martes, abril 23, 2024
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La revolución de la unidad y de la comunidad

Hay dos ideas que figuran hoy completamente desacreditadas, arrastradas, vapuleadas, tras el paso de las dos ideologías más beligerantes del siglo XX. La idea de unidad, que con sólo mencionarla ya se cae en sospecha de esencialismo, unitarismo, y toda una serie de vicios metafísicos de los que cualquier moderno bienpensante ha de abominar; y la idea de comunidad, en este caso también sospechosa pero de colectivista, comunitarista, cuya apelación significa inmediatamente opresión sobre la libertad individual.

Particularmente en España este descrédito ha operado de la mano de dos ideologías, el antifranquismo y el anticomunismo (y que siguen muy activas actualmente), que han hecho muy difícil una reivindicación política de dichas ideas frente al separatismo (esto es, frente al moviento que, precisamente, busca quebrantar la unidad y la comunidad asociadas a España).

La unidad, como unidad de España, enseguida se ve como algo característicamente franquista (habiendo figurado en una de sus divisas más conocidas «Una, grande y libre»), de tal modo que pareciera como si apelar a la unidad (si no se menta enseguida su diversidad, pluralidad, etc.) significa caer en las garras de la ideología franquista.

Por su parte, la idea de comunidad yace sepultada por la ideología anticomunista, de tal manera que cualquier horizonte que suponga una reivindicación de lo común, frente a lo propio, se descalifica y se asocia a un colectivismo despótico, burocrático, orwelliano.

Así, entretejer una reivindicación en España que busque neutralizar los efectos devastadores del separatismo se ve obstaculizada, insistentemente, por este matiz, este filtrado ideológico de las ideas de unidad y de comunidad, cuya articulación, sea como fuera, es fundamental para la constitución de cualquier orden político.

Y es aquí, en dónde, de nuevo, situamos nuestra reivindicación de una respuesta jacobina frente al separatismo. El jacobinismo lo que busca, ceñido al valor emancipatorio de la nación política, es fijar estas dos ideas y situarlas en la punta de lanza, en la vanguardia reivindicativa, contra ese descrédito ideológico que han venido sufriendo: la unidad, frente al separatismo, y la comunidad, frente al anarcocapitalismo liberal. Ni la unidad tiene por qué significar «dictadura;» ni la comunidad tiene por qué significar «sociedad cerrada».

De nuevo, recordemos aquello de Jean Jaurés, «la patria es lo que le queda a quien perdió todo lo demás». Y ello es así por su carácter unitario y comunitario. La patria es una y común, y ninguna parte (sea regional o individual) está por encima de ella.

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