jueves, abril 25, 2024
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Reivindicación de lo inútil

El otro día, una profesora nos aconsejó leer Los siete hábitos de la gente altamente efectiva. Trató de animarnos asegurando que es la obra más leída por los CEO de empresas importantes y que su lectura podía resultarnos de extrema utilidad. Un argumento contundente, sin duda, para todos aquellos que no leen. Y, sobre todo, para todos aquellos que no saben en qué consiste leer.

Viendo el entusiasmo general de la clase, pensé en lo mucho que hemos interiorizado los valores del mercado. El hombre contemporáneo, imbuido de espíritu capitalista, no se permite tener aficiones. Y no se lo permite porque procura encontrar utilidad y extraer algún tipo de beneficio de todo lo que hace: no pinta para embellecer su casa, sino para vender sus cuadros; no canta para amenizar la velada a sus familiares, sino para salir en Spotify; no hace fotos para inmortalizar sus recuerdos, sino para exponerlas en Instagram. 

Esta forma de ver el mundo ha alterado la naturaleza de todo aquello que es un fin en sí mismo para convertirlo en un medio al servicio de un fin más útil o productivo. Así, cuando sale a pasear, el hombre contemporáneo cuenta las calorías que quema y, cuando conoce a alguien, de inmediato lo incorpora a su agenda —o sus redes sociales— por si pudiera ayudarle a encontrar un trabajo o a aumentar su popularidad. De ese modo se corrompen actividades tan espontáneas como dar una vuelta por el parque y se pervierten virtudes tan admirables como la amistad. Amistad, por cierto, que hogaño se reduce a lo que los modernitos llaman «networking» y que implica percibir al prójimo como un medio para alcanzar un fin propio, individual y egoísta. 

Fernández Liria asegura que la filosofía no sirve para nada y, añado yo, esa es la clase de cosas que hay que reivindicar. Lo improductivo, lo ineficiente, lo inútil. Lo que nos recuerda, como dice el propio Liria, que hay cosas más importantes que servir para algo. 

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