viernes, marzo 29, 2024
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Javier Marrodán, experto en ETA: «Gracias a la generosidad de las víctimas vivimos en una sociedad sin odio»

El periodista Javier Marrodán Ciordia (Pamplona, 1966) ha centrado buena parte de su trayectoria profesional en estudiar el terrorismo de ETA. Entre otros trabajos, fue el responsable de dirigir el proyecto Relatos de Plomo, una pormenorizada y exhaustiva investigación histórico-periodística sobre el terrorismo en la Comunidad Foral

El proyecto Relatos de plomo es, al margen de un trabajo estadístico, una recopilación de historias. ¿Qué valor tiene contar la historia de ETA no tanto a través de cifras como de relatos personales?

Al final lo que recordamos son historias, más que análisis, datos, estadísticas… Te identificas más fácilmente con algo concreto, es como la foto del niño Aylan en la playa [el niño que apareció ahogado en una playa de Turquía durante la crisis de refugiados de 2015]. ¿Por qué esa foto tuvo ese impacto? Porque es un niño que podría ser hijo de cualquiera de los que vio la foto en el periódico. Poner cara, nombres y apellidos a las personas que protagonizan las noticias es no solo uno de los retos del periodismo, sino además una de las estrategias más eficaces para transmitir la realidad.

Uno cree que sabe qué es el terrorismo: una serie de personas que tratan de conseguir unas aspiraciones políticas a través de la violencia. Más o menos es así, pero descubres que eso es la superficie de los acontecimientos. Solo ves la profundidad del terrorismo cuando buscas a la persona que está detrás del atentado y vas a mirar cómo ha sido su vida desde entonces hasta ahora.

¿Puede poner un ejemplo de esto?

Un caso concreto que creo que lo ilustra ocurre en 1979, cuando ponen una bomba en una oficina inmobiliaria en la Plaza del Castillo de Pamplona. Los artificieros llegaron y uno de ellos, Francisco Berlanga, muere al estallar la bomba. Francisco Berlanga estaba casado, tenía 25 años, era padre de tres niños pequeños y estaba a punto de volverse a Málaga. Todo eso se publicó en las crónicas, pero lo que no se sabe es qué ocurrió con su viuda desde el año 79 hasta hoy.

Cuando fuimos a Málaga, la señora nos contó una historia tremenda. Una mujer muy sencilla, con poquísimos recursos, que no había ido nunca a la escuela y que tuvo que sacar adelante a sus tres hijos limpiando casas, escaleras, oficinas… que ha malvivido, ha sobrevivido todos estos años, que a pesar de todo ha procurado educar a sus hijos sin odio, sin resentimiento. Es una historia muy tremenda y muy necesaria porque sumas todas las historias que hay como esta y entonces es cuando te haces cargo de lo que supone el terrorismo.

Dice Arcadi Espada que en los años más duros del terrorismo “algunos crímenes se escurrían por el sumidero de un breve”. ¿Se convirtieron los atentados en parte del paisaje por la frecuencia con que se daban?

Eso era así. El atentado en la Plaza del Castillo que hemos comentado compartía portada con cuatro noticias de otros atentados. Se ve la diferencia en el trato que se hace del terrorismo en los años 2000, cuando un atentado tenía una cobertura muchísimo mayor. Cuando matan a José Javier Múgica, salieron diez páginas al día siguiente, incluida una entrevista a la viuda. Francisco Berlanga, en cambio, era una página. Esto tiene algo que ver incluso con el sentido de noticia: es más noticia, si cabe hablar así, un atentado cada tres meses que uno cada tres días. Tristemente, esto ocurrió.

En su acercamiento al terrorismo de ETA, ¿le ha llamado especialmente la atención alguna historia?

Curiosamente fue una entrevista que no hice yo, sino María Jiménez y Gonzalo Araluce [ambos periodistas coautores de Relatos de Plomo]. Localizamos a la madre del guardia civil asesinado en el año 90 en la Foz de Lumbier (Navarra), una señora que vive en una casa muy humilde a las afueras de Castellón. Una señora sencillísima, que enviudó muy joven, madre de siete hijos —el guardia civil era el mayor— con una historia muy terrible porque otro de sus hijos tuvo una depresión y a raíz del asesinato de su hermano se suicidó. La entrevista me dejó sobrecogido, no solo por la historia tan tremenda, sino por ella misma, una señora extraordinaria, buena, que va a un hospital a ayudar como voluntaria para estar con gente más necesitada o más sola, que dice se ha esforzado para sonreír a sus demás hijos, para tirar de ellos para arriba aunque nunca le saliera de manera natural.

Otra es la de Reyes, la viuda de José Javier Múgica, asesinado en el año 2001. Fuimos a su piso y descubrimos a una mujer que es una santa. Nos dijo que rezaba por los terroristas todos los días. Nos contó una serie de cosas que te interpelan interiormente porque piensas “me gustaría ser como esta mujer”.

¿Tardó la sociedad en responder al terror de ETA?

Sí y no. El asesinato de Miguel Ángel Blanco supuso un punto de inflexión, lo que llevó a mucha gente a salir a la calle por primera vez para manifestarse contra ETA. Sí que en algunos casos concretos hubo una reacción fuerte, pero si lo de Miguel Ángel Blanco hubiera ocurrido con ese volumen y esa intensidad años antes, las cosas hubieran sido distintas.

Un tema más desconocido es el de los empresarios extorsionados por ETA.

Solo en Navarra hubo más de 2.000 personas que recibieron una carta en que le decían que o pagaban el impuesto revolucionario o se atuviesen a las consecuencias. Se calcula que hubo un 10% de personas que pagaron —a las que lógicamente no se puede juzgar, pues había cartas muy intimidatorias con frases como “sabemos dónde vives”, “a qué colegio van tus hijos”, “la matrícula de tu coche”— pero hubo un 90% de personas que no pagaron, con algunos casos que han sido heroicos.

¿Puede contar alguno de esos casos?

Recuerdo un matrimonio joven al que le llegó una carta de estas, lo hablaron y dijeron: “Con nuestro dinero ETA no va a comprar ni una bala”. Entonces, nombraron un tutor para sus hijos eran pequeños y le dijeron: “Si nos pasa algo, hazte cargo de los chicos”.

También me contaron de un empresario en Guipúzcoa al que secuestraron, pero que se tiró del coche en marcha y consiguió huir. Volvió a casa y pensó que no se podía descartar que volvieran a por él. Entonces fue a un notario, el que me lo contó, y le dijo: “Me ha ocurrido esto y quiero firmar un documento notarial para que si me vuelven a secuestrar nadie de mi familia ni de mi empresa dé nada que contribuya a alimentar la maquinaria terrorista. Si pasa algo, haces público este documento”. Afortunadamente, no pasó nada, pero desde luego estos tipos son unos héroes.

¿Cómo valora la actitud de las víctimas?

Han sido muy generosas y muy ejemplares. Una cosa que hemos visto hablando con ellos es que los que tenían hijos pequeños cuando se produjo el atentado nos respondían de forma parecida a la pregunta de: “¿Cómo le explicaste tú a tus hijos cómo habían matado a su padre?”. Decían que les contaron la verdad, pero que habían tratado de educarles sin odio. Aquí lo que ha habido es personas que han acusado el golpe y lo han absorbido. Eso nos ha beneficiado a todos, no sólo a ellos. Gracias a su generosidad estamos donde estamos, con una generación que va creciendo sin odio.

Pero de acusar el golpe a perdonar hay un paso…

Sí, aunque también es cierto que hay gente que te dice “es que no les puedo perdonar”, y al mismo tiempo te dicen “yo he procurado que mis hijos crezcan sin odio, que no sean como ellos”. Yo creo que eso también tiene que ver con el perdón. El perdón es una cosa muy personal y cada uno lo vive y lo gestiona a su manera. Hay muchas personas que dicen explícitamente que ellos, con un planteamiento cristiano, perdonan a quienes mataron a su marido. Hay casos increíbles. A José Luis Prieto lo mataron cuando iba a misa de ocho de la tarde un sábado. Iba con su mujer. El cadáver estuvo como un par de horas en la acera y llegaron sus hijos. Su madre, allí mismo, con el cadáver todavía tendido en la acera, les dijo que tenían que perdonar.

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