jueves, marzo 28, 2024
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Cuando la riqueza cultural se convierte en un problema: this is Spain

La noción de riqueza cultural está asociada a los recursos valiosos que forman parte de la cultura de un país. Por lo general, estos recursos suelen ser simbólicos o inmateriales, como puede ser un idioma, un género musical o una tradición.

La riqueza cultural que tiene España es de admirar. No solo hablo de nuestro arte, envidiado por muchos, o de lo sociables y buenos anfitriones que somos los españoles. Tampoco hablo de la gastronomía (esta si es envidiada por muchos, incluso se valora aún más cuando sales de España). No, hablo en términos lingüísticos.

Nuestro país tiene una diversidad lingüística envidiable: el castellano es nuestra lengua oficial y, además, contamos con varias lenguas cooficiales como el gallego, el euskera, el catalán, el aranés (lengua materna de aproximadamente 2.800 personas en toda España) y el valenciano. Pero ahora resulta que esto es un problema.

Cada uno es libre de poder decidir en qué idioma hablar o estudiar, lo que no se puede es prohibir a otros que quieran estudiar en las escuelas, institutos o universidades la lengua oficial de un país.

Nuestra libertad no tiene que mermar la de los demás, esto es algo que muchos no entienden. Hace unos meses la familia de un niño en Canet de Mar (Cataluña) fue acosada por el sector independentista catalán tras haber pedido en el colegio de su hijo que se imparta un 25% de las clases en castellano.

Esta noticia generó muchos debates en medios de comunicación, en la sociedad española y entre los políticos. Y yo me pregunto: ¿En qué nos hemos convertido cuando se llega a acosar a una familia por elegir libremente?

Que si ahora tenemos que aplicar el lenguaje inclusivo, que si los juguetes convocan una huelga, que si es mejor no comer carne, que si aquí se habla en el idioma que yo quiera… ¿Por qué nos hemos vuelto tan tiquismiquis?

Soy la primera defensora de la diversidad lingüística que tiene nuestro país, pero nunca se puede reprimir la libertad del prójimo. Apoyo la enseñanza en catalán, en gallego, en euskera, en valenciano o en aranés, en España tenemos lenguas que no deben perderse, porque estas forman parte de la esencia de nuestro país. Lo que no apoyo es que se exija o, mejor dicho, se obligue a una persona solo por residir en una comunidad en la que se habla otro idioma, que esta deba recibir una enseñanza 100% en esa lengua.

Nacer en un lugar donde se use como lengua materna otra que no sea la lengua oficial del Estado creo, desde mi humilde opinión, que es un privilegio. No hay nada más bonito que poder expresarte en varios idiomas y conocer a gente que comparte esa lengua contigo (soy valenciana, sé de lo que hablo). Pero de ahí a que se obligue a recibir una enseñanza en un idioma que no sea el oficial y, además, aprovechar el momento para hacer propaganda denunciando un ataque hacia la lengua catalana es triste, muy triste.

Tras el suceso dado en Canet, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) declaró firme la sentencia que impone un 25% de clases en castellano en las escuelas catalanas, y dio un plazo de diez días a la Generalidad para empezar a aplicarla. Ahora, el Parlamento catalán ha rechazado esta sentencia y una moción de Ciudadanos que denunciaba el «acoso que sufren los niños y las familias que reclaman el derecho a que se imparta como mínimo el 25% de horas lectivas en castellano».

Ante estos hechos, solo puedo responder lo siguiente: «El artículo 3 de la Constitución Española reconoce que la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección, a la vez que establece que el castellano o español es la lengua oficial del Estado y que todos los españoles tienen el deber de conocerlo y el derecho a usarlo».

Señores, vivan y dejen vivir. Si quieren que sus clases se impartan en catalán o en otro idioma están en su derecho, pero si otras personas quieren recibir una educación en castellano porque es su «deber conocerlo» y tiene el «derecho a usarlo», no les repriman y, aún menos, les acosen.

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