miércoles, abril 24, 2024
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Entendiendo a Afganistán (III)

El coronel y analista geopolítico Pedro Baños desentraña las claves del conflicto entre las fuerzas de seguridad y los talibanes en Afganistán

(Lea la primera y la segunda parte de este análisis)

Si bien hay amenazas que se ciernen sobre los afganos de forma evidente, hay otras que, a pesar de que puedan pasar desapercibidas, se ignoren o no se las dé la suficiente importancia, la tienen, y mucha, para la salud y el bienestar de los afganos.

Medio ambiente

Para comenzar, unos aspectos de los que no se suele hablar en este escenario, en el que la violencia parece endémica, cuáles son los riesgos medioambientales.

Aunque pueda sorprender, lo cierto es que el medio ambiente en Afganistán se ha ido deteriorando a gran ritmo. Sólo en Kabul, se estima que al menos fallecen 5.000 personas anualmente a consecuencia de enfermedades relacionadas con la contaminación, la primera causa de muerte natural. Según datos oficiales del gobierno afgano, el 80% de los pacientes hospitalizados en la capital padecen enfermedades provocadas por aire y agua contaminada. Kabul tiene tres veces más partículas contaminantes por metro cúbico en la atmósfera que cualquier otra ciudad de los países vecinos.

Las causas son diversas. Para comenzar, el elevado número de vehículos que circulan por la ciudad, muchos de los cuales están en un penoso estado de conservación, y que han pasado de 70.000 en 2003 a más de un millón en la actualidad.

Por otro lado, ante la deficiente red eléctrica, en la capital se calcula que existen más de 250.000 generadores, los cuales emiten altas dosis del contaminante dióxido de carbono. Gran parte de estos generadores son empleados en instalaciones gubernamentales, ONG y oficinas internacionales.

Otro aspecto que está degradando rápidamente el medioambiente es la tala indiscriminada de árboles, asociada al tráfico ilegal de madera, especialmente en las provincias ricas en vegetación.

La masificación urbana

Unido al tema de la contaminación de las grandes ciudades está el de su masificación. Baste citar el ejemplo de Kabul. Diseñada en 1978 para un máximo de 800.000 habitantes, cuenta ya entre sus calles con más de cinco millones de personas. Fruto tanto de movimientos internos desde zonas rurales como del asentamiento de los cuatro millones y medios de afganos que regresaron al país desde 2002. La consecuencia son condiciones de vida penosas, con limitado o nulo acceso a agua corriente o servicios médicos, y una elevada tasa de paro.

La proliferación de armas

El elevado número de armas que existe en el país, unido al tradicional culto a la violencia, asegura un alto grado de inseguridad.

Tan curiosa como lamentablemente, en Afganistán, a pesar de no contar con ninguna fábrica de armamento, se da una de las mayores concentraciones de armas por habitante del mundo, fruto de los últimos conflictos. La cifra supera holgadamente los 10 millones de armas ligeras, lo que significa una relación de, al menos, una por cada tres habitantes.

Aunque hay algunos mercados importantes en el interior del país, los proveedores mejor surtidos se encuentran en las fronterizas zonas tribales de Pakistán, lugares sin ley.

Los talibanes han aprovechado los beneficios de las drogas para hacerse con más armas, a las que se unen las proporcionadas por la comunidad internacional, que no siempre han estado suficientemente controladas. En este sentido, se estima que, desde 2002, las fuerzas afganas han recibido más de medio millón de armas de todo tipo.

Tráfico de seres humanos

Si bien hay mucha información y preocupación por el tráfico de drogas, el de seres humanos es un asunto mucho más desconocido.

No obstante, Afganistán está considerado no sólo como fuente, sino también como lugar de tránsito y de destino de niños, mujeres y hombres con los que se comercializa para fines sexuales o de esclavitud.

Habitualmente, las niñas y los niños afganos son comercializados dentro del país o enviados a Irán, Pakistán, Arabia Saudí u Omán, con finalidad de explotación sexual, matrimonio forzado, arreglo de disputas o deudas, mendicidad, empleo como niños-soldado u otras formas de esclavitud. Con las mujeres se trafica tanto internamente como enviándolas a Pakistán o Irán para ser explotadas sexualmente. Los hombres, por su parte, suelen ser enviados a Irán como mano de obra esclavizada.

Así mismo, Afganistán es punto de destino de mujeres y niñas traídas de China, Irán y Tayikistán para ser explotadas sexualmente. Igualmente, las tierras afganas son transitadas por niños y mujeres tayikas en su camino a Pakistán e Irán, donde sufrirán explotación sexual.

La ausencia de un sistema legal eficaz facilita este tipo de execrables actividades, estando muchas veces los traficantes compinchados con los señores de la guerra locales que controlan las instituciones gubernamentales de su zona.

En conclusión, el nuevo gobierno talibán se enfrenta a muchos otros problemas más allá de la violencia. Para solventarlos con eficacia, precisará de la ayuda internacional. Si se obstina en un planteamiento extremo, como el de la época anterior, solo conseguirá un amplio aislamiento internacional que perjudicará al conjunto de los afganos. Esperemos que, dentro de su radicalismo, entren en razón.

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