viernes, marzo 29, 2024
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Miénteme, Pedro – Por Pastrana

En mayo de 2018, en una comparecencia en la sede de Ferraz, Pedro Sánchez presentaba la moción de censura con la que hizo caer al gobierno de Mariano Rajoy. Una presentación en la que con su característica voz engolada, y frunciendo el ceño al estilo Pablo Iglesias, justificaba la moción y esbozaba los objetivos y propósitos de su futuro mandato.

Sin embargo, desde la constitución del ejecutivo,  su tarea ha sido precisamente la de faltar a todos y cada uno de sus compromisos. No es que se haya limitado a permanecer inactivo, sino que todos sus movimientos han estado dirigidos en sentido contrario y destinados a erosionar el Estado de derecho en España, de cuyas imperfecciones realizó un diagnóstico relativamente acertado y aplica un tratamiento enormemente nocivo.

“Despolitizaremos las instituciones públicas”. ¿Quién podrá estar en contra de esta intención? Pero todos sus actos han servido para hacer precisamente lo opuesto. El CIS ha pasado a ser un instrumento de estudio de la opinión pública a un estamento dedicado a crear tendencias favorables al partido. RTVE se ha convertido en una chirigota en la que medra todo tipo de personajes sectarios y fracasados, con el previsible hundimiento de la audiencia, y dirigida por una presidenta que ha lapidado todo su prestigio profesional en la hoguera de Sánchez. Los últimos ataques a la independencia del poder judicial, que han merecido un reproche de momento contenido de la Unión Europea, van en la línea de domesticar uno de los pocos estamentos que aún plantan cara a la deriva autoritaria del Gobierno. El Portal de Transparencia se cerró a cal y canto mientras los ministros sanchistas hacían de las suyas encargando material sanitario inservible a proveedores de confianza, es decir, a sus amigos. El propio Sánchez se niega a facilitar datos sobre sus compañeros de aventuras en los viajes del Falcon, alegando algo tan peregrino como la protección de datos.

“Desterraremos la corrupción de la política española”. Tan firme fue el compromiso que cuando se publicó la sentencia de los ERE, el mayor caso de latrocinio de la democracia en España, los socialistas, encabezados por la vicepresidenta Carmen Calvo,  no tuvieron problema en asegurar con toda desfachatez que aquel saqueo no tenía nada que ver son su partido. Es tal el nivel de putrefacción en los 40 años de gobierno del PSOE en Andalucía que la corrupción socialista se relaciona prácticamente en exclusividad con la región, pero los escándalos son múltiples y repartidos por toda la geografía nacional. Esta misma semana conocíamos la imputación de la presidenta del PSC Núria Marín por malversación de caudales públicos, o que la fiscalía pide investigar al secretario de Estado de Energía de la época de Zapatero por el desvío de 30 millones de euros en subvenciones. El tratamiento de los medios en general a la corrupción de la izquierda, y en contraste con la atención a la de la derecha, es por otro lado estupefaciente. No se emiten especiales semanalmente, no hay 169 portadas. Les merece tanto interés como que llueva o amanezca.

“Nunca pactaré con los separatistas”. Realmente a día de hoy no queda ningún partido separatista relevante con el que Sánchez no haya pactado, incluyendo aquel con el que más énfasis empleó, EH Bildu. Su promesa de modificar el Código Penal para endurecer el delito de rebelión ha derivado en un acuerdo con los cabecillas sediciosos catalanes para conseguir su indulto lo más pronto posible, y la intención evidente es formar una mayoría y llegar a una alianza perenne en lo sucesivo para formación de gobiernos y acuerdos parlamentarios.

“Mis padres me enseñaron que lo más importante es sostener la palabra”, contaba en cierta ocasión, lección manifiestamente desaprovechada. Resulta hoy difícil escuchar las promesas de Sánchez durante la presentación de la moción de censura y su discurso en el Congreso de los Diputados sin imaginar cada una de ellas seguida por un estallido de risas enlatadas. La mentira como forma de hacer política, sin embargo, no es percibida por la izquierda como un defecto o un motivo de reproche moral, sino como un instrumento, un arma para contener al rival político, y como tal debe ser disculpada. Bien están los embustes y las promesas incumplidas de Sánchez si con ellos se impide el acceso de la derecha al poder.

¿Cuánto aguantarán las costuras del Estado antes de ser completamente arrancadas por el sanchismo? Con una oposición dividida y una mayoría aplastante en los medios de comunicación, por otra parte convenientemente regados con dinero público, tan solo el poder judicial y la Unión Europea parecen poder acotar los desvaríos autoritarios del Gobierno.

En sus manos estamos.

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