viernes, marzo 29, 2024
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Juan Sebastián Elcano, ‘primus circumdedisti me’

“Esta sutileza tan grande que es que un hombre con un compás y unas rayas señaladas en una carta sepa rodear el mundo” (Pedro de Medina)

En la General Estoria, elaborada a instancias de Alfonso X, aparece expuesta la concepción del mundo -del orbe conocido- tal cual era representado en el siglo XIII (el siglo de la plenitud medieval, “de las luces”, según le llamó Le Goff). El rey Sabio dice así: “Sabida cosa es por razón y por naturaleza, y los sabios así lo mostraron por sus libros, que como el mundo es hecho redondo que de igual manera es redonda la tierra; y los sabios de este modo, pues sabiendo las proporciones de ella y su asentamiento, la dividieron en tres partes y a las tres partes le pusieron estos tres nombres: Asia, Europa y África” (General Estoria, Lib. II, XXIII).

Los límites del mundo antiguo y medieval, pues, estaban determinados por la concepción pliniano-ptolemaica, que expone ahí Alfonso X, y que fija como extremo occidental a las llamadas columnas de Hércules, levantadas, según el relato mitológico, por el hijo de Zeus en los promontorios de Abila y Calpe. Las columnas de Hércules, el omphalos en Delfos, el finis terrae en Galicia, la propia dualidad oriente/occidente son nociones que hablan de una masa continental tripartita (Europa, Asia, África), con un volumen de agua mediterránea interior, y cerrada para la navegación hacia el océano exterior por la divisa non plus ultra. Dante, en el Infierno, lo sabía muy bien:

“Éramos ya todos viejos y tardos

cuando por fin llegamos todos al estrecho

donde Hércules montó sus dos resguardos,

fijando el non plus ultra cual derecho”

(Dante, Divina Comedia, Infierno, XXVI, 106-109)

Una forma, la del non plus ultra, que por lo visto inventa el poeta Píndaro, y que ya Heródoto ridiculiza a las claras: “Yo me mondo de risa cuando veo cuántos han trazado ya los circuitos de la tierra: ¡nadie los ha dibujado de manera razonable! Representan el Océano fluyendo alrededor de la tierra, la cual es circular, como si estuviera hecha a golpe de compás” (Heródoto, lib. IV, 36).

Sea como fuera, el caso es que más adelante, ya desde el Museo de Alejandría, la teoría de la esfera, esto es, la geometría de Eratóstenes, va a proporcionar una vía de salida, como posibilidad geográfica teórica, de ese encierro medieval, de tal modo que tanto Portugal, hacia el sur, como Castilla hacia el occidente, van a extender su acción imperial y apostólica, desbordando el “non plus ultra” gracias a la práctica de las técnicas náuticas. Esa auténtica “caverna” (platónica) que representa el ámbito mediterráneo para el Occidente. La geometría de Eratóstenes ofrecía así una salida a la “ratonera” en la que estaba encerrado el Occidente como consecuencia del expansionismo turco, sobre todo, a partir de la toma de Constantinopla en 1453, y que rompía la unidad ecuménica cristiana. La teoría de la esfera invitaba a navegar hacia el Occidente, más allá de las columnas de Hércules, para llegar al Oriente, eludiendo, sorteando, así, el socavón que significaba el Turco dominando la cuenca del mediterráneo oriental.

La divisa, plus ultra, se convertirá, pues, en todo el programa global, esférico, de penetración oceánica, más allá de las columnas de Hércules, más allá del ámbito mediterráneo, para tratar de restaurar dicha unidad ecuménica cristiana, rota por el Turco, y, de este modo, ahogar el expansionismo islámico que se extendía imparable por el Oriente, y que amenazaba al Occidente.

La geometría esférica venía así al rescate del apostolado cristiano, frente a la yihad musulmana, ofreciendo una salida por el occidente que, en cualquier caso, comportaba engolfarse en la mar océano, en el mar “tenebroso”, con todo lo que ello implicaba.

La consecuencia de ello es el mundo “moderno”, un nuevo mundo que surge a partir del descubrimiento, con el desarrollo de la náutica y la cartografía renacentistas, del continente americano y de los tres océanos interpuestos, Atlántico, Índico y Pacífico, cuya existencia y medida eran desconocidos hasta ese momento, hasta el momento en el que los tres son recorridos por la expedición de Fernando de Magallanes y de Juan Sebastián Elcano.

Y será, precisamente, con la vuelta de Elcano cuando las verdaderas dimensiones del orbe, hasta ese momento totalmente especulativas, queden fijadas y ceñidas por la nueva cosmografía derivada de ese viaje (si me permite el lector, he escrito un libro al respecto titulado “El orbe a sus pies”, editorial Arial, 2019). Los mapas, sobre todo de Toreno y de Diego Ribero, serán el fruto cartográfico de la acción náutica llevada adelante por Magallanes, que es el artífice indiscutible de la expedición, y Elcano, que la culmina con éxito. De hecho, frente al intento de restar méritos al español, para ensalzar al portugués (desde Pigaffeta hasta Stefan Zweig), hay que saber que sin la acción tan audaz de Elcano la expedición hubiera sido un fracaso.

Es por eso que, con la llegada de Elcano culminando la empresa, podríamos hablar, con Hegel, para referirnos a aquel 6 de septiembre de 1522 en el que la nao Victoria entra en el puerto de Sanlúcar después de dar la vuelta al mundo, del “bello día de la universalidad”.

Ese día, en efecto, “que irrumpe al fin, después de la luenga y pavorosa noche de la Edad Media”, dice Hegel, marca el inicio de la edad moderna, dejando atrás esa concepción pliniana- ptolemaica, tripartita, que se derrumba cuando la proa de la nao Victoria emboca el Guadalquivir, y los 18 tripulantes, con Elcano a la cabeza, agotados y astrosos, desembarcan en el puerto andaluz de Sanlúcar de Barrameda.

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