viernes, marzo 29, 2024
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¿Qué hay detrás de la emboscada del Líbano?

El día 10 de septiembre Nijab Mikati ocupaba el puesto de primer ministro del Líbano, un honor que más que una oportunidad es una gigantesca trampa en un país que sufre los avatares de una crisis económica galopante, una fragmentación política basada en partidos que no representan ideologías, sino comunidades religiosas que pugnan por el poder, un poder que la aritmética no otorga a ninguno de ellos de forma absoluta por lo que el resultado es la contienda constante.

Sin contar con el problema que en Líbano existe, por ejemplo, a la hora de la distribución de energía ya que, y eso lo he vivido en mis andanzas por la costa libanesa mientras trabajaba en el país, los cortes son constantes ya que la infraestructura del país no se ha reconstruido tras la guerra civil, guerra que acabó en 1990. Carretera, puentes y edificios son testigos vivientes, la muestra de que la postguerra, a nivel de arquitectónico, no ha sido superada ¿lo ha sido a nivel psicológico en este pueblo?

No olvidemos que Líbano tiene más de dos millones de refugiados palestinos viviendo en campos gestionados por la ANP, la ONU, la UNRWA y otras ONGs, el equilibrio de poder en el ámbito militar es complicado con el vecino del sur, Israel, y por lo tanto hay también una misión de la ONU, la UNIFIL, sin contar con la llegada de miles de refugiados sirios que vagan por las calles o están en diferentes lugares de los campamentos palestinos.

A todo esto hay que sumar la infiltración yihadista de grupos como Al Nusra, HTS o DAESH que durante los años más duros de la Guerra de Siria asolaron también la frontera oriental del país, especialmente la región nordeste. La mejor forma de definir el Líbano es como un estado nominal y de facto controlado por partidos políticos, muchos de ellos siendo el ala política de las milicias que desde 1975 hasta 1990 asolaron el país, desde las Fuerzas Libanesas vinculadas a la Falange Cristiana Libanesa de Bashir Gemayel hasta la milicia AMAL de los chiitas, movimientos mixtos como AL Morabitoun donde cabía cualquier confesión mientras fuera nasserista, etc.

De todos los partidos-milicia que lucharon en la guerra sólo Hezbollah no se desarmó, de todos son el grupo más poderoso del Líbano y responden a intereses geoestratégicos de otras potencias de las que el partido-milicia también se beneficia en un tándem donde hay mucho dinero e influencia en juego pero, sin embargo, que el resto de milicias desaparecieran no implica que su ideología acabase. Los líderes de estos grupos se refugiaron en los partidos: Samir Geagea en Las Fuerzas Libanesa, Amin Gemayel en la Falange, Ibrahim Kulaylat, etc. Nos dan una idea de la composición real de los cuadros políticos del país.

En paralelo a la maltrecha administración del estado estos partidos liderados por exseñores de la guerra han logrado mantener, sin guerra y sin armas, los apoyos comunitarios ciegos. Eso no implica que estos partidos no se detesten entre ellos y compitan, especialmente entre los partidos cristianos y musulmanes sunitas, la lucha entre AMAL y Hezbollah hace mucho tiempo que fue superada, se miran con recelo y mantienen cierta distancia pero a la hora de la verdad cuando estos partidos son atacados rápidamente se unen movidos por criterios identitarios.
Esto es desastroso para la construcción de un país serio y siempre acaba en desastre sobre todo porque estas fuerzas generan inestabilidad y mala gestión política al tratarse de gobiernos de coalición en los que concurren partidos tan dispares como el “Movimiento del Futuro” de Saad Hariri sunita, de corte antisirio y apoyado extensamente por Francia, Turquía o Arabia Saudí que es la columna vertebral de la Alianza del 14 de Marzo, una gran coalición que implica a sunitas, nacionalistas libaneses y algunos cristianos. Luego tenemos Hezbollah, chiita, prosirio y apoyado por Irán o Qatar que gestiona la Alianza del 8 de Marzo. Como vemos, hablamos de coaliciones que han suplantado la identidad nacional y la estructura del estado.

Sin entender esto no podemos entender qué pasó realmente en Beirut el 4 de agosto de 2020. En términos políticos el Primer Ministro anterior, Saad Hariri, saldría del poder el 21 de enero de 2020 tras las protestas vividas en Líbano por la crisis económica, una durísima inflación, crisis de refugiados y la subida de impuestos. Hassan Diab, un candidato independiente se haría cargo del país en enero de 2020 por lo que el país sufrió la oleada de COVID, agravando la crisis y en un clima de creciente crispación se produce la explosión del puerto de Beirut.

Siempre se ha sospechado que la explosión del puerto no fue un simple accidente y que alguien sabía qué había ahí, nitrato de amonio, un producto químico de doble uso ya que puede servir como fertilizante o como explosivo. De ahí la brutal explosión que se dio cuando el fuego entró en contacto con el nitrato. 200 muertos, 1600 heridos y media ciudad totalmente arrasada. Se sospechó de una maniobra de inteligencia externa, especialmente de Israel, cuya explosión venía bien por varios motivos: en primer lugar desestabilizaba un país enemigo, destruía una infraestructura portuaria que podría convertirse en el único competidor del puerto de Haifa en un momento de normalización de relaciones con los Emiratos Árabes Unidos mediante los Pactos de Abraham y, al mismo tiempo, destruía arsenal enemigo dejando en el tejado de Hezbollah una patata caliente.

En primer lugar porque el puerto lo gestionaba el partido-milicia, en segundo lugar porque no se sabe claramente qué hacía ahí ese peligroso producto, de donde venía y donde iba. Se suponía que era un arsenal que tenía como objetivo Siria, a cuyo Presidente Bashar al Asad Hezbollah apoya y, además, el ala militar y de inteligencia del grupo libanés ha intervenido y sigue interviniendo en el país. Determinar el origen, el destino y el dueño de la carga podría llevar al Líbano a replantearse su imagen de la milicia. Hezbollah, especialmente desde la guerra contra Israel de 2006 ha gozado de buena salud social y política en el país. Tras el manifiesto de 2004 por el cual abandonaba la tesis islamista del manifiesto de 1985 y asumía un papel nacionalista abriéndose a otros grupos religiosos, especialmente a los cristianos, logró que el grupo fuera aceptado y respetado.

Su labor social, especialmente con el lanzamiento de los supermercados Al-Sajjad o la red de farmacias que posee en el país hace que la investigación no sea del todo bien vista por parte del partido. Cuando el juez Tarek Bitar, en su investigación, comenzó a señalar a Hezbollah rápidamente la maquinaria del partido se puso en marcha y en primer lugar le acusaron de estar politizado y de lanzar una campaña contra el partido milicia. Al verse realmente en una situación grave acudió el partido chiita AMAL a ayudarles y se convocó la protesta contra el juez en Beirut, manifestación que tenía como objetivo el Palacio de Justicia momento en el que fueron emboscados desde los barrios de Tayuné y Badaro. Momento en el que la seguridad de Amal y Hezbollah respondió acabando en un tiroteo que tuvo que ser calmado mediante una intervención del ejército libanés y la llamada a la calma de Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah, que acusó a Samir Geagea, líder del partido cristiano Fuerzas Libanesas, de estar detrás de eso y le advirtió que el partido; en primer lugar, siempre ha defendido a los cristianos dentro y fuera del Líbano y que Hezbollah no es una amenaza para la comunidad cristiana, acusando al partido Fuerzas Libanesas de ser una amenaza para la comunidad que dice representar y defender.

En paralelo también dijo que la milicia Hezbollah no busca la guerra civil sino evitar la confrontación y, al mismo tiempo, defender al país avisando a Geagea de que el partido-milicia poseía cien mil milicianos en todo el país listos para la defenderse. Frente a esto Nasrallah estaba enviando un aviso a navegantes. La resistencia libanesa, institucionalizada como un Estado dentro del Estado no desea que se sepa la verdad, nadie desea que se sepa la verdad de lo que ocurrió en el puerto porque todos están de un modo u otro implicados en esta trama pero Hezbollah es, de todos, el que menos porque de saberse que Israel atacó el puerto para dañar al grupo chiita libanés, las bases del partido y diversos sectores sociales clamarían por la guerra y Nasrallah no está dispuesto a ello, no por cobardía o por falta de confianza: una guerra abierta hoy, en 2021, como la del 2006 sería desastrosa tanto para Líbano como para Israel, que tampoco desea un enfrentamiento directo en su frontera norte.

Una guerra ahora pondría en peligro, de forma real, el poder de Hezbollah frente a la sociedad libanesa y, peor aún, echarían a tirar por tierra los años y años y todos los muertos que el partido de Hassan Nasrallah ha puesto sobre la mesa para lograr controlar el poder y eso lo saben todos. ¿Un conflicto?, a todos les viene bien así cada uno: los partidos sunitas de Hariri, los cristianos de Geagea y los chiitas de Nasrallah podrían cobrar suculentas ayudas de sus spondsors internacionales pero más allá de eso, ¿poner en juego de verdad el propio tablero?, ni soñarlo y Tarek Bitar es el único que ha podido hacerlo, si los libaneses supieran la verdad no tardarían mucho en lamentar su suerte, mejor vivir en la dulce mentira sectaria y los discursos fabricados para sobrellevar las cicatrices de la postguerra que nunca acaba.

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