martes, abril 23, 2024
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La soledad en Houellebecq

El talento del escritor francés se mueve en torno a diferentes líneas de la existencia que aborda con precisión quirúrgica en sus novelas, pero todas ellas encuentran en la soledad y el individualismo un eje sobre el que pivotar y contar historias. No es difícil trazar un paralelismo en la estructura de sus libros, donde se vale de lo concreto para llegar a lo abstracto y explicarnos el mundo a través de la anécdota, de los asuntos más cotidianos.

En rigor, Houellebecq escribe sobre una realidad brutal y descarnada que se centra en los demonios que atormentan a la vida moderna y fragmentada. Para ello, utiliza siempre a personas desgraciadas, aquellos a los que a él le gusta enmarcar bajo la categoría que engloba a los perdedores de la globalización. Pero no se trata de perdedores económicos: el autor esboza un perfil muy concreto vinculado a la clase media y al hastío de las sociedad occidentales, un perfil que transita entre la depresión y cierta opulencia que caracteriza a los estados de bienestar en Europa. No es casualidad que uno de los autores de referencia de Houellebecq, rescatado por doquier en sus textos, sea el también francés Huysmans, que mostró un profundo desapego frente a la vida moderna ya a finales del siglo XIX.

El autor de Las partículas elementales o Ampliación del campo de batalla crea personajes diferentes sobre los que proyecta los problemas más íntimos de nuestros días: da vida a personajes herméticos, cerrados al mundo y abiertos al abismo de la conciencia.

En una de sus obras cumbre, en pleno golpe argumental, escribe: “Los elementos de la conciencia contemporánea ya no están adaptados a nuestra condición mortal. Nunca, en ninguna época y en ninguna otra civilización, se ha pensado tanto y tan constantemente en la edad; la gente tiene en la cabeza una idea muy simple del futuro: llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que uno puede esperar de la vida sea inferior a la suma de los dolores (uno siente, en el fondo de sí mismo, el giro del contador; y el contador siempre gira en el mismo sentido). Este examen racional de placeres y dolores, que cada cual se ve empujado a hacer tarde o temprano, conduce inexorablemente a partir de cierta edad al suicidio.” (Las partículas elementales, Anagrama, pág. 251). Este categórico fragmento sentencia de un plumazo la filosofía de sus libros, en los que parte de personas de carne y hueso que termina arrastrando hacia el nihilismo más absoluto, hacia la Nada que pone fin al Todo.

La conciencia de la no-existencia, de la desaparición, choca con la voluntad real del autor, que en algunas ocasiones ha manifestado en sus entrevistas cierta aspiración a lo eterno. Este anhelo lo busca en la fe, pero según sus propias declaraciones nunca ha llegado a encontrarla. En principio parece conformarse con el cariz estético de las ceremonias, pero las conclusiones son suyas y parece complicado asomarse a ese abismo que hoy es la mente de Houellebecq.

Lejos de querer delimitar un arquetipo ideal sobre el hombre moderno, siempre ha buscado la denuncia de ese vacío nihilista en el que él también parece inmerso. Los placeres mundanos, sean del tipo que sean, aparecen como simples comportamientos rutinarios de consuelo ante la desaparición, pero, en cualquier caso, nunca terminan de llenar a sus protagonistas. 

El foco se sitúa sobre la vida de colmena, entendida como una existencia individualista y desarraigada, que ha roto con los lazos comunes para abrazar un placer mecánico sin aspiraciones en un mundo en el que el mercado sigue cumpliendo el mismo papel que en nuestros días. 

Lo crudo de sus descripciones, sin aspavientos ni hipérboles, constituyen una denuncia que ningún otro escritor ha igualado, tanto por la profundidad de lo tratado como por lo complicado de hacerlo desde una existencia que el propio autor intuye vacía y abocada a la Nada.

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