viernes, abril 26, 2024
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Herencias envenenadas

Todo el mundo dice que la tarea más difícil de hacer en vida y dejar memoria, es la educación de los hijos. Bueno, eso aquellos que al menos lo intentan o se esfuerzan, aunque todos sabemos que la experiencia es aquello que cuando ya la tenemos… ya es tarde para que nos haga falta. O si lo preferimos en formato existencial: es la forma de desgastar nuestra vida en un proyecto del que nunca sabremos si los caminos tomados son los mínimamente adecuados.

Afortunadamente compartir tareas es algo que poco a poco va penetrando en la sociedad civil, y en la que ya van desapareciendo las frases de ayudar o colaborar en cuestiones del Domus interior. Quizá no con la suficiente uniformidad y con la suficiente celeridad, pero sí de forma inexorable.

Es obligatorio lanzar un par de avisos a Navegantes. Uno, intentar ir más deprisa de lo que puede absorber una sociedad civil o creer que toda sociedad y cultura resuelven conflictos, superan contradicciones y diferencias de la misma manera, es no sólo segregante y etnocéntrico, si no que lo único que lograran será que aparezcan reacciones “alérgicas” en sentido contrario que acrecentarán y dificultaran la correcta integración de eso que llamamos igualdad de genero y conciliación; es sabido que una fuerza no medida y acompañada de otros cambios, convierte en guerra lo que debiera ser colaboración. Evidentemente saber a qué ritmo y qué teclas tocar en cada momento, es del todo imposible, puesto que lo que vale prima facie no siempre es a medio o largo plazo adecuado.

La regla de los indígenas del Amazonas me vale: “Todo acto debe pensar en las consecuencias para las siguientes tres generaciones, y si es bueno implantarlo”.

Segundo aviso, los errores por intereses particulares, “teorizaciones antropo filosófico políticas” están bien como ejercicio, pero sólo traen distopias y renacimiento de posturas defensivas que rozan el arcaísmo.

Me explico. Si para compartir tareas hace falta pensar y ver con similares ojos culturales las cosas, entonces deberíamos empezar por elegir mejor en qué valores educamos y sobre todo quien está implicado en esa educación. Reclamar acciones del siglo XXI a seres educados en formas del XX trae necesariamente luchas intestinas como poco, y sobre todo subordinación de una parte a la otra, que al final o la una “revienta” o la otra “se cansa de estar siempre en la vanguardia”.

Siento ser cruel, pero si bien no solemos elegir de quien nos enamoramos, si lo hacemos a la hora de decidir con quien “casarnos”. Si te juntas con un “Neanderthal” no esperes cambiarlo, pero parece que en este caso la parte animal sigue ganando. Si elegimos en virtud de patrones y roles de inmediatez, digamos que de seres educados sin comprender las responsabilidades, tenemos lo que no deseamos para formar un núcleo familiar, pero somos libres en elegir incluso equivocándonos; al menos damos trabajo a terapeutas de pareja, psicólogos, abogados…

Esto mismo pasa con la educación, pero no la de saber Matemáticas o Idiomas, si no la Educación que antiguamente se llamaba con la cursi palabreja de “civismo o buenas maneras” y que básicamente se centraba en la obediencia a las normas consuetudinarias, al actuar de forma consciente sobre los derechos y obligaciones propios, pero por encima de todo estaba el ejemplo.

Desgraciadamente pasan constantemente “seres sin gracia” que en numero creciente y ya no de edad clara, pues oscila entre los 4 y los 99 años, día y noche por mi “puesto de tiro” y que casi siempre salen indemnes por aquello que me enseñaron de no juzgar a la primera.

La Educación no reside en tener conocimientos, si no estar “conformados” de una manera determinada para dar respuesta a las necesidades propias y del otro en la sociedad que nos toque vivir, a la que debemos contribuir siempre con el doble de lo que nos dé (como me decía mi abuela) para que pueda mejorar de forma paulatina, lenta, pero igualmente inexorable que lo es la necesidad de compartir funciones y tareas en todo el ámbito familiar y doméstico, para luego pasar a las relaciones sociales y seguir a estructuras más complejas…

Lamentablemente no siempre “voy armado” para hacerle un favor a la sociedad y a ellos mismos.

Me escucho diciendo esto y yo mismo me doy cuenta de lo distópico que suena, por que sólo parece ser que en estructuras de “Estado paternalista” se dan esas formas. Cosa que no me agrada nada, y me rechina la vida de sólo pensarlo. No hablo sólo de la posible pertinencia de una Noocracia si no de la necesidad de algo, lo que sea, que nos permita dejarnos de pegar por palabras, retruécanos verbales o intereses de imprimir “ritos filosóficos sectarios de manera casi religiosa o revelada” (aunque sea el propio defensor un ateo redomado). En países que llamamos amables y adelantados, eutaniasaban a los no “rentables”, prohibían matrimonios “no acordes cromosómicamente”, y esterilizaban a los que estaban debajo de los estándares establecidos.

Me canso, sobre todo de mi mismo, llamando suavemente la atención de forma permanente a quienes a mi alcance tengo, por sus actitudes permanentemente incívicas, groseras y que avasallan a la gente educada; precisamente por que es educada, tienen perdida la batalla, precisamente por que son numéricamente cada vez menos y más disgregados, mientras las huestes del “por que yo lo valgo … y ejerzo mis derechos” crecen en todos los frentes y se extienden como “Pandemia” sin cura posible. Decía Ortega que lo que se gana en varias décadas con esfuerzo, se malogra sin esfuerzo en pocos años de forma irreversible, pues recuperar la cordura no es algo que nazca espontáneamente si no tras mucho, continuado y pesado ejemplo y llamadas de atención de los progenitores, el entorno social y los agentes que la componen.

Por eso sin misericordia alguna “tiroteo”, siempre que me alcance la capacidad, a aquellos que de forma ostensible y guiados por una pulsión infantil y sin capacidad de medir las consecuencias de sus actos, fuerzan hasta el trauma a sus hijos/as ha seguir la estela de la familia, estirpe profesional, o del amor a deportes y actividades, como si la vida les fuera en ello; aunque más bien es la necesidad de encontrar lo que al púber se le da bien, para que les coloque en el rango de los ricos sin dar palo al agua. Forzamos a que prueben tenis, golf, boxeo, el omnímodo futbol o peor aún cantar y bailar bajo el lema modificado (y que perdone la autora) de: “Papá/mamá, quiero ser artista, protagonista de todo aquello que tú nunca pudiste ser… Importando un cero a la izquierda si se vale o no, si gusta o no el camino marcado al sujeto de experimento paternofilial, o sin ni siquiera plantearse que muchos de los recorridos forzados y elegidos por los menores para “gratificar a los padres en su soledad de amargados con delirios de grandeza”; estas actitudes ni gustan ni aportan nada a la formación real del infante. Al que por fuerza de repetir, mamarlo en casa de forma intensa, o por insistencia de “lo haces por co…”, muchos acaban igual de “hooligans” que sus mayores, con un amor enfermizo a la actividad impuesta en la juventud. Un síndrome de Estocolmo en toda regla.

Repasando las listas biográficas de aquellos que bien médicos, arquitectos, abogados, futbolistas o motoristas, lograron despuntar o adquirir alguna destreza significativa en algún campo; pocos son los que lo lograron en el ayer y hoy sin apoyo de nadie por un Don natural, algunos se convierten en “profesionales dignos” siguiendo estelas de la familia o de aficiones marcadas a fuego, pero la gran mayoría fracasan de disciplina en disciplina hasta que el tiempo les vence y comienza la época del endeudamiento hipotecario.

Sin duda el apoyo de un entorno asertivo, que escucha lo que el niño o niña dice, que valora los limites de sus hijos, consigue, quizás no salir en la tele y la ansiada “pasta gansa”, pero sí la felicidad del acto, profesión, oficio o deporte, que es lo que en verdad recordarán cuando nos hayamos ido. Da igual si desea cocinitas, tractores o pelotas de pin pong, el éxito está en que a la sociedad revertirán algo positivo y les posibilitará enfrentarse a un mercado laboral con funciones nada gratas con garantías de “trabajar para vivir”.

Pocos padres y madres veo escuchar la búsqueda de los, a veces cambiantes intereses, de sus hijos. Futbol, danza, o macramé da igual, pero no que sea por la frustración de padres que eran “paquetes” dando a cualquier esfera, o “gorrinos” en escenarios sufriendo. Lo que provoca coreografías grabadas hasta la saciedad para presumir en tu “clan”, sin ver , ni saber, que quizás no les entusiasma la actividad si no ver a sus padres orgullosos de ellos, y además aguantar durante al menos una década.

Moraleja: educar es escuchar y ayudar a vehicular los deseos y necesidades de nuestros hijos/as para hacer ciudadanos cívicos y desarrollados con una moral de tolerancia, respeto y convivencia con todo tipo de estratos sociales. No para cumplir los sueños onanistas de sus padres.

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