viernes, marzo 29, 2024
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Mujeres de la historia de España (I)

Divulgando que es Historia

En esta misma sección de El Liberal publicamos un artículo sobre la influencia de las mujeres en la Historia de Francia. Como no podía ser menos, es hora de ver el papel de algunas de las féminas, pero en nuestra Historia. Y, como árbitro casero que esta disputa soy, les confieso que tengo para mí que, aunque con menos glamour quizás, aquí las cosas se hacían mas en serio. Y si no, vean:

Comenzamos nuestro recorrido por la relación que mantuvo doña Leonor de Guzmán con don Alfonso XI de Castilla terciado el Siglo XIV y en plena Reconquista de los territorios patrios a los moros.

Alfonso XI habíase casado, previa dispensa papal, con su prima doña María de Portugal. Él con 17 años, y ella con 15. El principio, ya de por sí, no parece muy romántico. Por ende, la princesa portuguesa decían que no era muy femenina y, a contar de las crónicas y de relatos hechos por el propio monarca, tampoco muy proclive al «débito conyugal». A ello le añadimos que el trato con su esposo no era todo lo cordial que debiera ser, empecinándose en hablarle en portugués, lengua que don Alfonso no entendía. Con todos esos ingredientes, el adulterio está servido.

Conoce el monarca a la tal Leonor, bella viuda con tan solo 18 años, y el amor surge a primera vista. Un flechazo que duraría toda la vida del rey. Leonor le dio diez hijos en los veinte años que duró su convivencia extramarital. El tercero sería el más importante, pues llegó a ser nada menos que Enrique II, Rey de Castilla. Con él comenzó la dinastía de los Trastámara en el trono tras matar a Pedro I, hijo legítimo de Alfonso con María de Portugal. Pero no adelantemos acontecimientos.

Por cada hijo que le daba, Alfonso concedía a Leonor donaciones y señoríos por lo que, ya rica de nacimiento, llegó a acumular un inmenso patrimonio. Se convirtió en «la dueña y señora de Castilla», y reina de facto y en la sombra, en la que confirmaba privilegios reales, recibía embajadores, etc.

La abuela de la esposa, Isabel de Portugal, y que llegó a ser Santa Isabel, desaprobaba la conducta de su nieto político, y el padre de la novia mal casada, el rey Alfonso IV de Portugal, utilizó todos los medios para que su yerno abandonase a Leonor: desde negarle ayuda en su lucha contra el moro, hasta cruzar las armas sus ejércitos (siendo, por cierto, los portugueses vencidos), pasando por fomentar revueltas nobiliarias. Con apoyo del Papa consigue que el rey abandone, siquiera temporalmente, a su amante, por lo que por fin, presta su ayuda a las armas castellanas. Que, en la célebre batalla de El Salado, vencen definitivamente a los benimerines. Así, en 1334 nacerá el hijo legítimo de Alfonso y María, Pedro, que llegó a ser Pedro I «El Cruel» de Castilla (por otros llamado «El Justiciero», cosa de las banderías). Pero hijo y madre son postergados y relegados prefiriendo el monarca la compañía de sus hijos ilegítimos y, por supuesto, de la madre de los bastardos, doña Leonor.

Pero el 26 de marzo de 1350, Alfonso XI de Castilla, con 38 años, muere en el sitio de Gibraltar (aún no estaban los ingleses ¡ojo!, pero ya se ve que el Peñón lleva dando la lata desde hace ya lo suyo), infestado por la peste bubónica. Y la venganza de la reina madre y de su hijo no se hace esperar. Al mes siguiente el ya nuevo rey Pedro I, confisca a doña Leonor gran parte del patrimonio donado por su padre, y la hace presa en Sevilla. De allí, abandonada por casi todos, pasa a Carmona, luego a Llerena y, por fin, a Talavera de la Reina, donde sufre tortura hasta que un escudero de la reina madre, doña María de Portugal, la degüella. Pero la simiente ha dado frutos. Vean.

Pedro I hubiese hecho las delicias del Dr. D. Segismundo Freud. Abandonado y relegado por su padre, como acabamos de ver, y educado suponemos, en el rencor, por su madre, se convirtió en Rey de Castilla y su sobrenombre más conocido de «El Cruel», denota su actitud contra el mundo y sus enemigos.

Sin embargo también amó. Y fue a doña María de Padilla, a la que conoció allá por la primavera de 1352. Pronto la convierte en su amante quedando embarazada de su hija Beatriz. Sin embargo, la corte castellana había negociado el matrimonio del rey con la princesa Blanca de Borbón, sobrina del rey francés. Y ésta llega a Valladolid en febrero de 1353 para la boda. Pero el novio no aparece. Está con su amante celebrando los fastos del bautizo de su hija. Escándalo internacional, y al final los nobles consiguen llevar al rey al altar y celebrar el matrimonio en tres de junio de ese año (¡casi cuatro meses de espera!). Pero a los dos días el rey abandona a su esposa y vuelve con María de Padilla. El Papa le amenaza con la excomunión, por lo que regresa al hogar… para marcharse nuevamente con su amante con quien va a residir al Alcázar de Sevilla. La nobleza, junto con la reina madre, doña María de Portugal, se rebelan y hacen al rey prisionero. Pero escapa y estalla ya una auténtica guerra civil.

Don Pedro era mucho don Pedro. Un año después de su boda con la francesa se prenda de una joven viuda gallega, doña Juana de Castro, al parecer bellísima. Pero la gallega le para los pies y le exige el himeneo antes de nada. Ni corto ni perezoso llama a los obispos de Ávila y Salamanca y les conmina a declarar nulo su matrimonio con Blanca de Borbón al haber sido contraído contra su voluntad. Los prelados, que sabían cómo se las gastaba el rey, así lo hacen y éste se casa en Cuellar (Segovia) con doña Juana, a la que le duró el «reinado» y el marido, un día y una noche. Fue suficiente para quedar preñada. El rey vuelve de nuevo con María que, en el mientras tanto, había solicitado y obtenido del Papa licencia para fundar un convento de monjas clarisas en Astudillo, en el que no llegó a profesar porque llegó antes… su amante, al que le da otro hijo, Alfonso, que muere a los tres años, y otras dos hijas que llegaron a ser respectivamente duquesa de Lancaster (Constanza) y duquesa de York (Isabel), es decir, nueras del rey Eduardo III de Inglaterra.

En 1361, cuenta la leyenda que el rey mandó asesinar a Blanca de Borbón, que aún andaba de prisión en prisión y de conjura en conjura contra su marido, para poder casarse comme il faut con María. Pero ésta muere ese mismo año en Sevilla, probablemente de peste. Y don Pedro realiza el golpe final: reunidas las Cortes en Sevilla, declara ante sus nobles que el único matrimonio válido ha sido el que contrajo en secreto «a juramento» con María de Padilla y, en su consecuencia, los otros dos fueron nulos. Declaran tres testigos que ratifican la versión, las Cortes lo bendicen y doña María de Padilla es declarada, post mortem, reina, y su cuerpo llevado a la capilla de los Reyes en la catedral de Sevilla.

Pero la Guerra Civil no se detuvo y en Montiel, don Pedro I es apresado por Enrique, hijo bastardo de aquella doña Leonor de Guzmán y de su padre don Alfonso el Onceno. Y allí, en una tienda de campaña, Enrique mata a Pedro, ayudado por un francés, Du Guesclin, que pasó a nuestra historia  acuñando una frase famosa: «ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor». Así, de unos amores adulterinos, nace una nueva dinastía que llegó a reinar en Castilla y Aragón y que, entre otras aportaciones, legó a España y al mundo a la reina Isabel I de Castilla. A Isabel «la Católica».

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