jueves, abril 25, 2024
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La noche triste de Trump, por Juanma del Álamo

En este momento la probabilidad de que gane Biden es muy alta. Está cerca de hacerse con Pensilvania (y posiblemente Georgia) y con eso habrá acabado la pelea

En 2015, Australia comenzó a participar en el festival de Eurovisión. Por algún motivo y desde hace tiempo, el festival europeo tiene muchos aficionados en tierras oceánicas. A pesar de que los organizadores consultaron varios mapas que confirmaban que Australia no está en Europa (ni siquiera lo estuvo hace trescientos millones de años cuando probamos aquella chorrada de Pangea), decidieron que sería buena idea que participaran con los países del Viejo Continente. Ese 2015, Australia debutó con una alegre y decente canción pop que acabó quinta, un comienzo más que notable. Pero en 2016 presentó, a mi muy humilde entender, la mejor canción del festival. Buena puesta en escena, buena melodía y cantante con voz potente. Muchos estábamos seguros de que sería la vencedora de aquella edición que se celebraba en Estocolmo.

Sí debo decir que a mí me pareció feo que los australianos intentaran ganar el festival en su segunda participación. Fue como que te inviten a una boda e ir vestido de blanco, hacer un discurso interminable que nadie te ha pedido e intentar ligar con alguno de los recién casados. Te han invitado de milagro porque sobraba un cubierto, apenas conoces a nadie, lo normal es ser discreto. Te sientas y te callas.

Pues ahí estaba la recién llegada Australia en 2016 dispuesta a ganar el festival de los europeos. Y todo iba bien para las casi antípodas: cuando se habían dado todos los votos y el festival estaba a punto de terminar, era primera con cien puntos de ventaja sobre la absurda pero reivindicativa canción ucraniana y doblaba en puntuación a la canción francesa (de la que lo único que recuerdo es que era en francés). En ese momento se entrevistó a la cantante australiana para ver cómo lo llevaba. Parecía esperanzada. Pero ese año el festival estrenaba una nueva manera de dar las puntuaciones: todos los votos de los espectadores se otorgarían de golpe al final. Y así ocurrió. De repente, empezaron a concederse abultadas cantidades de puntos que alteraban toda la clasificación. Se estaban cargando todo el tedioso goteo de conexiones con países que acabábamos de ver. Para que se hagan una idea, los jurados europeos habían decidido que la canción polaca era la segunda peor cosa que habían visto en su vida (solamente por detrás de la canción alemana), pero, gracias a los votos de los espectadores, Polonia acabó octava.

El desconcierto fue tal que los ucranianos, al saber que eran segundos en el voto de los espectadores, dieron por hecho que habían perdido ante Rusia, primera para el público (la canción rusa era aburridísima, pero muchos europeos votamos a Rusia porque nos da miedo). Al final, aunque el jurado había dictaminado que la canción australiana era la mejor con diferencia y aunque fue ganadora hasta diez minutos antes del final, acabó subcampeona en el tiempo de descuento (Rusia acabó tercera). La sorpresa fue generalizada. Se habló de tongo y de timo. Yo no veía una remontada así desde que jugaba al fútbol de chaval: cuando se hacía tarde y había que volver a casa, siempre el que iba perdiendo proponía que el último gol valiera más que los trescientos anteriores juntos.

El disgusto para la cantante australiana tuvo que ser grande, pero seguro que la ganadora, intentando animarla, le dijo “eres de Australia, ni siquiera tenías que estar aquí, bonita” (cita no comprobada). El caos eurovisivo gustó tanto que se mantuvo en ediciones posteriores.

Otro vuelco casi tan importante fue el que vivimos la noche y la mañana del miércoles. El recuento electoral en Estados Unidos comenzaba muy bien para Trump. Según avanzaba la noche (madrugada en España) iba consiguiendo los estados que no se podía permitir perder, como Florida, Ohio o Texas. Además, iba por delante en Wisconsin y Michigan y pronto se adelantaba en Pensilvania. Ningún estado del centro y del sureste parecía que le iba a fallar y a altas horas de la madrugada todo hacía indicar que podía repetir el mismo resultado de 2016 e incluso superarlo con una inesperada victoria en Virginia.

Las caras en La Sexta y la CNN eran de ir pensando en acostarse. El yuan se depreciaba y las casas de apuestas aseguraban la victoria de Trump. Pero a altas horas de la noche la cosa fue torciéndose para los republicanos. De repente parecía que en Arizona (seis millones de personas en la misma superficie que Italia), contra todo pronóstico, iba a ganar Biden a pesar de que el estado del Gran Cañón había apoyado a los republicanos desde el 2000. Daba igual, a Trump le iban a sobrar votos si conseguía la victoria en los estados del “cinturón del óxido”. Y llevaba ventaja en Wisconsin y mucha ventaja en Michigan y Pensilvania. Pero esa ventaja comenzó a menguar mucho más rápido de lo esperado. Las tendencias se habían dado la vuelta con fuerza. ¿Qué estaba pasando? Aparentemente, estaba empezando a contarse el voto por correo y el voto adelantado. Los electores demócratas habían usado más este tipo de voto por miedo al virus, mientras que los políticos republicanos habían recomendado a sus seguidores votar en persona el día de las elecciones. Trump desconfiaba del voto por correo desde hacía tiempo y en verano ya protestó cuando algunos estados lo facilitaron por la epidemia: “El voto universal por correo será catastrófico, hará que nuestro país sea el hazmerreír del mundo”, dijo entonces. También aseguró que con ese sistema podría tardarse mucho tiempo en terminar el recuento. Y siempre dudó de su fiabilidad. No se puede decir que no avisara.

Volvamos al día de las elecciones. El voto por correo y anticipado estaba apareciendo al final del recuento y los demócratas estaban recuperando en varios estados un terreno que parecía insalvable. Para empeorarlo, en ciertos lugares frenaron el ritmo del recuento. Algunos centros incluso decidieron parar, irse a dormir y continuar por la mañana. Lo que parecía ganado por Trump quedaba, como poco, en el aire, e incluso empezaba a intuirse cierta ventaja del candidato demócrata. Algunos presentadores que antes tenían la mueca del niño robot de ‘I.A. Inteligencia Artificial’ después de comer espinacas pasaron a lucir una gran sonrisa. Todo aquello cabreó a Trump.

A pesar de que todo el mundo daba por hecho que Biden ya estaría en la cama, salió a hablar y a decir que tenía “buenas sensaciones” para alcanzar la victoria. Y pidió que se contara hasta el último voto. Tras el capitán obviedad salió el presidente rodeado de su familia y nos ofreció una intervención curiosa. “Estábamos ganándolo todo, estábamos preparándonos para una gran celebración y de repente se cancela todo”, dijo Trump, reprochando a los americanos que no le hubieran votado más y que por su culpa se fueran a echar a perder los fuegos artificiales, los canapés y la ensalada de patata.

En esa declaración, el presidente se proclamó ganador a pesar de estar el recuento en el aire. También aseguró que se había llevado estados como Georgia y Carolina del Norte, donde el resultado todavía no es claro ni en la madrugada del viernes, momento en el que escribo este texto y me como una galleta cuyo final es mucho más previsible. Trump se vio con posibilidades en Arizona, Michigan y Wisconsin y consideró que tenía mucha ventaja en Pensilvania: “Va a ser casi imposible que nos alcancen”. Y tenía razón. En ese estado clave, los republicanos llegaron a ir hasta quince puntos por encima de sus rivales con más del 60% del escrutinio realizado. En cualquier recuento normal, la victoria habría estado servida. Pero este recuento no era normal: la proporción de los votos que quedaban por contar era enormemente favorable para los demócratas. “Hemos ganado un montón de estados y de repente, ¿qué ha pasado?”, se preguntaba Trump. Y añadió: “Esto es un fraude al público americano, esto es una vergüenza para nuestro país”.

El caso es que los republicanos solicitaron que se detuviera el recuento en algunos estados (como pedir que termine el partido cuando vas por delante en el marcador) y al mismo tiempo pidieron que se acelerara en otros (en los que iban por detrás). “No queremos que busquen más papeletas a las cuatro de la mañana para que las metan en la lista”, declaró el presidente.

El abrupto cambio de tendencia sumado al inesperado frenazo en el recuento fue lo que sirvió en bandeja el escenario perfecto para que se hablara de pucherazo. Se levantó una polvareda de rumores, vídeos y noticias falsas o medio falsas que intentaban demostrar el engaño. En las redes se reseñaban pequeños errores por aquí o por allá o averías de todo tipo (por ejemplo, en Atlanta se rompió una tubería y se tuvo que retrasar el recuento). ¿Alguna prueba concluyente? Diría que no.

Sí creo que un recuento debe hacerse del tirón, a poder ser. No es decente que al bedel o a las personas que cuentan papeletas les entre sueño y se vayan a la cama con todo el planeta mirando. Tampoco debería ser un proceso tan lento ni debería haberse detenido el recuento en ninguna parte porque eso alimenta siempre las sospechas. Y en algunos lugares sorprende la rapidez para contar millones de votos y la lentitud para contar los últimos miles. Cosas que pasan. El escrutinio electoral, rápido y con pocas sorpresas, es una de esas cosas que hacemos bien en España. Votar se nos da un poco peor, pero ahí vamos.

En la madrugada del viernes, la mitad de los estados norteamericanos no han terminado todavía su recuento. Por ejemplo, California va por el 77% y Alaska por el 56% (han salido a cazar osos o a algún otro cliché que podamos poner aquí). Sigue el escrutinio en Las Vegas, donde te puedes casar en cualquier momento, pero tardan tres días en contar unas papeletas. Por suerte, en la mayoría de los estados, el resultado está poco disputado y ya se puede elegir un ganador. Pero en otros lugares la distancia va a ser mínima. Y parece que Trump va a apelar en todos los tribunales disponibles y va a pedir que se vuelvan a contar los votos hasta en Soria. Y hará bien.

¿Hubo pucherazo?

No lo sé, que no es poco. A falta de más pruebas, fue un engaño mental, como el de Australia en Eurovisión. La sensación de elecciones amañadas surgió automáticamente por la forma en la que se produjo todo el proceso, con la recuperación completamente inusual de Biden (provocada por el voto adelantado y por correo). Pero poco más se puede decir a esta hora. Creo que es absurdo pensar que todo es una conspiración, pero también es absurdo pensar que las conspiraciones no existen ni seguirán existiendo. Y en unas elecciones como las de Estados Unidos, el peso de enormes intereses (nacionales e internacionales, económicos o sociales) recae sobre algo tan endeble como unas papeletas y unas urnas. Estados Unidos tiene tantos enemigos que tendrían que ponerse de acuerdo entre ellos para no provocar varios pucherazos al mismo tiempo y para que no acabaran apareciendo más papeletas que ciudadanos. Es obvio que China, Rusia o Venezuela (entre otros) tienen sus candidatos preferidos y buscan y consiguen generar inestabilidad o influir en comicios más allá de sus fronteras. Son capaces hasta de provocar cambios constitucionales. Lo hemos visto. Por cierto, Maduro no ha tardado en presumir de que «en Venezuela la misma noche se conocen los resultados». E incluso el día anterior. 2020 ha venido a demostrar la superioridad de las dictaduras a la hora de combatir tanto las pandemias como los resultados electorales ajustados, algo que podría indicar que no hemos elegido bien nuestro sistema.

¿Qué va a pasar?

En este momento la probabilidad de que gane Biden es muy alta. Está cerca de hacerse con Pensilvania (y posiblemente Georgia) y con eso habrá acabado la pelea, más allá de los recuentos que puedan repetirse y de lo que digan los tribunales.

Este jueves volvió a aparecer Trump. Parecía cansado. Insistió en que “si se cuentan los votos legales, gano fácilmente. Si cuentan los votos ilegales, pueden intentar robarnos las elecciones”. Si se refería al voto por correo, pues sí, sin el voto por correo ganaría fácilmente, claro, pero eso no tiene sentido. Por cierto, con la madurez de un preadolescente, algunas cadenas de televisión cortaron la declaración del presidente porque, según ellas, no querían emitir mentiras.

Por desgracia para Trump, muchos republicanos y medios afines a los republicanos no le están acompañando en sus denuncias y reclamaciones porque ni se plantean dudar de la limpieza y solidez del sistema. Pero no olvidemos que las conspiraciones a menudo se sirven de la decencia y de la confianza de las personas. Por cierto, soy escéptico pensando que el presidente conseguirá algo más allá de las urnas, en las que oficialmente está a punto de perder.

Biden parecía un mal candidato, un tipo que deja bastante indiferente, aburrido, medio inmóvil y básicamente insípido. Pero creo que provoca mucho menos rechazo que Hillary Clinton. Y esa fue posiblemente la clave de su éxito: no molesta demasiado. El candidato demócrata es como un trozo de zanahoria en un buen plato de lentejas: no sabe a nada, pero tampoco lo apartas, te lo comes. Así que todos los que querían echar a Trump no tuvieron ningún problema en apoyar a Biden, el tipo que más votos ha obtenido en toda la historia electoral del país. El candidato demócrata, si confirma su victoria, podría ser una especie de presidente de transición (creo que está por ver que aguante toda la legislatura) y podría ser la puerta abierta a un giro hacia la izquierda de los demócratas. Por eso muchos latinos que han huido del socialismo saben a quién no votar. Y por eso yo prefería la victoria de Trump. Temo que Estados Unidos siga el camino de involución que han seguido algunos de los pocos rincones donde quedaba algo de libertad en América. Evidentemente, no se van a convertir en Venezuela, pero la dirección política del país va a ser una y no la contraria. Y no hay nación más influyente en el planeta que Estados Unidos. Sería malo para todos. Esperemos que los contrapesos que encontrará el presidente hagan bien su trabajo.

Aunque no fue el anunciado rodillo, Trump sí era una especie de dique de contención de las políticas, tonterías y maldades de la izquierda. Y en mí despertaba ciertas simpatías por estar tan machacado por movimientos sociales, medios y redes que no dudaban incluso en censurarle. Creo que sin la pandemia habría ganado claramente estas elecciones. Pero hay pandemia, lo que da lugar a más tesis conspirativas que se mezclan con las del propio recuento.

Trump se despedirá con el apoyo de medio país, que le quiere mucho más de lo que la otra mitad quiere a Biden. Ahora se rumorea que Trump puede volver a intentarlo en 2024. Ya veremos si conserva las ganas y su cuenta de Twitter para entonces. De momento, me solidarizo con él, si yo hubiera perdido unas elecciones como parece que las ha perdido, también estaría cabreado como una mona. Suerte.

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