viernes, marzo 29, 2024
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La literatura medieval es historia de España

Divulgando que es Historia

Cuando alguien cita literatura medieval, así, de primeras, pueden venir a la cabeza dos cosas: por un lado, qué cosa más emocionante, romántica y aventurera. Cosas de caballeros andantes, pelis de Robin Hood y de Excalibur. Así, todo mezclado. Desde Los pilares de la tierra, pasando por Iacobus, a Sir Gawain y el Caballero Verde. Aunque los dos primeros sean Best Sellers del siglo pasado, y el último, del siglo XIV. El problema es que el del caballero vestido de esmeralda, por más que haya influido a autores como Tolkien, no es que sea una lectura habitual. Porque, como indicaba al principio, la segunda cosa que llega al caletre es que… ¡qué petardez! Ponerse a leer uno cosas más viejas que una peli en blanco y negro. Con un lenguaje que no hay quien lo comprenda, aunque sea una edición con notas, o actualizado para no tener que necesitar estudios de paleografía para leerlo.

Sin embargo, aquellas literaturas de antaño no dejaban de ser, si no los más vendidos (ya que eran pelín caros, y no al alcance de todos), sí los más escuchados. Pues eran llevados de boca en boca convertidos en romances, cantares de ciegos, y repertorio de juglares y trovadores. En algunos sitios, se hacía un buen círculo junto al fuego para ser oído por quien pudiera recitarlo. Que eso de los podcasts y los audiolibros nos parece de lo más moderno, pero no dejan de ser remedos tecnológicos de aquellos filandones más entretenidos que el Netflix, donde se narraban en alto los pesares de Mio Cid, las hazañas del Amadís, la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma, qué cuentos se contaban en Canterbury, los amoríos de Tristán e Isolda, o que «mala la hubisteis, franceses, en esa de Roncesvalles».

Pues entre leyendas y mitos, los poetas en ocasiones se mezclan con los historiadores, y al final la fábula se convierte en tradición. Cuando hablamos de la Historia de España, el arquetipo por excelencia de caballero es el que naciera en Vivar en plena época de lo que se llamó Reconquista: don Rodrigo Díaz, por sobrenombre de sus, bien enemigos, bien aliados, el Cid. Llegado a nuestros días en una obra fundamental de la literatura, y donde tantos tópicos han vestido a quien fue cantado incluso en la letra original del republicano Himno de Riego: «De nuestros acentos / el orbe se admire / y en nosotros mire /los hijos del Cid». Así, la gesta del Campeador ha sido espejo donde buscar mirarse los valores de esa nación que hundía su pasado en siglos de Historia.

Con hechos que acabarían traspasando los mares, y acabarían como referencia de navegantes y conquistadores, en esos nuevos mundos que explorarían, descubrirían y conquistarían, nominando tierras con los recuerdos que la literatura les había hecho viajar con anterioridad desde esas veladas donde por primera vez oyeron hablar de los gigantes patagones en aquel libro de caballería titulado Primaleón, el hijo de Palmerín de Oliva, y que seguramente fue una de las fuentes del Quijote. O el de California, cuyo origen está en Las sergas de Esplandián, de Garci Rodríguez de Montalvo, de 1510.

En el inicio de junio, la Asociación Camino Ancestral de Santiago ha querido meterse de hoz y coz en la divulgación de la Literatura Medieval, y para ello ha lanzado lo que llaman una encrucijada del saber, para llevar a cabo una Jornada para darla a conocer. Para divulgarla. De manera que el gran público conozca lo que muchas veces se queda envuelta en las brumas de los clichés. Y en creer que por haber leído El nombre de la rosa, uno ya está de vuelta de lo que es un gran acervo cultural europeo. Pues desde las brumas frías de Beowulf a la calidez mediterránea de El Decamerón, es la base de la gran literatura actual, y el referente de tantísimas historias actuales convertidas en series o películas.

En mi casó tendré el placer de participar poniendo el foco en lo español. La pluma y la espada siempre han estado especialmente correlacionadas en España. El Siglo de Oro fue la eclosión de mílites que, a la vez, fueron escritores famosos. Cervantes en Lepanto o Lope en la Armada Invencible, son sólo el ejemplo de los Garcilaso de la Vega , Aldana, Quevedo o Calderón de la Barca. La literatura siempre fue el apoyo para el día a día del viajero, su compañero o, incluso, su inspiración. La literatura de los llamados libros de caballería serían todo eso para los conquistadores españoles, de cuyas gestas míticas se creyeron herederos, dejando como he señalado, su huella en la toponimia americana. ¿Merecían, pues, aquel «donoso escrutinio» que llevó a muchos a la hoguera en aquél célebre episodio del Quijote?

Os animo a conocerlo y a participar en un viaje que nos llevará de nuevo a ser caballeros andantes, a navegar donde habitaban dragones, y ver con los ojos de la inocencia un mundo de fantasía donde muchos valores parece que han quedado olvidados en nuestro modernísimo Siglo XXI. ¿Te animas?

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