viernes, abril 19, 2024
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Las dos almas de Vox

En tanto que partido de aluvión, generado hace poco tiempo histórico (en diciembre de 2013), y al que han llegado muchos militantes en tan poco tiempo a la vez que se convertía en tercera fuerza electoral en España, Vox sufre la misma problemática que tuvo Podemos, si bien con características distintas. Mientras Podemos es un partido de izquierda indefinida fundamentalista, donde convergen persona que vienen del comunismo, de la socialdemocracia, del ecologismo, del separatismo catalán, vasco, gallego, andaluz, etc., en Vox el consenso sobre la unidad de España es unánime y sin fisuras, aunque existen en su seno sensibilidades distintas a la hora de entender la organización administrativa del Estado.

Y esta forma de ver el Estado, que en su programa se decanta por un equilibrio inestable entre la centralización de competencias en materia sanitaria y educativa y la descentralización administrativa autonómica, provincial y municipal para, supuestamente, «atender mejor a las necesidades de los españoles en su localidad más cercana», y una gestión económica que «no teme al federalismo» (como analicé en mi «Crítica del programa de Vox», publicado en el nº 2 de La Razón Comunista), y que es solidaria de los planteamientos económicos de la Escuela Austriaca, que jamás se ha caracterizado por la defensa de unidades políticas jacobinas, es lo que determina que Vox sea un partido con dos almas, dos familias ideológicas principales que epítetos lanzados desde fuera como «fascistas» o «extrema derecha» no permiten determinar de manera clara.

El término que mejor unifica la ideología de Vox es el de liberal-conservador. Surgido de una escisión del Partido Popular crítica con la deriva autonomista del PP, y crecido tras el intento de golpe de Estado secesionista catalanista del 1 de octubre de 2017. Vox defiende la unidad de España, la supresión de las Comunidades Autónomas y la recuperación de España en materia de política exterior como pilares fundamentales, así como la independencia del Poder Judicial respecto del Ejecutivo y del Legislativo y una moral pública conservadora «pro-vida» y «pro-familia tradicional».

Sin embargo, el calificativo de «nacional-católico» que el historiador italiano Steven Forti les ha tildado no se corresponde con la defensa de la reducción drástica de los impuestos a las rentas altas o la disminución del gasto público, sobre todo en materia de administración autonómica. Precisamente, la fiscalidad del franquismo no era muy liberal en términos de la Escuela Austriaca. Para no irnos muy lejos, la reforma tributaria de 1957 promovió un retoque progresivo del impuesto sobre las rentas del capital para una mayor redistribución de la riqueza generada, incluyendo un cupo global que copiara modelos decimonónicos, sin aumentar las cuotas de pago. Si bien esta reforma se limitó a elevar algunos mínimos exentos en la contribución territorial rústica, en los derechos reales y en el impuesto sobre el trabajo personal, los cupos tributarios por agrupaciones profesionales de contribuyentes nada tienen que ver con la minimización de las tributaciones que se defienden desde la Escuela Austriaca.

Todo lo explicado en el párrafo anterior no implica decir que el sector proteccionista de Vox sea criptofranquista, aunque tampoco se niega la afinidad de algunos de sus miembros para con la dictadura de Franco. Pero sí determina que una parte importante, aunque minoritaria en la dirección de Vox, apuesta por una economía más intervencionista que austriaca para que se pueda cumplir su programa. Y que esa parte intervencionista en Vox, para ser apaciguada, haya conseguido incorporar a la ideología del Partido elementos morales conservadores que puedan ser incompatibles con la perspectiva liberal-austriaca de algunos de sus miembros o de posibles votantes.

De esta manera, podríamos encontrar dos familias ideológicas que, a la larga, se muestren incompatibles e irreconciliables en Vox, y que solo su crecimiento electoral y su ascenso al poder, votando en las Cortes por la candidatura de Pablo Casado, del PP, a la Presidencia del Gobierno tras una hipotética caída en votos del PSOE y Podemos, podría impedir un choque ideológico mayor. De ahí que la familia propiamente liberal de Vox, encabezada por el portavoz en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, y la familia propiamente proteccionista, encabezada por el Vicepresidente Jorge Buxadé, con pasado en Falange Español de las JONS, tengan que ser equilibradas por el Secretario General, Javier Ortega Smith, y por la figura de unidad, el Presidente Santiago Abascal.

Ahora mismo, Vox cumple la función de cortafuegos a partidos verdaderamente neofascistas en España, que ya tuvo Alianza Popular y el PP antes de la renovación realizada por Aznar. Sin embargo, el voto patriota no liberal en España sigue domesticado, sea este de «izquierdas» o de «derecha».

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