martes, marzo 19, 2024
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¡Me pido a Franco!

Palacio de la Moncloa, mes de noviembre. Un martes cualquiera. Me encuentro en una especie de sala adyacente a la del Consejo de Ministros, parecida a la del VOR en el fútbol, chequeando posibles faltas o fueras de juego. El Gobierno está reunido. En una de esas comprobaciones, les veo comentar con sumo desinterés algunos de los temas de actualidad. 

Que si la subida desorbitada de la luz, que si las malas previsiones económicas, que si la crisis en el transporte y los suministros, que si el encarecimiento de la cesta de la compra, que si la crisis del gas, etc. Una larga lista de problemas y polémicas que, según murmuran, los feroces detractores pueden usarla como arma arrojadiza contra el Gobierno.

Y suena, de repente, casi como un grito de guerra, atronador, la arenga de Pedro Sánchez: ¡Me pido a Franco! La reverberación provoca que se reproduzca en las bocas de varios de sus ministros más cercanos. Y desde la parte morada, desbocada por la anticipación socialista, algunos piden lo mismo: ¡No! ¡Me lo pido yo! 

Todos quieren usarlo. Vuelve, otra vez, el célebre ‘Francomodín’. La excusa del dictador muerto como columna de denso humo. Nunca falla cuando las aguas están revueltas. El eterno recurso de la izquierda y la extrema izquierda para salir del paso. El clásico para tapar boquetes. La tarjeta que siempre sacan a relucir cuando el presente y la realidad retratan su nefasta gestión. 

Et voilà, nuevo intento para dinamitar el sistema de 1978 a través de la nueva Ley de Memoria Democrática. Otra imposición parcial y selectiva de nuestra historia reciente. Una vía que busca burlar la ¡Ley de Amnistía de 1977! para investigar y juzgar los crímenes del franquismo.

Claro, mejor remover tumbas y agitar odios reconciliados y superados hace más de 40 años en vez de buscar una solución para que, por ejemplo, los jóvenes españoles no marquen la tasa de paro más alta de toda Europa. 

El asunto podría uno tomárselo a risa si no pensara que, además de la maniobra de distracción, el fondo de la cuestión es mucho más preocupante. Una operación más para reescribir los acontecimientos históricos. De alzar banderas divisorias. Deslegitimar, esta vez, la Transición, de la que fue partícipe la propia izquierda. Fulminar, como fin último, la jefatura del Estado encarnada en el Rey, Felipe VI. 

Un bis. A nuestro ilustre mandatario ejecutivo español, que ha estado de viaje en globo por Ankara esta semana, le hemos escuchado arguyendo que “nos une una histórica apuesta por que Turquía forme parte de la Unión Europea”. 

No se sorprendan por el argumento cuando una de las tareas de este Ejecutivo consiste, en efecto, en borrar o maquillar la deleznable historia de España. Pronto, incluirán la Batalla de Lepanto en los capítulos más oscuros de nuestra historia y del cristianismo por la atroz lucha llevada a cabo contra el multicultural y tolerante Imperio otomano.

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