viernes, abril 19, 2024
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Pero… ¿Quién mató a la democracia?, por Nuño Rodríguez

La democracia ha muerto. No hay que ser muy avispado, ni sesudo doctor en Ciencias Obvias, para darse cuenta de que el sistema democrático estaba siendo sometido a pruebas de estrés en muy diferentes asuntos y lares. El proceso de deslegitimación al que se estaba sometiendo al sistema tenía muchas ramas, pero una única raíz; la polarización social. Esta palabra, que tan a menudo oímos últimamente, refleja un concepto artificialmente instaurado en la sociedad, y que se ha conseguido instaurar desde los más básicos baluartes democráticos, como son las instituciones públicas y los medios de comunicación privados. Los ciudadanos políticos han sido condicionados mediante las más arcaicas artimañas de engaño al espectador. 

En todos los países democráticos las políticas públicas y los medios han azuzado a los ciudadano-espectadores unos contra otros; mujeres contra hombres, laicos contra religiosos, regionalistas contra nacionalistas, estatalistas contra liberales, fronteras abiertas contra fronteras cerradas… cualquier persona que tuviese alguna convicción ha sido enfrentada contra quienes defendiesen otra distinta. No se ha dejado lugar al dialogo, ni se ha buscado un consenso. La mecánica ha sido siempre la misma; unos medios han demonizado socialmente a los defensores de una convicción, mientras unas políticas públicas los dejaban en clara indefensión jurídica. 

El resultado era esperado y evidente, y es que hay en las calles facciones de ciudadanos-espectadores defendiendo posturas irreconciliables. Esto es algo extremadamente grave en una sociedad, sea democrática o no, ya que cualquier gobierno que tome el poder no va a gobernar en beneficio de una nación, sino en contra de una buena parte de su propia población. No existe una población comulgando con un cuerpo de creencias compartidas, ni reconociendo caballerosamente las creencias que quienes pudiesen no compartirlas; existen grupos sociales plenamente convencidos de que los otros grupos son contendientes. A partir de ese punto todos los gobiernos que surjan de un proceso electoral van a estar deslegitimados a los ojos de buena parte de la sociedad. 

El asesinato de la democracia ha sido lento, imperceptible, e inimaginable. Poco a poco la democracia ha ido gestando elementos antidemocráticos, y la sociedad los ha ido asimilando inconscientemente. Desde hace décadas los ciudadanos han sido espectadores de aberrantes escándalos políticos. Mientras cenaban en sus casas los ciudadanos-espectadores han televisado cómo la corrupción política era la forma normalizada de actuación política. Los ciudadanos-espectadores han visto cómo en los parlamentos se mercadeaba con los votos que ellos mismos habían emitido, han visto cómo esa papeleta que simbolizaba equívocamente su poder soberano era al final una moneda de cambio para obtener un ilegitimo poder político. La continua representación mediática de la política en términos corruptos y corrompidos ha generado un consensuado desencanto de la población, porque en el hartazgo y el desprecio hacia los políticos la sociedad sí que comulga al unísono. 

Pero, para ser sinceros, la sociedad siempre ha sentido una molesta conexión con quienes querían gobernarles. La colección de charlatanes que de elección en elección iban por los medios y los pueblos vendiendo su programa electoral como si se tratase de un infalible crece-pelo han sido siempre identificados, calificados, y después, incomprensiblemente, votados. Al final el resultado era siempre el mismo; de las propuestas de su programa a la ejecución de sus políticas existían graves diferencias, como las de los melenudos resultados prometidos por un crece-pelo a la brillante calva del incauto. La razón era que tanto el programa electoral como el prospecto del crece-pelo eran propaganda; y ambos respondían a las mismas técnicas y tretas de persuasión y engaño. 

Ahora los mentirosos han puesto de moda el término de noticias falsas, o fake news en su versión más cool. En realidad nos intentan decir que ahora se miente, pero que antes no. Que ellos dicen la verdad, pero que los demás no. El ciudadano tiene que tener cuidado porque cualquier decisión que tome puede estar basada en una mentira. Esa obsesión por airear que a la sociedad se la engaña y persuade ha justificado el surgimiento de innumerables Oráculos de la Verdad, que protegen la credulidad del ciudadano-espectador mediante el refuerzo de su supina estulticia. La toma de decisiones de los ciudadanos-espectadores ya no va a ser nunca sosegada, racional. Ya es público que se miente, que se engaña, que se manipula, y van a usar esa información pública para justificar una censura y unas leyes represivas que condicionen las decisiones del vulgo. 

Se podría decir que la democracia ha muerto a manos de la polarización, de la corrupción política, de las mentiras mediáticas, de la desinformación, incluso de la zozobra y el desencanto social. Todos son elementos sospechosos, y merecen ser investigados. Pero si se hubiese de presentar una denuncia en comisaría habría que proveer alguna prueba de vida, alguna prueba de que alguna vez ha existido una democracia. 

-¿Cuándo se han juntado los miembros de la sociedad para consensuar una forma de gobierno?, –En realidad nos vino otorgada desde arriba

-¿Cuándo y cómo consiguieron juntarse y consensuar una dinámica de funcionamiento?, -No, si en realidad….

– ¿En qué elecciones se leyó usted todos los programas electorales y voto racionalmente tras una profunda reflexión sobre los mismos?, – Oiga agente… 

En realidad nunca ha existido una democracia universal. Las sociedades funcionan dirigidas por unas élites que marcan las pautas de una manera jerárquica vertical. Nunca ha existido una dinámica de funcionamiento basada en la deliberación horizontal. Antes de buscar las causas que han matado a la democracia hay que rendirse ante las evidencias que muestran que ésta nunca ha existido. Nunca los grupos de poder han delegado su destino a la votación del populacho. Y es normal que no lo hayan hecho; las masas se mueven por impulsos emocionales, no por deliberaciones racionales. Una democracia real significaría ejecutar decisiones irracionales, cambiantes y viscerales todos los días. Por eso polarizar a la sociedad es tan sencillo como simplificar a “bueno” o “malo” asuntos complejos. Por eso los políticos mentirosos siguen recibiendo votos, porque saben simplificar las variables sociales a unos parámetros unidireccionales entendidos incluso por los más ineptos. La democracia ya no es un sistema de gobierno, la han convertido en un sencillo sistema de pastoreo. 

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