sábado, abril 20, 2024
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Estatuas sin ton ni son, no son

Parece ser que en los mentideros de la Villa y Corte corre el runrún de que la olvidada estatua de Felipe II, va a volver por fin a donde durante décadas estuvo: en la Plaza de la Armería, entre el Palacio Real y La Almudena. Su ubicación antes del engendro del Museo de Colecciones Reales, obra por la que se retiró, y que tuvo durante otras muchas décadas dicha plaza inaccesible, abiertas sus entrañas, y con la estatua del Rey Prudente realizada por Leone Leoni y su hijo, Pompeo, arrumbada en un almacén municipal. Sin entrar en el destrozo arqueológico que se sumó al realizado previamente cuando se perpetró el aparcamiento de la Plaza de Oriente, donde se perdieron para siempre los posibles vestigios godos previos al Magerit musulmán. Asunto del que puede dar fe un periodista especializado en el tema arqueológico como Vicente Olaya, de El País, nada sospechoso, ni de hispanofobia alguna, ni merecedor de alguna alerta antifascista. Todo un sindiós de los grandes.

Lo más gracioso del tema es que el Ayuntamiento había hecho una consulta popular para ubicarla en la Plaza de la Villa. Y el resultado fue afirmativo. Cambió el consistorio a manos de Manuela Carmena, y todo lo relacionado con estatuas e Historia, como que pasó a mejor vida. No así otros monumentos como el realizado a los refugiados, que costó 300.000 € y fue encargada a un artista brasileño. Curioso coste, comparado con el futuro monumento a los Tercios, del artista español Salvador Amaya, con cuatro figuras (cinco, si contamos al perro) colosales de 2,60 metros cada una, sobre un pedestal de granito de tres metros, y medio. El coste que se está solicitando para esta obra diseñada por Augusto Ferrer Dalmau, mediante subvención popular, es un tercio más barato que el sorprendente monumento del Madrid carmenita. Curioso… cuando menos.

Recreación del futuro monumento a los tercios en Madrid.

Madrid, como capital de España, es normal que aglutine un número superior de estatuas que sean significativas de la Historia común patria. Como así es en Washington, París o Londres. Lo normal. Pero debe existir una lógica planificación, pues las buenas intenciones también suelen estar cargadas de errores por no preguntar a expertos, pensar a futuro o, simplemente, ver el conjunto. Pues, aunque cada obra sea única, debería de haber algo así como una política estatuaria, para que no quede la cosa como una siembra monumental, así, a como caiga. Sin lógica alguna. Y sin visitantes. Pues la idea, cuando se hace un homenaje de este tipo, es que tenga una presencia en esa ciudad que se ubica la efigie correspondiente. Y no acaben olvidadas como el excepcional grupo escultórico de Aniceto Marinas dedicado al Pueblo del 2 de Mayo. Que apenas madrileño alguno conoce.

Buenísima idea fue recuperar una de las estatuas perdidas de reyes y reinas que debían de ornar el Palacio Real madrileño, y que ahora están principalmente en la Plaza de Oriente, los Jardines de Sabatini y el Parque del Retiro. Es en este lugar donde en uno de los pedestales vacíos se ha ubicado la de Juana I de Castilla. Malhadadamente llamada la loca. Perfecto. La estatua a los Héroes de Baler (los últimos de Filipinas), se pretendía que se pusiera en la avenida, precisamente, de Filipinas. Pero no pudo ser, y acabó en Valle Suchil con Alberto Aguilera. Tiene un pase. Venga.

Pero ahora es cuando nos metemos en harina. Pues en los Jardines del Descubrimiento, donde se tenía pensado que fuera un memorial muy al estilo del Mall de Washington, sólo nos encontramos con un absurdo ¿monumento? al grandísimo Jorge Juan… ¡con un ancla! Y el  excepcional de Blas de Lezo, a su lado. El de Elcano… pues no sé en qué quedó la cosa, por cierto. El del almirante Colón se quitó del pedestal para ponerle incordiando en medio de la plaza, entorpeciendo el tráfico, y dejando un hueco que bien podría ser reutilizado para traer el conjunto escultórico de Isabel la Católica, a caballo, junto con Gonzalo Fernández de Córdoba nada menos. ¿Por qué? Porque sería lo lógico. Y que la estatua de la cabeza «Julia» de Jaume Plensa fuera a donde está la reina. Cerca de Nuevos Ministerios, y de obras más cercanas en estilo, como la de Botero, o el Monumento a la Constitución del 78. Pues el lugar donde se halla la reina más importante de la Historia de España, y una de las más importantes de la Universal, es un lugar de paso o desconocido para casi todo el mundo.

Escultura que representa a Isabel la Católica junto al Gran Capitán, en el madrileño Paseo de la Castellana.

Un lugar, por cierto, donde se quiere ubicar el mencionado monumento a los Tercios, y que tampoco tiene sentido. Ninguno. En un parque secundario en plena Castellana, alejado de bocas de metro, y donde será imposible actos de homenaje o similares. Una simple visita sería algo fuera de cualquier recorrido turístico capitalino. ¿Por qué ese sitio? Lo ignoro. Pues no puede ser más desafortunado. Como el querer ubicar al soldado que representará a la Legión española por su centenario… en la Plaza de Oriente. Me dirán los conocedores de la zona que ahí está la obra de Benlliure del Cabo Noval, también erigida por suscripción popular, y cuya base, por cierto, donde se narra el acto heroico del militar español, está medio rota. Que ya podrían hacer algo, ya. Pero me parecería más lógico la ubicación de los Tercios cerca de la estatua del Rey Planeta que preside el centro de la plaza, de cuando se hicieron tan famosos, que un soldado de la gloriosa Legión, que evidentemente necesitaría de un lugar acorde.

Por no hablar, volviendo al principio con que comencé, de que la estatua de Felipe II estaría perfecta en donde se aprobó en la mencionada consulta: en la centenaria Plaza de la Villa, como corresponde al que convirtió a Madrid en Corte, y capital de las Españas, pese a haber nacido en Valladolid. ¿Y qué se haría con el invicto almirante don Álvaro de Bazán que ocupa ese espacio? Pues llevarle a un sitio de honor: frente al Cuartel General de la Armada, junto al imprescindible Museo Naval. ¿Qué mejor sitio para quien ante «El fiero turco en Lepanto, en la Tercera el francés, y en todo mar el inglés, tuvieron de verle espanto»? No lo creo mejor. Lo que no se puede es sembrar Madrid de estatuas sin ton ni son. Sin pensar. Con buena intención. Pero sin sentido para los que las podrían admirar, y dar cuenta a visitantes y a las nuevas generaciones, de que España fue mucha España. ¡Pero mucha!

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