martes, marzo 19, 2024
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Meloni, o de Europa como shibbolet

“Y los galaaditas tomaron los vados del río Jordán a Efraím, y cuando alguno de los de Efraím que había huido decía: «¿Pasaré?». Los de Galaad le preguntaban: «¿Eres tú efrateo?». Si él respondía «no», entonces le decían: «Pues di “shibboleth”». Y él decía «sibboleth», porque no podía pronunciar aquella suerte. Entonces le echaban mano y le degollaban. Y así murieron cuarenta y dos mil de los de Efraím” (Libro de los jueces, 12, 4-6).

“Europa” es voz muy ligada a este tipo de segregacionismo sibboleth, según figura en el pasaje veterotestamentario, contra el extranjero, contra el meteco, contra el maqueto. De hecho, en publicaciones, asociaciones, grupos de expertos (o think tank), etc, la voz “Europa” es un significante que, en funciones reivindicativas, está muy ligado al arianismo, esto es, al racialismo segregacionista ario, que pretendía hacer de Europa un bastión incontaminado por las razas inferiores, o en decadencia. Unamuno lo decía muy bien en su Del sentimiento trágico de la vida: “¡Europa! Esta noción primitiva e inmediatamente geográfica nos la han convertido, por arte de magia, en una categoría casi metafísica. […] Yo solo sé que es un chibolete [sibboleth]”.

Y esta es la consideración que se tiene de Europa entre la llamada alt-right, con Fratelli d’Italia de Meloni, Vox, el Frente Nacional francés, el trumpismo del American first versión europea de Polonia, Hungría, etc. 

Desde esta “nueva derecha”, o como quiera que le llamemos, se han propuesto armar un argumentario que sólo contempla como interlocutor dialéctico válido al izquierdista “woke”, feng-shui, patinete (o también como quiera que le llamemos), de tal modo que, por aquello de que los contrarios se igualan, desde esta derecha alt-right se termina desarrollando un discurso igual de infantil que el discurso “woke” al que pretende objetar y oponerse. Que hay que castigar penalmente a quien delinque, pues es algo que en España se discutirá, naturalmente, desde el podemismo, que ve en cualquier sistema punitivo, prima facie, una conspiración de “la casta” contra las “clases trabajadores” (o así lo veían antes de que Galapagar les dejara amordazados y sin montura, para poder cabalgar tal insuperable contradicción). Fuera del Planeta Podemos, cualquiera puede entender que, a un delito, y así ocurre en cualquier ordenamiento jurídico de cualquier país del mundo, le corresponde una pena. 

De la misma manera, si hay que expulsar de España a quien delinque, dada su condición de extranjero, pues se le expulse, según figura en el código penal, art. 89.1, y ello tampoco es discutible fuera del podemismo, o, en general, del “wokismo”. Tan sólo me permito recordar, eso sí, que extranjeros eran Cristiano Ronaldo o Messi, cuando jugaban en los clubs españoles correspondientes, alguno de ellos con problemas con la hacienda española, sin que se oyeran voces clamando su expulsión por delinquir (pareciera a este propósito que algunos extranjeros son “más iguales” que otros).

La cuestión es que este no es el tema, aunque algunos les interese que se deslice por esta vía de lo indiscutible. La cuestión es si los ciudadanos españoles nacionalizados, es decir, aquellos españoles que han adquirido la nacionalidad habiendo nacido en el extranjero, deben tener la misma consideración de españoles que los españoles nativos (es decir, que los españoles que han adquirido la nacionalidad por nacimiento, que son la inmensa mayoría). Asunto que se hace extensible a las segundas generaciones, nacidos ya en España, pero descendientes de los nacionalizados. Por supuesto, la ley también contempla el ostracismo como medida penal para el nacionalizado, y no para el nacional nativo, pero esto tampoco es algo discutible, fuera de la singular axiomática “woke”.

Y el tema es que España, se quiera o no, depende de la inmigración, porque no hay repuesto de la población española, al tener un crecimiento natural negativo (vinculado al índice de fertilidad femenino) y, por lo tanto, insuficiente para su reproducción a través de la formación de nuevas generaciones. El plan para resolver esto no puede ser “expulsar al delincuente extranjero”. Y no porque esto no deba hacerse, que es, digo, indiscutible que debe hacerse con el código penal en la mano (que es el único modo como actúa el Estado, con los códigos en la mano), pero como plan político es ridículo y ruin, porque además de desviar el problema (el asunto está en los nacionalizados, no en los extranjeros), se criminaliza gratuitamente a la población extranjera. Una población que, por lo menos tal como está la situación demográfica en España, es imprescindible para la consistencia de la nación, siendo mucho más prudente incorporar esa población extranjera, por la vía de la adquisición de la nacionalidad, e integrarla completamente al cuerpo político español, buscando su lealtad y apego, y no su desistimiento. En este sentido habría que hablar mejor de inclusión, y no tanto de “integración” porque, de algún modo, la integración supone conservar sus modos de vida, produciendo ghettos o reservas de burbujas culturales (endogamia, etc), sin asimilarse como ciudadanos, esto es, sin “incluirse” en tanto que partícipe de la vida política nacional.

Francisco Contreras, diputado por Vox, intervino, en cierta ocasión, en el Congreso diciendo que el DNI no es suficiente para la adquisición de la condición de español, sino que ser español significa “mucho más”. Ese “mucho más” nacional (no se sabe “cuánto” más ni hasta “dónde” más), es una nueva forma, actualizada por el lepenizado Vox, de decir shibboleth. “Tienen que asimilar nuestras costumbres”, se dice, desde esta ideología alt-rght, pero ¿qué costumbres?, ¿cuál es la definición o la naturaleza política de esas costumbres? ¿Acaso yo, como español nacido en Galicia tengo que asimilar las “costumbres” de los españoles que viven, pongamos por caso, en el País Vasco si me trasladara a vivir allí? Es que la categoría política de ciudadano tiene que ser pasado por el tamiz de la nación cultural para adquirir la plenitud de derechos ciudadanos. No. La ciudadanía es simple. Ser ciudadano español significa participar de la soberanía española sin que se exija ningún atributo cultural asociado a ello.

Sin embargo, la “nueva derecha” pretende imponer un filtro, un embudo cultural, para la transformación de extranjeros en ciudadanos “europeos”.

Este es el plan estrella de Fratelli d’Italia, de Vox, del Frente Nacional francés, etc para resolver el problema del invierno demográfico en Europa: expulsar al extranjero delincuente. Es decir, que no hay plan.

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