viernes, marzo 29, 2024
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Magnicidios en España

Divulgando, que es historia

Acabamos de conmemorar (que no celebrar, no nos liemos), el centenario del asesinato del Presidente del Gobierno, don Eduardo Dato. Desgraciadamente, hecho que no fue cosa aislada durante un tiempo. Aparte del más conocido sobre el general Prim, que merece capítulo aparte, hagamos un repaso cronológico.

El 8 de agosto de 1897 el anarquista italiano Michele Angiolillo realizó tres disparos a bocajarro y a traición contra el don Antonio Cánovas del Castillo. El último cuando ya agonizaba en el suelo. El asesino, al ser detenido, dijo que lo había hecho para vengar «a sus hermanos de Monjuitch». El magnicida hacía referencia a los anarquistas fusilados en dicho lugar el 4 de mayo de ese mismo año, acusados del atentado perpetrado contra la Procesión del Corpus de Barcelona del 7 de julio de 1896. Barcelona y El Corpus, decididamente, no se llevan bien. Pero esa es otra historia…

El 20 de agosto, Angiolillo fue ejecutado en la cárcel de Vergara tras ser sometido a un juicio sumarísimo en el que primó más la sentencia condenatoria, segura de antemano, que realizar una investigación en profundidad. El asesino dijo que aquél no había sido su primer intento y que había actuado solo. Y se le creyó. Pero hoy se sabe que Angiolillo, que había vivido en Barcelona hasta que fue expulsado de España, tenía contactos en Londres y París, ciudad ésta de la que había regresado a España con la intención de cometer un magnicidio. Y también se sabe que en la «Ciudad Luz» se había entrevistado, al menos una vez, con el doctor Betances, un puertorriqueño que era el delegado de los rebeldes cubanos en Francia. El porqué de ese encuentro (o encuentros) es una incógnita, pues el tal Betances falleció poco después, aunque se sabe que le entregó al anarquista 500 francos, y que éste le dijo que estaba dispuesto a matar a la regente con el niño-rey en sus brazos. A lo que contestaría Betances que la causa cubana ganaría muy poco con esas muertes. Y como quien no quiere la cosa, se citó a Cánovas como artífice de todos los males. Su suerte estaba echada.

Tras la muerte de Cánovas los insurrectos cubanos no ocultaron su alegría. Pero también se denotaba satisfacción en un país vecino de la Isla caribeña: los Estados Unidos. Así, el New York publicaba: «El culpable de la situación actual era Cánovas. Su poder era tan grande que una vez quitado de en medio, son de esperar las más lisonjeras consecuencias. Cuba puede y debe prometerse ya ser independiente». Otro periódico, The New York World, por su parte, decía: «…los cubanos van ¡por fin! a ver realizados sus sueños de libertad, porque ahora, sin Cánovas, la guerra entre los Estados Unidos y España es inevitable». Y The New York Sun remataba: «…lo único indudable es que (la muerte de Cánovas) acelerará el triunfo de la revolución cubana. El mayor obstáculo para ello ha desaparecido».

Desgraciadamente no sólo se alegraban los extranjeros. En el suelo patrio también había satisfacción. La célebre frase, atribuida a Sagasta, de «ahora ya podemos tutearnos todos», es significativa. Y si es cierta su atribución al político liberal, ya implicado siquiera fuese por omisión, en el asesinato del general Prim, es reveladora de una catadura moral deplorable y del error monumental de Cánovas, quien siempre creyó en la bonhomía de su adversario político.

Quince años después, el 12 de noviembre de 1912, en la madrileña Puerta del Sol, justo al lado de donde hoy un gigante informático se empeñó en destrozar restos arqueológicos y la fisonomía tradicional de tan emblemática plaza, caía asesinado otro Presidente del Gobierno: don José Canalejas Méndez que, al igual que Cánovas, era abatido por los disparos traicioneros de otro anarquista: Manuel Pardiñas Serrano. Si Cánovas era conservador, Canalejas fue liberal del partido de Sagasta. Como se ve, las balas anarquistas son igualitarias y hacen tabla rasa de ideologías. Y además de liberal, un gran y precoz intelectual: a los diez años tradujo del francés la novelita Luis, el joven emigrado; profesor de Literatura, Licenciado en Filosofía y Letras, en Derecho y posteriormente doctor en ambas disciplinas; abogado en ejercicio, colaborador periodístico, Presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, y merecedor de numerosas condecoraciones.

Como Presidente del Consejo de Ministros impulsó todo un programa de reformas, mejorando la legislación social, aboliendo la contribución de consumos, limitando el establecimiento de Órdenes Religiosas, etc. Incluso, trató de mejorar la situación de un asunto muy en boga en los tiempos actuales: la de la cuestión catalana, elaborando un proyecto de mancomunidad en colaboración con Prat de la Riba. Nada de esto era bastante para el anarquismo y con su muerte se frustró un intento de regeneracionismo político y social del país.

Sobre su asesinato se rodó un cortometraje semidocumental en el que interpretaba su primer papel un joven actor de 26 años que luego pasó a ser icono del cine español y patriarca de toda una saga de actores: José Isbert, que interpretaba al asesino. Como anécdota final digamos que cuando la cámara recorre a los viandantes que tratan de socorrer al político, se puede ver como el asesino, que se había suicidado al verse reducido por la policía, se levanta tan campante y sale de foco. Cosas del cine.

Pero las balas anarquistas prosiguirán su labor y de nuevo en Madrid, en la castiza Puerta de Alcalá, el 8 de marzo de 1921, abaten al mencionado don Eduardo Dato e Iradier, del que podemos decir que tuvo «mal fario» con sus tres presidencias gubernamentales. En la primera de ellas, entre los años 1913 y 1915, le estalla la Primera Guerra Mundial, adoptando la, hoy reconocida unánimemente como positiva, decisión de mantener a España neutral en el conflicto; en la segunda, breve, pues duró de 11 de junio a 3 de noviembre de 1917, tuvo que hacer frente a la huelga revolucionaria en Barcelona auspiciada por los grandes sindicatos UGT (todavía con una sola T) y CNT. Ante la crisis social e institucional que la misma comporta, Dato no duda en recurrir al ejército para sofocarla; por fin, en la tercera, cuya andadura comienza el 5 de mayo de 1920 y finaliza con su muerte a manos de pistoleros anarquistas, tuvo que hacer frente a la enorme presión entre empresarios y obreros catalanes con el fenómeno, paradójicamente, del pistolerismo anarquista. Fueron tres de ellos los que desde una motocicleta le dispararon entre dieciocho y veinte balas. Los tres fueron detenidos y los tres fueron puestos en libertad tras la proclamación de la Segunda República. Dos de ellos murieron en aquellos convulsos años. El tercero, el autor material de los disparos, sobrevivió a la Guerra y montó un negocio. Nunca se arrepintió e, incluso, a finales de los años 60, concedía entrevistas en las que justificaba su conducta por su joven edad y por sus ideales políticos. Peligrosos ideales los que contemplan y defienden el asesinato de semejantes. Y eso que la izquierda, como dijo uno de sus máximos representantes, no es violenta. Pues eso.

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