jueves, marzo 28, 2024
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Sánchez y la corbata

Si a algo nos tiene acostumbrados el doctor Sánchez es a las tonterías. Así, cuando uno lo ve hablar del cambio climático delante de un bosque ardiendo no se escandaliza; se ríe. Y lo mismo cuando habla de los poderes ocultos que, asegura, están contra él. Y de Putin, al que echa la culpa de la inflación. Pero todo el mundo tiene un límite y al mío he llegado con lo de la corbata. Y no porque nos haya impelido a no llevarla para «hacer frente al ahorro energético»: lo que me jode es que haya dicho que no la usemos cuando no sea necesaria.

Sánchez no ha debido de reparar en que la mayor virtud de la corbata es precisamente no ser necesaria. Necesarios son los zapatos, que evitan que uno dañe o ensucie sus pies; o el cinturón, que mantiene el pantalón en su sitio; o los calcetines, que impiden que pasemos frío. Pero la corbata ni sujeta, ni protege, ni abriga. Es estrictamente decorativa, perfectamente inútil. Y, de tener, sólo tiene una función: hacer bonito. 

Así, la corbata contraviene el espíritu de nuestro tiempo, tan corrompido por la barbarie de lo eficiente y lo útil. Por eso hace ya que se le declaró la guerra, y Sánchez sólo es, para variar, el botarate que se suma mal y tarde. Me lo imagino instituyendo el casual Friday en Ferraz como esos jefes desenfadados que tratan de compadrear con sus subordinados fingiendo que no media entre ellos un abismo. 

La corbata, en fin, no sirve para nada, como la filosofía, la pintura o la poesía. Y si alguien quisiera encontrarle alguna utilidad sólo podría ser ésta: recordarnos que hay cosas mucho más importantes que servir para algo.

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