jueves, marzo 28, 2024
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Juan Latino: poeta, humanista… ¡y negro!

Divulgando, que es Historia

Me permitan que no use otro eufemismo. Porque no hay ánimo de injurias ni propósito de ofensa. Más bien al contrario. Porque devenir de familia de esclavos etíopes, a Catedrático… ¡en el siglo XVI!, no me dirán que no es de mérito. Máxime en tiempos en que era más normal acabar como esclavo en galeras, que bachiller en Salamanca… ¡aunque fueras blanco! Y en tiempos en que el racismo era algo más que normal. Aunque me da que esos tiempos la humanidad no los ha dejado. Como mal universal, les aviso. Que no se crean que esto del racismo es algo sólo propio de ciertas civilizaciones o culturas. De ciertas etnias y color de piel, y no de otras. Porque el ser humano es igual de gilipuertas en cualquier tono del Pantone. Es lo que hay, y no me pienso poner a dar ejemplos antropológicos de antes y de ahora. Pero hagan el favor de creerme, y así pasaremos a admirarnos de la vida de don Juan cuanto antes.

Pues es de admirar la vida y hechos de quien fuera un pionero en muchas cosas, y tan famoso y reconocido en vida, que hasta el monarca más poderoso del mundo, el rey de las Españas, Felipe II, pidió que le llevaran un retrato para colocarlo entre los ilustres prohombres de su tiempo, en el Alcázar madrileño. La verdad es que, como pueblo genocida hemos sido un rato raro. Pero no dejemos que los clichés no nos dejen afianzar nuestros prejuicios, ¿verdad? El caso es que la vida de Juan de Sessa es para un biopic con los que llevarse más Óscar que los que ha conseguido España nunca, y dejando a Spielberg con la boca toda grande para poderse comer el apologético truño, «Amistad». Pues imaginen…

Granada, 1523. El noble embajador de Carlos I, don Luis Fernández de Córdoba, conde de Cabra, se instala en la que fuera hace tan poco, capital nazarí. Lugar donde su suegro, el Gran Capitán, se llenara de más gloria si cabe. Viene con su esposa y con su hijo, Gonzalo, nominado así por su esclarecido abuelo. Junto al joven, su paje. Un zagal de la misma edad, hijo de una esclava etíope, y de padre ignoto, aunque el comadreo maledicente señala que el padre debía de ser su amo, don Luis. Sea como fuere, casi como hermanos se trataban el heredero del duque de Sessa, y este Juan que toma por apellido tal topónimo del título nobiliario. Acompaña a su mucho más que amo, a las clases que recibía, y así lo hizo cuando Gonzalo fue a la universidad. Él, ávido por conocer, atendía a todo incluso desde el zaguán donde tenía que esperarle.

El afecto que la casa de Sessa le profesaba al que se hizo acreedor de tal, le supuso que fuera manumitido en 1538. Manumitido es lo que se le hizo a Django en la de Tarantino, pero a finales del XIX, como si fuera algo digno de ver, y contra el que luchar montando el KKK. Mientras que, siglos antes, en la atrasada y genocida España… Juan acabaría con el apodo que se convertiría en apellido. El de, Latino. Pues tras estudiar latín, retórica, griego, música… etc., sacaría su título de Bachiller el 2 de febrero de 1546. Y sería el maestro Benedicto del Peso, como contó el investigador, Gabriel Pozo Felguera, quien le consignó el último de 38 alumnos, llamándole Ioannes Latino. De ahí, a la licenciatura. Que la conseguiría en 1557. Y un año más tarde, se convertía en Magister de la Universidad de Granada, siendo así,  el primer catedrático negro de la historia universitaria española, y no sé si del mundo occidental.

Como imagino que andarán algo sorprendidos por este relato, agárrense que vienen curvas. Ya que, siendo profesor privado de música (se ve que ya en aquellos tiempos lo de ser sólo profesor universitario no daba para tanto, aunque afortunadamente no les daba por dedicarse a la política), se quedó prendado de su alumna, Ana de Carleval (o Carlobal). Un clásico amoroso, vaya. Porque su dilecta pupila, también se enamoró de él. Y besos y abrazos no hacen hijos, pero tocan a vísperas, que dice el refranero popular, y como es mejor casarse que abrasarse, como dijo San Pablo, pues sobre 1548 acabarían en himeneo (que como decía Ramón, sonaba a boda con baile al final). No digo yo con algo de sorprendente escándalo… pero menos, pues hicieron vida tan normal, que cuatro vástagos trajeron al mundo.

La Universidad de Granada le otorgaría la Cátedra de Gramática Latina de la Catedral de la iliberitana ciudad al pie de Sierra Nevada, de la cuál sería titular nada menos que veinte años. Hasta que se jubiló como emérito, no sin antes haber publicado infinidad de libros, y hasta tenido encargos tan importantes, como el que le encargó la jerarquía de la iglesia local, para que la idea de Felipe II de llevarse a sus bisabuelos a enterrar en San Lorenzo de El Escorial, Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, junto con sus abuelos, Juana I y Felipe I, fuera desistida. Y tan bien defendió el que se quedasen en Granada, que gracias a Juan Latino quedaron donde la reina Isabel dispuso.

Un poeta, un humanista, un músico, un sabio, que fuera «negro famosísimo», tanto, que tuviera como conocidos a unos tal Garcilaso de la Vega, Lope de Vega o Miguel de Cervantes. Una figura admirada por los reyes y nobles de su tiempo, y respetada por todo el pueblo. Y hoy, ¡cómo no, olvidado. Pero no porque fuera negro. Sino porque así hacemos con todos los hombres y mujeres de nuestra Historia. Así somos. Qué pena…

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