluido Andorra.

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