viernes, abril 19, 2024
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Rincones vacíos: un 2020 mirando al cielo

Durante 98 días, España se llenó de aplausos en agradecimiento al trabajo de los profesionales esenciales

Fue un sábado 14 de marzo, a última hora, cuando el Gobierno declaró el estado de alarma para contener la pandemia del coronavirus. Entonces nadie se esperaba que este periodo excepcional de limitaciones a las relaciones sociales, a la movilidad y a la actividad se extendería durante 98 días, hasta el domingo 21 de junio.

Hemos vivido días en los que un virus decidió que se acabaron los abrazos, que se acabó eso de saludarnos comiéndonos a besos, que había que lavarse las manos cuatrocientas mil veces al día y no tocarse la cara, aunque después nos tocamos la cara más que antes y claro… otra vez a lavarse las manos.

Hemos vivido días en los que un virus decidió que debíamos estar en casa, que quien tenía ventana a la calle era la envidia de todos. Salíamos a los balcones a las 20:00h para aplaudir como homenaje a la gente que estaba trabajando para que esto saliera bien. Cantábamos ‘Resistiré’ a todo pulmón y los informativos duraban casi 24 horas.

Había vecinos jugando al bingo, a hundir al flota y al veo veo desde sus ventanas, montando discotecas en sus balcones e incluso sacando el teclado para improvisar la banda sonora de ‘Titanic’  con otro vecino que tiene un saxofón. Todo el mundo hacía ejercicio con entrenadores personales en directo por Instagram pero en los supermercados nunca quedaba nada de bollería ni levadura.

Detrás de todos esos erasmus frustrados, de las clases a través de la pantalla del ordenador, de los recién nacidos enseñados a través de una ventana o a 5 metros de distancia también nos reinventamos. Como dicen “a veces los peores momentos sacan lo mejor del ser humano” y este año la creatividad también ha estado a la orden del día durante todo el confinamiento, porque sí “confinamiento” ha sido la palabra de este año. Desde gente pintando cuadros en sus casas hasta señoras cosiendo mascarillas para los sanitarios. Parecía que todos teníamos que salir con un máster acabado, un libro escrito o unas oposiciones estudiadas y que aburrirse era un delito.

No sabíamos hasta cuándo íbamos a estar recluidos en casa, haciendo más videollamadas que nunca, hasta cuatro a la vez. Todos queríamos salir a la calle, cuando antes nos pasábamos el día pidiendo tiempo para estar en casa.

Esa era nuestra forma de contribuir a que esto pasara: quedarnos en casa. Excepto que estuvieras enfermo, en el hospital trabajando de sol a sol con pocos medios o en un hotel, porque hasta los hoteles eran hospitales.

Calles vacías, parecía que el silencio se había apropiado de todo. Comercios cerrados, traspasados. El esfuerzo de años de miles de personas esfumado de un día para otro. Descubrimos eso de que solo hay tres cosas que importan en la vida: “la salud es lo primero, el amor todo lo puede siendo último el dinero”, y si hay algo que hemos aprendido es que cuando esos pilares no van juntos todo se hace cuesta arriba.

Los más afectados en esta pandemia, sin duda, han sido nuestros mayores. Personas que vivieron la posguerra, el hambre, la crisis. Esperaban hacer con sus nietos lo que el trabajo no les permitió hacer con sus hijos. Abuelas y abuelos que han muerto solos en la cama de un hospital o en el cuarto de una residencia con sus manos llenas de raíces extendidas buscando la despedida. Los de la generación del sacrificio, como no, han muerto sacrificándose. A veces la vida aprieta y como este virus, sí ahoga.

2020 ha sido para todos el año de la distancia. 2020 ha sido un año marcado por las mascarillas, el gel hidroalcohólico, las sonrisas adivinadas y las lágrimas. 2020 ha sido ese año que no olvidaremos jamás. Ha sido durísimo, pero si no te falta nadie en tu familia, créeme, has vencido porque el recuerdo de los que ya no están es imposible de borrar.

Por todos los que se fueron.

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