jueves, marzo 28, 2024
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Pongamos que hablan siempre de Madrid, por Pastrana

Desde que en 1995 Joaquín Leguina, ahora crítico furibundo del sanchismo, perdiera las elecciones a la Asamblea de Madrid ante Alberto Ruiz Gallardón, la Comunidad ha resultado una trinchera resistente al socialismo y sus políticas, provocando una obsesión patológica de la izquierda por recuperar el poder a cualquier precio.

Con la irrupción de la pandemia los medios apegados al Gobierno vieron, más allá de la catástrofe sanitaria y económica que se vislumbraba, una forma de continuar con una labor de desgaste hacia el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Una oportunidad. Tocó el silbato el diario El País con un desacomplejado bulo sobre la sanidad madrileña, precisamente el día en que se celebraba en las calles de la capital una manifestación con decenas de miles de asistentes y asistentas, además de un sinnúmero de eventos multitudinarios a lo largo de toda España que no fueron suspendidos por la prioridad de permitir las reivindicaciones dizque feministas:

Esta desinformación, desmentida incluso por agencias verificadoras de conocido sesgo, fue la primera de las fake news que han acompañado a la evolución de la pandemia, a la que ha seguido un reguero de bulos, manipulaciones y embustes obscenos por parte de la prensa oficial y subvencionada.

Uno de los primeros episodios y más ridículos fue el de la furia ante la contratación por Ayuso de los menús de escuelas infantiles a las empresas Rodilla y Telepizza, ante la dificultad de recurrir a otros proveedores de la hostelería por el cierre del sector, y que los satélites del Gobierno trataron como el más grave problema de salud pública del país mientras cientos de personas morían diariamente por el virus. Tampoco se libró de la ira mediática el reparto de mascarillas a los ciudadanos que la Comunidad de Madrid organizó en el mes de mayo. Después de que hubieran estado silbando mientras el Gobierno organizaba compras de material sanitario en muchos casos defectuoso o directamente inservible a través de intermediarios oscuros, o que en Cantabria se repartieran algo parecido a servilletas de taberna, el hecho de que las mascarillas fueran de buena calidad resultó intolerable, especialmente para La Sexta, estandarte de las televisiones gubernamentales. 

Sobre la construcción y puesta en funcionamiento del hospital Isabel Zendal, unas instalaciones proyectadas específicamente para descargar al resto del sistema sanitario del tratamiento a enfermos Covid, se han vertido todo tipo de acusaciones absurdas cuando no inventadas: que no dispone de plantilla sanitaria, que no tiene paredes, o que carece de quirófanos, como si el virus pudiera tratarse mediante cirugía, o si los limitados casos que puedan requerirla no pudieran derivarse hacia otros centros. También la difusión de una fotografía de una bandeja con comida en mal estado ha servido a la histérica comunidad de la izquierda en Twitter para gritar que en el Zendal se sirven a los pacientes alimentos putrefactos.

Todo lo que ocurre en Madrid se escudriña con microscopio electrónico, mientras al resto de regiones, especialmente las gobernadas por PSOE, Unidas Podemos y sus socios independentistas se las observa desde la distancia con un catalejo pirata por el ojo del parche. Pero no solo la plataforma mediática se ha empleado con saña contra el Gobierno de la capital. El acoso institucional ha sido continuo a lo largo del desarrollo de la crisis sanitaria. En la famosa “desescalada” para la vuelta a la “nueva normalidad” -expresiones acuñadas por Sánchez en una de esas infumables comparecencias televisivas- se marginó a Madrid con amparo en un supuesto comité de expertos que luego resultó no haber existido nunca.  A comienzos de septiembre, el presidente castellanomanchego, Emiliano García Page, se refería a Madrid como “bomba vírica radiactiva”, obviando que en aquellas fechas Castilla la Mancha lideraba el ránking de exceso de mortalidad en España. En el mes de octubre, el ejecutivo decretó un confinamiento mediante una orden que fue posteriormente anulada por la justicia y también asesorada por el famoso comité, es decir, el infalible Fernando Simón y el ahora candidato azote de Madrid y ministro en sus ratos libres, Salvador Illa. Más recientemente, tras el paso del temporal Filomena, el Gobierno acusaba a Díaz Ayuso de no haber previsto medidas suficientes para paliar los daños, asegurando que la intensidad de la borrasca se había previsto con suficiente antelación. A la par que José Luis Ábalos, uno de los ministros más cínicos del ejecutivo, justificaba el caos en Barajas porque según sus propias palabras, “no podíamos prever la magnitud”. Se refería a ellos, claro, no a Díaz Ayuso, que sí debía haberla adivinado interpretando las entrañas de los peces.

La oposición al Gobierno de la Comunidad de Madrid no está en la Asamblea, donde a Gabilondo sus propios compañeros de partido consideran un “blando”. Está en el Gobierno de España y sus acólitos mediáticos. Sin embargo, en vista de los resultados de las últimas elecciones y de los sondeos, no parece que el camino elegido por la izquierda para recuperar el gobierno de la región obedezca a un plan brillante.

“Que sigan hablando de Madrid, aunque sea mal”, debe de pensar Ayuso mirando las encuestas.

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