jueves, abril 25, 2024
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Líbano e Israel: un deshielo necesario

La historia del Líbano en estos últimos cincuenta años es la historia de un fracaso. Tras una brutal Guerra Civil entre comunidades que duró desde 1975 hasta 1990 y en la que se sucedieron matanzas, genocidios, invasiones por parte de Siria (bajo mandato de la Liga Árabe que al final repudió su apoyo a Damasco), una invasión de Israel y sendas ocupaciones, esta guerra de todos contra todos acabó con la firma de los acuerdos de Taif.

Estos acuerdos mantendrían una situación de tensión interreligiosa entre cristianos, musulmanes chiitas, sunitas y drusos debido a la fragmentación religiosa del poder (el presidente es cristiano mientras que el Primer Ministro es musulmán sunita y el Presidente de la Cámara es musulmán chiita), esto significó la paz pero no el inicio de una etapa de postguerra previa a una normalización sino que, por el contrario, cronificó la postguerra.

Los duros años noventa, dos mil y hasta el dos mil veinte fueron testigos del auge de Hezbollah, la influencia sirio-iraní, las retiradas de Israel en 2000 y Siria en 2005, los asesinatos, atentados y persecuciones, la guerra de 2006 entre Hezbollah e Israel y la Guerra de Siria. Todo ello en un escenario asolado, sin instituciones nacionales, que habían sido sustituidas por organizaciones político-religiosas mientras los ciudadanos eran cada vez más dependientes de la ayuda internacional destinada a los palestinos en los campos de refugiados, pero a la que también, debido a la inexistencia del estado, acudían los libaneses.

Uno de los shocks que tuve cuando anduve por las míticas ciudades de Tiro, Sidón y Beirut el pasado año 2019 fue la cantidad de heridas de la guerra que había en los edificios la cara de las ciudades estaban llenas de cicatrices no curadas. Encontré casas aún con impactos de bala, edificios arrasados con sacos de arena desde los años ochenta o un gigantesco blindado oxidado y viejo en la rotonda de Kola, frente a la gasolinera que inaugura el camino hacia Shatila.

Todo el retrato de un estado fallido, como sería calificado por Noam Chomsky. A esto hay que sumar la corrupción, la pobreza, el poder omnímodo de Hezbollah, que es un estado dentro del estado y que cuenta con poder político, misiones diplomáticas propias, ejército propio (con más calidad que el propio ejército regular libanés), servicios de inteligencia propios y la capacidad de ser los verdaderos amos del país.

Sin embargo, en este deshielo, aparte de la necesidad imperante por recaudar dinero para las arcas exhaustas del estado libanés, hay que sumar varios factores más:

La victoria de Bashar al Asad el Siria: y la menor influencia de Irán en la zona; curiosamente la presumible victoria de Asad ha asegurado el espacio chiita árabe de Irán por lo que el control de Teherán sobre milicias y grupos proxi se ha relajado permitiendo a estos grupos centrarse en la gestión de sus propios problemas internos dentro de la línea geopolítica de Teherán;

Explosión del Puerto de Beirut: tras una serie de conflictos internos, inestabilidad política y tensiones con Israel la explosión del pasado agosto fue un elemento catalizador que hizo que la población libanesa protestara contra todos los actores políticos, especialmente contra Hezbollah por controlar ese puerto y usarlo como almacén de productos químicos para el desarrollo de armamento. Esto implicó que el grupo libanés decidiera iniciar un proceso de propaganda y cambio a fines de capitalizar los apoyos que tenían y volver a captar los apoyos que iban perdiendo;

Cambio demográfico: jóvenes formados y conectados con otros lugares del mundo y hastiados por la guerra y la inversión económica de Líbano en conflictos regionales, su guerra con Israel y la existencia de Hezbollah, vista cada vez más como una anomalía. Hoy en día la masa crítica social no es susceptible a los mensajes de muchos de sus líderes políticos, además todo indica que Hassan Nasrallah es uno de los dinamizadores, por la parte libanesa, de este acuerdo para ir cerrando frentes y poder centrarse en el poder interno, sobre todo tras los ataques a instalaciones de Hezbollah tras la explosión de Beirut;

Campaña de normalización de relaciones en Oriente Medio: los “Pactos de Abraham” han permitido que Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y otros muchos países de la región estén dispuestos a reconocer a Israel y comenzar a mantener relaciones diplomáticas normales con Israel, lo que se traduce en un auge en los negocios y en una mayor estabilidad geopolítica.

La definición de un espacio geopolítico irano-chiíta y otro israelí-sunita tras las guerras de Siria e Irak hacen prever una serie de campañas diplomáticas para normalizar las relaciones entre estos espacios y, por ende, ir desactivando conflictos como el de Yemen. Todo ello mientras otro espacio geopolítico se está definiendo de forma acelerada como es el caso del espacio turco-postotomano como vemos en Siria, en el trato a las regiones kurdas, Libia y en la actual guerra de Nagorno Karabaj.

Esto implica la necesidad de llegar a acuerdos entre las partes, de ahí que Israel y Líbano hayan decidido iniciar conversaciones fronterizas dentro de un acuerdo marco que, con el paso del tiempo, pueda ser ampliado.

Este acuerdo permitiría establecer una línea definitiva de frontera entre ambos países y acabar con las controversias jurídicas por las Granjas de Shebaa pero también por el resto de la línea terrestre y marítima porque bajo el Mediterráneo Oriental, entre ambos países, hay una gran bolsa de petróleo y gas (la bolsa Leviatán) cuyo acuerdo fronterizo derivaría en un acuerdo de explotación y en ingentes beneficios para Tel Aviv y Beirut.

Sin embargo, debemos contar también con el proyecto entre Israel, Chipre y Grecia de construir el EastMed, una red de oleoductos y gasoductos que uniría la bolsa Leviatán con la bolsa Afrodita de las costas de Chipre con Europa a través de Grecia y de cuyo acuerdo Líbano puede beneficiarse también.

Esto implicaría sellar la paz, acabar con décadas de tensión y guerras e iniciar una de desarrollo del comercio y mejora económica en un momento vital debido al despliegue de una flota turca en el Mediterráneo Oriental con el buque prospector turco “Oruç Reis” escoltado por la armada turca en aguas que Ankara ha reclamado como propias para crear su zona económica exclusiva con Libia, región que rivaliza con el proyecto greco-israelí, en el cual Líbano juega un papel determinante y Egipto vigila de cerca debido a su desconfianza hacia los planes turcos.

No debemos olvidar que este acuerdo se va a llevar a cabo por el Coordinador Especial de la ONU para Líbano (UNSCOL) en el cuartel de la ONU en Naqoura, sur del Líbano (zona de influencia de Hezbollah) entre una delegación de Israel y otra del Líbano formada por militares, única organización nacional y no sectaria del país. Estas conversaciones están siendo monitorizadas de cerca por la Casa Blanca ya que su principal mediador es Mike Pompeo que, con esta medida pretende asegurar una transición regional en el Mediterráneo Oriental mientras que Francia, al mismo tiempo, está recalculando su influencia en la zona.

París, que necesita capitalizar su presencia en la zona frente al avance turco, con el que se ha visto las caras en las aguas del Mediterráneo Oriental al enviar buques para apoyar a la armada griega en las pasadas refriegas de septiembre. París es consciente de que la pérdida de influencia en Siria es difícilmente recuperable por lo que la explosión de Beirut permitió a Macron ir al país y asegurar desde ayuda humanitaria hasta apoyo geopolítico y tutelar una transición interna en el país hacia un modelo democrático y estable.

Todo tras unos meses en el que todo el panorama de Oriente Medio ha mutado de tal manera que el propio gobierno iraní, aliado vital de Hezbollah y asfixiado por las sanciones de Estados Unidos se encuentra bajo una mayor influencia de China. Con este presente Teherán no ve mal un acuerdo que desatasque Beirut para poder triangular en el país de los cedros una hoja de ruta para normalizar su situación internacional en un momento en el que Estados Unidos ve estos acuerdos marco entre Líbano e Israel como un paso previo para introducir al gobierno de Beirut en los “Pactos de Abraham” y terminar de redefinir una región siempre convulsa.

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