jueves, marzo 28, 2024
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España y sus leyendas negras: el Papa Borgia

Divulgando que es Historia

Cada primero de enero nos visita para quedarse un nuevo año. Y mientras unos superaban la resaca casera (que el COVID ahorca), y otros disfrutaban aplaudiendo delante de la tele con la joya musical vienesa, todos nos olvidamos del cumpleaños de un español remarcable: Rodrigo Borja, italianizado Borgia, y que ascendió al solio pontificio adoptando el nombre de Alejandro VI, siendo el iniciador de una saga que engrosa la Leyenda Negra hispana.

Por añadidura, la manía vernácula española es la de regodearnos y fomentar lo negrolegendario, emitiendo series pseudohistóricas y telecinqueras, donde nos ponen (ponemos) a caldo. En concreto, la dedicada a los Borgia es de producción británica y la cadena que la emitió de capital italiano. ¡Qué extraño que nos pongan a apear de un burro!

Pese al obligado corto espacio que supone un artículo, voy a intentar romper alguna lanza en defensa de nuestro insigne antepasado.

Para empezar, su fecha de nacimiento. Cierto es que es generalmente admitido que Rodrigo Borja nació un primero de enero de 1431. Pero a lo  mejor no es así. Resulta que sesenta y un años después, cuando es elegido Papa, el Consistorio Municipal de la entonces ciudad amurallada de Játiva, lugar del nacimiento del Pontífice electo, recaba el juramento de trece testigos que declaran que Rodrigo, hijo de los nobles Yofré (o Jofré) de Borja e Isabel de Borja, nació durante el mes de julio a media noche. E, incluso, dijeron dónde: «en la casa y zaguán que está en la plaza después llamada de los Borja».

Empezamos bien. No es segura ni su fecha de nacimiento.

Continuemos: sus amores con Vannozza Cattanei, madre oficial de sus cuatro hijos más famosos (los tres primeros hijos, Pedro Luis, Girolama e Isabel, los tuvo con mujeres diferentes y desconocidas para la Historia, y hay historiadores que le achacan dos más, uno de ellos póstumo). Pues bien, no está ni clara su paternidad ni clara la identidad de la dona Cattanei. Tan es así que historiadores hay, como Peter de Roo y Orestes Ferrara, que llegan a plantear la hipótesis de que ninguno de esos vástagos eran biológicos, sino sobrinos o parientes. Una especie de hijos adoptivos, si bien muy queridos.

Ni que decir tiene que no vamos a ser tan inocentes como para creer que Rodrigo Borja fuese un casto defensor del celibato. Ni él, ni ningún miembro de la Curia de entonces. Hijos tuvieron Papas antes que él, como Pío II, Pablo II, Sixto IV e Inocencio VIII (dieciséis, nada menos, dicen que tuvo éste último). E hijos tuvieron Papas después del Borgia, como Julio II (que además, según dicen, jugaba a dos barajas… ya me entienden), y Pablo III. Por tanto, de un lado, si Rodrigo Borgia tuvo hijos siendo Papa,  otros hubo que también los tuvieron, fruto de una época en que la Iglesia se preocupaba más de su poder temporal que del espiritual. ¡O nos escandalizamos de todos o de ninguno! Tanto menos cuando para más escarnio en este caso, no queda indubitadamente acreditada la paternidad papal.

Sobre la dona Cattanei, los historiadores no se muestran de acuerdo. Y las posturas van desde los que dudan de su existencia, hasta los que creen que fueron varias. ¡Hasta cuatro! Parece que la dona Cattanei existió y que fue la feliz madre de los Juan, César, Lucrecia y Jofré. Pero lo cierto es que su nombre empieza a ser citado cuando Rodrigo es ya Alejandro sin que se tenga noticia escrita durante todos los años que fue vicecanciller de la Iglesia, nada menos que treinta y seis. ¡Demasiado tiempo para no tener constancia escrita de esos amores!

Tampoco queda demostrada los amores de Rodrigo con la bella Julia de Farnesio, y los apoyos documentales en los que se basan los que así piensan, son tan inocentes que pueden ser leídos sin rubor por niños en la escuela. De haber sido ciertos, siendo la dama esposa de un Orsini y pariente del cardenal Farnesio, el escándalo hubiese sido monumental. Y sin embargo, la Farnesio siguió en inmejorables términos con su familia, con la de su esposo y con la del Borgia, incluso después de muertos el primero y el segundo. Cuarenta años después, un embajador veneciano (como para fiarse) recordó los rumores que tiempo atrás circulaban por Roma sobre que la «Bella Julia» era la esposa del Señor.

Nos va quedando poco espacio y preciso es que recordemos los éxitos políticos de Rodrigo y, justicia debida, el origen de su leyenda pérfida.

Desde que fue un joven cardenal, Rodrigo demostró ser un hombre valiente y con inmejorables dotes diplomáticas. Tras su éxito en la pacificación de Ancona, sometida a contiendas feudales, fue nombrado Vicecanciller de la Iglesia (responsable de la organización interna de la misma), y en el cargo se mantuvo hasta que fue elegido Papa. Es decir, de 1457 a 1492 nada menos, siendo ratificado en el cargo por cuatro Papas con los que no tenía vínculos de sangre ni de parentesco. Roberto Gervaso afirma que ello se debió a que «no habrían encontrado otro mejor». Incluso Sixto IV, tío del mortal enemigo de Rodrigo, llegó a decir que Rodrigo había demostrado, durante sus años al frente de la vicecancillería, extraordinarias cualidades y una minuciosa atención al detalle.

Sixto IV envía a Rodrigo a España para recaudar dinero y reclutar mesnadas en una nueva cruzada contra el Turco. Si bien no lo consiguió, su misión diplomática tuvo otras importantes consecuencias: tomó partido por Isabel de Castilla en su lucha dinástica con «la Beltraneja», logrando la reconciliación del rey Enrique IV e Isabel para a continuación lograr lo que Isabel y su entonces «concubino-esposo», Fernando de Aragón, no habían podido conseguir pese a sus esfuerzos: una bula papal que legitimaba su matrimonio – y por ende a su hija Juana que, de otro modo, hubiese sido bastarda -, propiciando, en su consecuencia, la unión de las coronas de Castilla y Aragón en el famoso «tanto monta». Años después, también sería Rodrigo, ya Papa, el que les concedería el título de Reyes Católicos.

También influyó en Juan II de Aragón, para que fuese clemente con la Barcelona vencida (aquella Barcelona que, no se lo pierdan, había nombrado Conde de la ciudad a… Enrique IV de Castilla. A alguno hoy le da un síncope si se lo recordamos). Años después, en concreto en 1493, promulgó las Bulas que ratificaban el descubrimiento de América por España, favoreciendo en el reparto de tierras descubiertas a España sobre Portugal.

Se enfrentó a señores feudales; a los franceses en sus aspiraciones sobre Nápoles y Milán; en el plano espiritual trató por todos los medios que el díscolo Savonarola volviese al redil (después de que el exaltado hubiese nombrado a Jesucristo como Rey de Florencia y hubiese quemado libros obscenos en Auto de Fe, entre ellos obras de Tetrarca o Boccaccio).

Estos logros despertaron las envidias y el odio, casi desde el principio, de quien está detrás fundamentalmente (también lo están los Colona y otras familias vencidas por los Borgia), de la Leyenda Negra: el cardenal Julián della Rovere, futuro Papa Julio II. Su enemistad fue proverbial, traicionándole en sus enfrentamientos con el rey de Nápoles y con el Rey de Francia, criticando sus decisiones y posicionándose, incluso, en contra de los intereses eclesiásticos junto con familias feudales. A la muerte de Alejandro VI se lanzó sin descanso a la denigración de la familia Borgia, logrando hacer un inmenso daño a su memoria, pues los católicos veían que el ataque venía, precisamente, de la Santa Sede. Disculpemos a este Julio II, Papa violento, absolutista y guerrero, porque le debemos al menos la Capilla Sixtina del tormentoso y extasiante Miguel Ángel.

A nuestro Papa Borja siempre le agradeceremos que en su mandato se comenzara el proyecto de la Basílica de San Pedro, que embelleció y renovó la eterna Roma, y hasta dicen que supervisaba a Miguel Ángel en la realización de su famosa e inimitable La Piedad. Piedad que no tuvo, sin embargo, la Historia oficial con este nuestro Alejandro VI.

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