miércoles, abril 24, 2024
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La verdadera riqueza

La prosperidad de las naciones está íntimamente ligada con el nivel de formación de sus ciudadanos y con el marco de libertades (individuales y económicas) en el que estos se desenvuelven

La riqueza de un país —en términos de recursos naturales— no garantiza nada, en tanto su población roce el analfabetismo o su gobierno la dictadura, porque la educación y la libertad son las más relevantes variables prescriptoras del progreso. Del progreso de verdad. Y es sobre los hombros de ambas donde se alza nuestro futuro como nación.

Pues bien, cuando analizamos en qué situación se encuentra la educación en España, a día de hoy, el panorama es desolador. Tan desolador, como preocupante resulta el estado de nuestras libertades.

Vayamos por partes. En lo que respecta a la educación, es tremendo constatar las cifras de abandono escolar, así como los resultados de nuestro modelo educativo comparados con los de aquellos países con los que competimos en el mercado global.

La deficiente formación (y empleabilidad) de nuestra juventud es uno de los varios factores que explican la vergonzante cifra de paro juvenil. Una cifra que, tras la pandemia, se sitúa por encima del 40%, pero que ya era récord en Europa antes de ella.

Esto tiene serias consecuencias que conviene recordar. Entre ellas, el que un país con una fuerza laboral poco formada no es atractivo para la inversión. Además, ello afecta negativamente a la productividad y conduce a salarios bajos. Y con salarios bajos, ¿qué joven va a atreverse a formar una familia?, lo cual nos arrastra a los ínfimos niveles de natalidad que sufrimos, comprometiendo seriamente la sostenibilidad de nuestro país tal y como lo hemos conocido. 

Mientras la educación sea vista como una herramienta política, de adoctrinamiento o de enfrentamiento, mientras no se le enseñe a la gente a pensar, a secas, en vez de a pensar de tal o cual modo, no levantaremos cabeza. Nuestras escuelas y universidades necesitan menos Gramsci y más Jack Welch.

A ver si de una vez por todas los políticos entienden que la educación no está para servirles a ellos, sino para servir a quienes la reciben.

Por otra parte, en lo que respecta a las libertades, compruebo con preocupación el retroceso de las mismas que se está produciendo en nuestro país.

Estamos siendo testigos del más indecente asalto a las instituciones, algo jamás visto en nuestra democracia: RTVE, el CIS, la Fiscalía General del Estado, la Abogacía del Estado, los intentos de reparto del CGPJ, etc.

Se están socavando las instituciones desde dentro, con grupos antisistema que, desde el mismo Parlamento, maquinan de forma constante contra la misma Constitución que los ampara y contra las últimas instituciones que les resta por asaltar: el Poder Judicial y la Corona.

Por primera vez empieza a sentirse que la propiedad privada puede ser violada o usurpada, sin apenas consecuencias, al igual que parece salir gratis el incitar a la violencia o a la desobediencia de leyes o resoluciones judiciales. 

Además, la perseverante guerra cultural a la que la neoizquierda nos lleva sometiendo, nos está llevando no solo a un cambio de lenguaje (que, si bien al principio podía parecer ridículo, ya empieza a instalarse entre todos nosotros… “y nosotras”), sino también a una reinterpretación de la historia en la que se retuercen descaradamente los hechos a fin de mostrar al socialismo como la gran panacea y no como la vieja gran estafa que ha sido allá donde se ha instaurado. 

La izquierda, huérfana de su “gran causa”, ha pasado a abrazarse a múltiples “causitas” (como dice Juan Carlos Girauta), a fin de dotarse de alguna razón para seguir existiendo tras la caída del muro de Berlín, cuando tristemente constataron que los alemanes no huían del Oeste hacia el Este, sino en sentido contrario. 

Estás “causitas” (algunas de ellas eminentemente insolidarias) son el abono para este neopuritanismo identitario y censor con el que la izquierda pretende imponer su moral a toda la sociedad. Porque detrás de cada “causita” hay un grupo victimizado que pretende vivir de ello, así como decirnos a los demás lo que es correcto y lo que no, dando una vuelta de tuerca más a las libertades de todos.

En definitiva, si España no espabila y no pone freno a la degradación de nuestro modelo educativo y a las tentaciones liberticidas de esta neoizquierda poco ilustrada, vamos a quedarnos con un país sin futuro, de mediocres y —sobre todo— muy, muy aburrido.

 


Marcos de Quinto es empresario, ex vicepresidente ejecutivo de The Coca-Cola Company y exdiputado del Congreso.

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