jueves, marzo 28, 2024
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Parece que el PSOE ya no expulsará a Sánchez, por Juanma del Álamo

El 1 de enero de 2017, Gabriel Albendea publicó una columna en el periódico ‘El Imparcial’ (no es tan imparcial, no crean) titulada ‘¿Por qué no expulsan a Pedro Sánchez del PSOE?’. Por lo que he podido investigar, Albendea, escritor y catedrático, no es una persona muy conocida. Si fuéramos vecinos del mismo edificio, ninguno de los dos sabríamos cómo se llama el otro. Eso sí, él tiene publicados quince libros más que yo, haciendo un total de quince libros publicados.

Fue el algoritmo de Google el que me llevó hasta el texto de Albendea. El autor se preguntaba hace cuatro años cómo era posible que Sánchez siguiera en el PSOE después de sus malos resultados electorales, después del intento de pucherazo en un Comité Federal, después de dejar su escaño para no abstenerse en la investidura de Rajoy y después de la entrevista que concedió a Évole (Albendea escribe “Ébole” dos veces, tal vez, para tocar las narices).

En aquella entrevista, Sánchez declaró que debía haberse entendido con Podemos para formar Gobierno y también, se adivinaba, con los separatistas. En su texto, Albendea destacaba de Sánchez nobles cualidades como un “orgullo recalcitrante”, una “soberbia sin límite” y ser “un tipo peligroso”. El artículo termina con una sentencia seguramente premonitoria: “Si el PSOE no resuelve inmediatamente el problema de Sánchez, su actitud tendrá consecuencias muy negativas para el partido en el futuro y, por ende, para España”.

Imagino que, a estas alturas de la película, Albendea llevará tiempo subiéndose por las paredes. No solamente el PSOE todavía no ha echado a Sánchez, sino que es presidente del Gobierno, Iglesias es uno de los vicepresidentes y es ministro hasta Garzón. Sin embargo, debemos recordar que el renacer de Pedro Sánchez fue uno de los grandes escollos que encontró Podemos para llegar al poder (junto con el chalet de Galapagar o los incansables esfuerzos de Echenique y de Monedero por ahuyentar votantes). Creo, en definitiva, que podemos ver el resurgir de Sánchez como un mal menor (por ahora).

Es verdad que cada vez se oyen más voces que denuncian que vivimos en una dictadura, pero es una exageración. Desde luego, es rara una dictadura en la que puedes publicar contra el que manda un texto tan insustancial como este. Pero es evidente que las democracias pueden erosionarse y la nuestra lleva tiempo haciéndolo. Llegados a este punto, desconfío más que nunca de la fortaleza, de la resistencia y de la calidad de todos aquellos obstáculos que podría encontrar el Gobierno para llevarnos a un régimen no democrático.

¿Quién es este señor?

Desconfío del electorado, de lo medios y desconfío del presidente. Es un tipo orgulloso, incluso soberbio, tal y como decía hace cuatro años Albendea. Sánchez quiere, ante todo, ser presidente del Gobierno. Ni siquiera le gusta tanto gobernar como ocupar el asiento y disfrutar de los privilegios. Quiere el poder por tenerlo, como quien coloca un trofeo en el salón para poder mirarlo y restregárselo a las visitas. No veo en Sánchez ni el afán de revancha sobre guerras caducas y disputas imaginarias ni las ganas de joder al personal que sí veo en Iglesias. Sánchez solo quiere ser presidente y no meterse mucho en política. No pide tanto (si no puede ser presidente, tampoco le importaría ser rey). Creo que no ambiciona mucho más de lo que ya tiene y espero que el tiempo no me quite la razón.

Pero también es evidente que el amor de Sánchez por el cargo, acentuado por todas las dificultades superadas para alcanzarlo, le convierte en un potencial peligro. Por ejemplo, es un gran mentiroso. Miente con cierta maestría y sin titubear. Hasta Iglesias tiene más tics cuando falta a la verdad. Sánchez sonríe y posa hasta cuando dice públicamente que la Fiscalía depende de él (ahí no mentía).

Prometió que no pactaría con los independentistas (ya lo saben) ni con Bildu (les sonará), dijo que no habría indultos a los presos del procés. Los mismos acontecimientos que en mayo de 2018 le parecían un delito de rebelión, en octubre habían dejado de serlo. Desde 2014 venía defendiendo que había que despolitizar el CGPJ, el Consejo de Seguridad Nuclear, la CNMV, RTVE… De todo lo que ha mentido Sánchez sobre la pandemia ni hablamos, incluso llegó a inventarse un informe o un comité de expertos. Pero mi mentira favorita es su opinión sobre Podemos, que no ha hecho más que cambiar en los últimos años: “No pactaré con el populismo ni antes ni después”, “debemos trabajar codo con codo con Podemos”, “con Iglesias a ningún lado”, “es nuestro socio preferente”. Y el colofón: “No dormiría tranquilo, junto con el 95% de la población, con ministros de Podemos” y “el gobierno de coalición es inviable”. Unos días después pactaba un gobierno de coalición y ya les digo yo que duerme a pierna suelta.

La frase que resume al personaje es esta que Sánchez pronunció en 2016 en ‘Hoy por Hoy’ de la Cadena SER: “Decían que iba a vender mi alma para ser presidente del Gobierno, que iba a aceptar el chantaje de Iglesias de la vicepresidencia con el CNI, con la policía propia, cargándonos la independencia de jueces y fiscales y que íbamos a hacer descansar la gobernabilidad de España en fuerzas independentistas”. Y era algo que él no creía “que se merecieran los españoles”.

Dado que la política no es mucho más que hablar, prometer, convencer y rendir cuentas, ¿de qué sirve un dirigente que es capaz de decir una cosa y la contraria varias veces? ¿Cuál es la verdadera opinión de Sánchez sobre Podemos, sobre Bildu o sobre los independentistas? ¿Desea realmente despolitizar la justicia y las instituciones públicas? ¿Está de acuerdo con las conclusiones de su propia tesis doctoral? ¿De qué sirve ver o hacer una entrevista a Pedro Sánchez? ¿De qué sirven sus intervenciones en el Congreso? ¿De qué sirve que abra la boca el presidente del Gobierno si no es para comerse una pizza cojonuda?

Las mentiras son tantas que incluso tener oídos podría ser una desventaja para un elector. Ya me dirán los votantes del PSOE qué es exactamente lo que votaron y qué es exactamente lo que el presidente ha acabado haciendo. Estoy seguro de que apreciaríamos más a Sánchez si no hablara una sola palabra de español, si jamás hubiéramos escuchado una sola aseveración salir de su boca, como si fuera Gareth Bale. Y, en el fondo, tener todas las declaraciones de Sánchez de los últimos años es igual a no tener ninguna de ellas. Como sumar uno y menos uno. Cero. Podemos decir que el presidente permanece mudo, incomunicado, ya que cualquier pregunta que le hagan va a provocar una respuesta aleatoria y sin valor alguno. Su verdadero pensamiento es y siempre será un misterio.

La moción

Si escribo de la moción de censura, me pagan un complemento. Pero reconozco cierta indiferencia ante lo acontecido en el Congreso. Vox seguramente presentó su moción por su propio interés político. Vale. Pero fue una moción que el propio Sánchez del pasado habría apoyado. Garriga estuvo más que correcto, sabe leer discursos, que no es poco. Bien por él. Abascal tiene que desprenderse de ciertos disparates y debe aprender a entonar y a interpretar mejor (le recomiendo, humildemente, unas clases de oratoria y de teatro).

Creo que todos estuvieron en su papel, salvo Casado, el que más tuvo que pensar sus movimientos y que optó por votar “no” y alejarse de Vox con un discurso más agresivo de lo esperado. Una muy mala señal fue que acabara recibiendo alabanzas de Iglesias, Lastra o Ignacio Escolar (¿llegarán las de Maduro?). Buena parte de la derecha se sintió decepcionada por el duro discurso del líder popular contra Abascal. Yo lo veo de otra manera. Lo digo siempre, para adelantar hay que cambiar de carril. Me explico. Todos sabíamos que la moción no iba a ninguna parte y que todos sus sesudos y grandilocuentes discursos han quedado recogidos en unas actas del Congreso que nadie volverá a leer. Pero creo que Vox presentó la moción porque se vio en la obligación de
hacer camino al andar y de agitar el panorama político. Y el PP se unió a esa agitación. Y tiene toda la lógica porque Sánchez permanecerá intocable hasta que el voto de lo que está a la derecha del PSOE no se decante por el PP o por Vox. No sé quién salió reforzado electoralmente del debate, pero la buena noticia es que al menos unos y otros intentan romper el bloqueo y que los votos cambien de mano. Esperemos, eso sí, que este choque no entregue más poder local y regional a la izquierda.

Además, no es por ponerme trascendental, no es que la moción me pareciera un momento histórico memorable que contaré a mis nietos imaginarios, pero prefiero que en una línea de los libros de Historia se recuerde que hubo una moción de censura contra Sánchez tras su desastrosa gestión de la pandemia, gestión de consecuencias devastadoras.

¿Y ahora?

El debate puede que marque el futuro próximo de nuestra política, pero lo que toca es volver a la realidad de la pandemia y del Sánchez presidente y el Iglesias escudero. Toca aguantar y rezar por el devenir de España y esperar que este Gobierno no se lo lleve todo por delante. Auguro que la legislatura durará lo que quiera Sánchez siempre que tenga regalos con los que ir contentando a sus socios. Será desagradable verlo.

Posiblemente, llegará un momento en el que los independentistas quieran avanzar en sus verdaderas pretensiones y el presidente tendrá que atenderlas para poder continuar en el poder. Todo se pondrá a prueba. La alternativa del PSOE será buscar la mayoría absoluta o casi absoluta si las encuestas que no dirige Tezanos indican esa posibilidad electoral. Ese momento puede llegar antes si a los podemitas les va mal en las citas que tienen con la justicia. Y ahí el papel de Ciudadanos, tal vez, milagrosamente, volverá a ser clave (creo que por eso se mantienen próximos al PSOE, aunque intuyo ciertos deseos de venganza). Pero para todo esto queda un tiempo. De momento, Sánchez se va a ver al Papa. Las mentiras del presidente son tan grandes que solamente el Santo Padre podía confesarle.

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