miércoles, abril 17, 2024
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Espérame donde termina tu camino, y créeme que no estaré

Me llama poderosamente la atención ver con qué ligereza se juzgan a las personas, me llena de estupor que se enjuicie “en masa”, ya que se supone cierta la falaz suposición que el número de aseveraciones y de personas adscritas a una “opinión” haga de esta algo inmutable, algo que ya no permite un discurso alternativo.

Frecuentemente seguimos la opinión que se instaura como más convincente o conveniente para nuestra forma de vida, aquella que se nos presenta como cierta apoyada en testimonios, imágenes o referencias a seres que generan tendencia.

Acabo siempre maravillado de ver como púberes que apenas saben atarse los zapatos, ya que siempre van en chándal y zapatillas, por tener un indudable virtuosismo balompédico, ven que sus maneras, sus estéticas de pies a cabeza, sus ademanes, corran como pólvora y se asienten en niños/niñas/niñes, de forma casi instantánea; aunque el corte de pelo, las celebraciones sean bailecitos sin música, o ante el cuero en las redes corran a hacer la estatua como lanzador de jabalina cualquiera.

Ellos mismos cuando hablan denotan claramente cuales son sus motivos: la fama; aclaran su final: no lo saben. Y lo mejor de todo es que no sienten responsabilidad, ni impudicia alguna a la hora de romper esquemas que décadas costó construir. Ellos pueden expectorar ante centenares de miles de personas, sin que nadie piense que o tienen una enfermedad respiratoria o sencillamente ni se plantean que es ejemplo lúgubre para demasiada gente. O pensar que la permanente ostentación no embridada por nadie transmite futilidad y atajos que no existen; trampas en las que caen aquellos que no salen de tener meras opiniones, por que siempre les pillamos en la etapa de la flojera hormonal. Aquella que fijada como guía te permite cumplir años y seguir comportándote como un Narcisista de preescolar.

Toda opinión es un conocimiento sin duda válido para aquel que lo obtiene tras ver representaciones de algo que interpreta como puede desde donde está, desde lo que sabe y por encima de todo desde la atalaya del intento de simbiosis con sus ídolos de calzón corto. Los cuales, al modo de Francis Bacon, sencillamente son sólo representaciones burdas de una idea o un deseo proyectado.

Pocas veces esa respetable opinión, pues está basada en experiencias propias y particulares, adolecen frecuentemente de tener conexiones inadecuadas o argumentos muy flojos; pero ¿Quiénes somos nosotros para valorar negativamente u opinar que alguien tenga la predilección por seguir siendo un eterno infantil mental? No somos nadie, puesto que seguro nosotros tenemos el mismo problema ya seamos entomólogos o sencillos y respetabilísimos “técnicos de procesos de limpieza, eliminación de obstáculos y esforzados cuidadores de pretiles, adoquines y elementos de ornamento urbanístico destinados al reciclaje urbano”.

Cuando algunos de nosotros, o ellos, ellas, elles, tiene tiempo puede que parándose a pensar obtenga, como por emanación inexplicable, una capacidad de hablar sobre algo con criterio, corrección y expresión adecuada. Ese pensamiento discursivo se obtiene en el ejercicio de la propia comunicación, Siempre que no se encasquille en bizantinas discusiones sobre la supremacía de las capacidades para ejercer su obligación real que tienen como objetos sus ídolos: entretener y servir de escape a los más bajos instintos que la humanidad atesora desde la época del Pleistoceno Medio.

No me cabe ninguna duda que Caín mató a Abel por una “sutil diferencia de opiniones, basadas en experiencias sensibles, fusionadas con gran imaginación, y que cimenta creencias más arraigadas que el deseo de un lactante de encontrar su sustento en brazos de quien corresponda.

Si hubiera esa famosa empatía y asertividad que todo el mundo predica como bálsamo ante las crisis de cualquier índole, estoy seguro de que ambos comprenderían las motivaciones y deseos del otro, serían explicitados y la historia de la humanidad no hubiese crecido como conflicto, si no como un camino compartido. Pero como no creo ni en la bondad del hombre per se, ni creo que la asertividad o empatía no sea usado por los “farsantes, tunantes y sablistas” que toda sociedad conoce, pero que milagrosamente admira hasta tatuarse sus señas y caras para refrendar le entrega de esa alma que, en cierta medida, nunca tuvo. La perdió por el camino.

El camino existe independientemente de que alguien lo surque o no, por que precisamente otros lo hicieron y sólo plantamos los pies donde ellos ya pasaron. Un cinismo propio de aquellos que nunca enfrentan sus problemas y responsabilidades, pero que se le hincha la boca de hablar durante horas de las tribulaciones de sus ídolos; aquellos que cargan con sus responsabilidades a los que los creyentes de la solidaridad, bien sea por lazos de familia, o por chantajes económicos o de trámites administrativos. 

Si podemos llegar a un pensamiento discursivo en el que compartamos los puntos de vista llegando a un consenso real sobre un futuro… entonces habremos llegado al final del camino. Seguramente solos y por eso no solemos encontrarnos a nade en ese momento. Al igual que nacemos solos, llegamos a la meta, y morimos solos.

Como supongo que habrán visto esta pequeña pieza va dedicada a todos aquellos que se rebelan contra la eliminación de la Filosofía en la formación de todos nuestros vástagos. Y como habrán notado, todo el razonamiento expuesto es una replica del “camino” del conocimiento que Platón propone como guía para mejorar nuestra humanidad. 

En el fondo a muchos conviene que ese plan se ejecute para así tener personas dirigidas a un mundo de instintos u opiniones siempre manipuladas para y por el interés de quienes Sí siguieron ese camino que ya marca la antigüedad. Opinión basada en imaginación y creencia, así como intentan un pensamiento racional en su discurso para lograr que su les proporcione una razón en el intelecto con la que tener una meta en el camino. Pero la sorpresa viene cuando alk hacerlo nos encontramos frecuentemente como eremitas gritando al viento, ese mismo que lanza y proyecta los vítores de una esfera de cuero que siga las leyes del ínclito Robert Hooke amigo del mismísimo culpable de explicar la caída de los cuerpos, creo que llamado Newton, pero no el deportista, si no el físico culpable de conocer esa obstinación de los cuerpos a tocar tierra siempre.

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