viernes, abril 19, 2024
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Pareja de reinas gana

Divulgando que es historia

Hemos de reconocer que hay matrimonios cuyos hijos son, no ya una bendición para sus alborozados padres, sino una página en la Historia. Y uno de estos matrimonios fue el formado por Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet, hija de Enrique I de Inglaterra y de otra gran dama de la historia: Leonor de Aquitania y, en su consecuencia, hermana del famosísimo Ricardo «Corazón de León» y del cinematográficamente malvado Juan «Sin Tierra».

De dicho matrimonio, entre otros vástagos, destacamos hoy a dos niñas que, andando el tiempo, se convertirían en reinas. La una de Castilla, Berenguela;  y la otra, Blanca, de Francia.

Comencemos, por derecho de primogenitura, con doña Berenguela. Nacida en 1179, no va a tener suerte en sus matrimonios. Y eso que el primero fue concertado a la tierna edad de ocho añitos, con Conrado, quinto hijo del emperador germánico Federico I Barbarroja, muy interesado el hombre en el trono castellano. Porque, a la sazón, Berenguela era entonces heredera del trono por el fallecimiento prematuro de sus hermanos varones. Los esponsales se llegaron a celebrar en Carrión de los Condes en 1188. Pero hete aquí que nació el infante Fernando, que fue declarado heredero del trono castellano, y al emperador se le enfriaron los intereses por Castilla por lo que decide cancelar los esponsales, pese a la no poca dote que aportaba la novia. Conrado partió para sus brumosas tierras y de inmediato se solicitó a Roma la anulación del matrimonio, cosa que no debió ser difícil habida cuenta de que el mismo, por razones obvias de edad, no había sido consumado.

En 1197, siendo ya una bella mocita, casa con su primo Alfonso IX de León, mediante dispensa del Papa Celestino III. Berenguela le da al leonés cinco hijos. Pero en el solio pontificio se sienta ahora Inocencio III, un Papa de armas tomar: el primero en arrogarse el título de Vicario de Cristo; el que declaró que la Iglesia tenía potestad sobre la cristiandad y soberanía, incluso, por encima del Emperador; el que se reservó el derecho a intervenir en política por «razón de pecado» en la conducta de los príncipes; el que organizó, entre otras, la sangrienta Cruzada contra los Cátaros; y el más duro defensor de la ortodoxia canónica del matrimonio. Y anuló el matrimonio y se mantuvo terne a pesar de la solicitud de dispensa. El matrimonio se anuló pero la descendencia fue legitimada. Cosas del Derecho Canónico.

Cuando Alfonso VIII, «el de Las Navas», muere, su heredero es un niño que se convierte en Enrique I de Castilla, bajo la regencia de su madre que también fallece. Su hermana Berenguela es nombrada regente, enfrentándose a graves encontronazos con la nobleza. Pero el niño-rey muere en 1217 por un en principio inocente juego de niños a pedradas. Berenguela es reina de Castilla.

Pero no lo quiere ser y abdica de inmediato en su hijo Fernando. Sin embargo seguirá siendo reina en la sombra hasta su muerte. Entre sus logros (dejo en el tintero muchos), el concierto del matrimonio de su hijo con Beatriz de Suabia, nieta de aquel Barbarroja germánico, lo que proyecta a Castilla al damero europeo. Y sobre todo, la Concordia de Benavente o Tratado de Tercerías, por el que consigue que Sancha y Dulce, hijas de Alfonso IX de León y nombradas por éste herederas de su trono leonés, en perjuicio de su hijo Fernando, renuncien a sus derechos a favor de su hermanastro.  Así, Castilla y León se unen para siempre en la persona de Fernando III, llamado «El Santo» al ser canonizado por su incansable batallar contra el moro. Durante ese continuo guerrear doña Berenguela sigue siendo, de facto, la reina de Castilla y ya de León, quedándole aún tiempo para supervisar las obras de las catedrales de Burgos y Toledo.

Doña Berenguela, una de las mas brillantes diplomáticas de la época, reina en la sombra pues no quiso serlo de derecho, falleció en 1246 en el Monasterio de Santa María de las Huelgas, donde reposa en eterno y merecido descanso.

Si Berenguela fue tal, su hermana menor, Blanca, fue reina consorte de Francia por su matrimonio con Luis VIII, habiendo sido elegida a tal fin, expresa y personalmente, por su octogenaria y legendaria abuela, Leonor de Aquitania.

Su matrimonio se celebra, con el aún heredero al trono, el 22 de mayo de 1200. Tres años después su esposo asciende al trono y tres después fallece tras una campaña militar. El segundo de sus hijos (por muerte prematura del primero, Felipe), asciende al trono con el nombre de Luis IX, con solo 12 años de edad. Doña Blanca es nombrada regente. Lo volvería a ser, años después, cuando su hijo lidere la desastrosa Séptima Cruzada, en la que incluso fue hecho prisionero. 

Consejera permanente de su hijo, hay quien dice que llegó a encabezar la lucha contra la herejía cátara. Lo que, quizás, es mucho decir. Lo que sí es cierto es que su mano está detrás y sobre el Tratado de París (o de Meaux-París o simplemente de Meaux), por el que el Conde de Tolosa, Raimundo VII, caudillo y señor de los albigenses, deponía sus armas y volvía a la Iglesia de la que había sido expulsado por excomunión. El Tratado (especialmente duro, incluso en lo personal, pues obligaba al Conde a peregrinar a París y allí ser azotado públicamente en las gradas de Nôtre-Dame), supuso el fin del Condado de Tolosa y el paso a la Corona de Francia de sus posesiones, formándose el Languedoc-Rosellón y el Mediodía Pirineos. La Corona francesa ampliaba enormemente sus dominios gracias a la castellana, llamada por los franceses «la reina buena y justiciera». Incluso una historiadora gala, Regine de Pernoud, la nombra «la gran Reina de la Europa medieval».

Enamorada, como todas las mujeres de su familia, del arte y la arquitectura, promueve la construcción de la joya del gótico francés: la Iglesia de la Sainte Chapelle, concebida como relicario enorme para guardar las reliquias que de Constantinopla trajo San Luis: la corona de espinas, la esponja, el metal de la lanza, un trozo de la Vera Cruz y otras reliquias del martirio de Jesucristo. No es broma.

Doña Blanca, guerrera al lado de su esposo Luis «El León», madre de rey y santo, diplomática y protectora de las artes, se retiró a la abadía de Maubuisson, que ella misma creara en 1236. Allí descansa. No cabe duda que, en la partida de aquella Europa medieval, aquella pareja de reinas castellanas… ganó.

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