sábado, abril 20, 2024
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En defensa de “ganar una barbaridad”, por Juanma del Álamo

Esta semana, ‘El Mundo’, periódico de la hostil competencia, publicó un artículo titulado ‘Ibai Llanos: el vasco de 25 años que gana 1,3 millones al año enseñando a tus hijos cómo juega al ordenador’. El texto apareció en la sección de tecnología firmado con las iniciales D.J.O. que corresponden a un joven redactor fácil de identificar y al que no conozco de nada (esto es mutuo). Ibai es uno de los streamers más conocidos en España y Latinoamérica. Y un streamer (van a ver este extranjerismo muy repetido aquí, casi no tiene sinónimos precisos en español) es aquel individuo que hace retransmisiones por internet, a menudo, en directo y usando un ordenador u otro dispositivo.

El artículo, medio copiado por otros periódicos tras su éxito, es bastante breve y apenas recoge una estimación de los ingresos de algunos de los personajes más conocidos de internet en lengua española, como Rubius, AuronPlay o el propio Ibai. Para mi sorpresa, a pesar de ser bastante plano y mínimamente valorativo, el texto generó bastante polémica y fue mal recibido por varios aficionados y streamers, incluido el propio Ibai, que evidenció su desagrado en Twitter y en su canal de Twitch: “Cuando lo he leído, no me lo podía creer. Es sensacionalismo barato. Han conseguido lo que querían, que yo respondiese”. Ante decenas de miles de sus espectadores, Ibai negó que esos ingresos publicados fueran reales, aunque añadió que gana “una auténtica barbaridad” y que esa cantidad “probablemente sea real en un futuro no muy lejano”.

Al protagonista de la noticia le molestó especialmente la foto elegida para ilustrarla, foto que él mismo había publicado en sus redes y en la que aparece con cara de haber dormido poco y con un cachorro en sus manos (por lo visto, el perro se le había orinado encima). Además, Ibai atribuyó irónicamente al artículo cosas que ni se mencionan ni se insinúan en él, como que ser vasco tenga alguna connotación negativa, como que en sus retransmisiones se adoctrine a los chavales, que haya que recuperar la mili, que esté gordo o que “estemos construyendo una sociedad lamentable” por culpa de los streamers. En definitiva, a Ibai le molestaron cosas del artículo que no aparecen en él y simplemente supuso que el autor del texto podría llegar a pensarlas.  Creo que prejuzgó al redactor basándose en el concepto que tiene de la línea editorial de ‘El Mundo’ (aunque no creo que en ‘El Mundo’ quieran que vuelva la mili). Incluso le incomodó, por algún motivo, la frase “su popularidad es tal que este año ha decidido contraprogamar las campanadas”. En mi humilde opinión, exageró la mala intención que pudiera haber en el artículo (si es que la había).

“El tema es que aunque ganara 1,3 millones, ¿y yo qué le hago?”, reflexionó Ibai. Y, en efecto, ese es el tema. Pero, que conste, ‘El Mundo’ en ningún momento pidió explicaciones a nadie por tan abultados ingresos ni insinuó que los streamers no los merezcan. Por desgracia, el artículo apenas explica cómo Ibai consigue ganar tanto dinero “enseñando cómo juega al ordenador”, una expresión que puede tomarse, tal vez, como una simplificación ofensiva de su trabajo.

Los streamers obtienen ingresos de varias plataformas como Twitch, Facebook o YouTube y de acuerdos publicitarios y otros trabajos relacionados. Esperen, hagamos una pausa: si lo están leyendo en mal plan, no lo lean así. Tienen que leerlo en plan “jóvenes exitosos atraen a millones de personas y ganan dinero haciendo lo que les gusta”, porque es lo que es. Sigamos. Una buena parte de los ingresos de los streamers proviene de la publicidad que aparece antes o durante las retransmisiones o los vídeos que publican. Otra buena parte la obtienen de suscripciones mensuales y de donaciones (sin periodicidad), la forma de redistribución de la riqueza más decente y ética.

Puede parecer sencillo sentarse delante del ordenador y ponerse a jugar o a contar cualquier cosa mientras vas ganando dinero, pero no lo es. Algunos no saben lo complicado que es caer bien y ser entretenido (y si se puede, divertido) durante varias horas improvisando ante miles de desconocidos que tienen otros miles de canales a un click de distancia (y muchas otras cosas que poder hacer). Es difícil, intelectual y físicamente hablando, mantener la suficiente tensión como para que los espectadores no se aburran y salgan corriendo, a veces, para no volver. Por no hablar de la constancia que exige para muchos creadores de contenido caminar durante años por el desierto de los poquísimos espectadores y de los ingresos cero.

Y, como en todo, en el mundo del streaming hay gente a la que se la da mal, a la que se la da bien y también hay auténticos genios, como Ibai, como AuronPlay o como Rubius, capaces de congregar a cien mil personas en muchos de sus directos. Sí, sin salir de su habitación y lo que quieran, pero en un mundo increíblemente competitivo y en el que no se regala nada.

No hay que confundir que sea fácil iniciar una retransmisión en un ordenador con que sea fácil tener éxito, igual que no hay que confundir que sea fácil coger una raqueta de tenis (basta con tener un par de dedos prensiles en una mano) con que sea fácil ganar Roland Garros. En el mundo del deporte se oye mucho que los genios hacen que lo difícil parezca fácil y en otras disciplinas es parecido, incluido el entretenimiento audiovisual. Ponerse delante de un micrófono, dar patadas a un balón, echar pintura en un lienzo, meter cosas en una cazuela, escribir mierdas como esta… Todo suena muy fácil, claro. Pero es que, aunque fuera algo increíblemente fácil, los mejores youtubers, influencers y demás creadores de contenido seguirían sin tener que dar explicaciones a nadie por ganar mucho dinero.

El desprestigio de los streamers (cada vez menor, desde luego) es fruto de la ignorancia ante lo nuevo y lo desconocido y fruto de esa apariencia de facilidad (ganar dinero jugando desde casa o haciendo tonterías). Una parte de la culpa la tienen aquellos que consideran que ver a el Rubius, o ver Telecinco o un partido de fútbol, es algo para incultos y paletos y es lo contrario de leerse a Kierkegaard. Como si no hubiera tiempo para hacer todas esas cosas sin necesariamente ser un mendrugo (¿quién es Kierkegaard?).

Otra buena parte de la culpa la tiene (redoble de tambores) la izquierda. A veces algunos confunden dureza o dificultad con merecer ganar más dinero. Por ejemplo, a la izquierda le encanta indicarnos, según su idea del mundo, quién debería tener un salario más alto o más bajo, cuánto debería costar esta o aquella casa, qué es caro o barato y cuánta riqueza no tiene sentido acumular. Es como si creyeran que pueden establecer un baremo para todo. Por ejemplo, un baremo de dureza, de utilidad o de honorabilidad de los trabajos. Es decir, si los salarios dependieran de la dureza, posiblemente los mineros serían los mejor pagados, luego irían los que limpian los urinarios de la estación de Chamartín y justo detrás, los que corrigen mis artículos. Si los salarios dependieran de alguna especie de grandeza u honorabilidad, la izquierda nos diría que los que más deben ganar son los médicos, seguidos de los profesores. Y no vamos a discutir que su labor es digna de alabanza. Pero lo que determina los salarios o los ingresos no es lo que sudemos o lo que suframos, ni la enormidad del desafío al que nos enfrentemos, ya sea salvar una vida o educar a un niño rata. No, lo que determina los salarios son cosas como el valor añadido, el servicio que demos a los demás o lo difícil que sea sustituirnos. Y eso lo decide el mercado, es decir, la gente y las empresas que buscan cubrir las necesidades de esa gente. Como decía Ibai: “Lo que gano lo decide la audiencia que quiere seguirme”. Y eso es indiscutible. En definitiva, el mercado premia a quien quiere y, por supuesto, a más audiencia, más ingresos para el premiado.

Y aunque todos los trabajos puedan ser respetables y necesarios, hacerse imprescindible y valioso en unas profesiones es mucho más difícil que en otras. Los habrá mejores y peores, pero por muy bien que un dependiente doble la ropa, la empresa podrá fácilmente sustituirlo por otra otra persona con brazos. Ahora bien, encuentre usted a seres humanos capaces de hacer lo que hacen Cristiano Ronaldo o Messi en un terreno de juego. De hecho, los clubes de fútbol gastan decenas de millones de euros en intentar encontrarlos en cualquier lugar del planeta. Por eso se traen quinceañeros de Brasil o de Nigeria o de Corea, mientras que Zara no busca por el mundo grandes promesas del doblamiento de ropa. Insisto, dicho desde el máximo respeto a todas las profesiones. Y los médicos y profesores no ganan lo mismo que Messi (ni que Ibai) porque, a la mayoría, los podemos sustituir con relativa facilidad. Y que podamos sustituirlos con esa relativa facilidad, por valiosa que sea su tarea, no es más que una señal de progreso y del alto desarrollo de un país.

Y aunque es la izquierda la que más defiende la ridícula visión del mundo en la que hay que decidir a dedo quién debe ganar más y menos, también hay conservadores que se apuntan a este ordenamiento moral de los salarios. Es que, en el fondo, pocos pensamientos más conservadores se me ocurren, aunque emanen de la izquierda.

¿Por qué tanta polémica?

Muchas de las quejas contra el artículo de ‘El Mundo’ daban por hecho que el autor es una persona mayor que usa máquina de escribir a vapor, lleva bombín y se desplaza en biciclo. Pero nada más lejos. Además, es un redactor que se dedica a la información tecnológica. Por eso sorprende un poco que el periódico sí patine al contar que a Ibai le ven “tus hijos”. Yo no observé mala intención, la verdad, pero el streamer incluso interpretó el artículo como una advertencia dirigida a los padres.

Lo cierto es que el perfil de Ibai y otros canales congregan a espectadores de casi todas las edades, incluidos treintañeros, cuarentones y padres. Es que incluso hay streamers que son padres de cuarenta años. Y más mayores. El que relacione redes sociales o videojuegos exclusivamente con niños y adolescentes se está equivocando. No estamos en los ochenta o los noventa y muchos de los que empezamos a jugar en aquella época no hemos encontrado motivos para dejar de hacerlo o para dejar de ver cómo otros lo hacen.

Como decía, me sorprendió la airada reacción al artículo de ‘El Mundo’, porque en el texto por ninguna parte se dice o insinúa que sea malo ganar un millón de euros jugando al ordenador. La valoración positiva o negativa se la dejan hacer al lector. Entonces, ¿de dónde viene esta posición a la defensiva y el torrente de críticas de streamers y aficionados? Viene de esa negativa valoración generalizada (cada vez menos generalizada, por suerte) que sufren los youtubers y los streamers.

Normalidad, por favor

Hace algunos años los creadores de contenido solían ocultar sus beneficios y su ritmo de vida. A veces, incluso daban cifras absurdamente bajas cuando se les preguntaba cuánto ganaban. Por cierto, hace no tanto tiempo, preguntar a alguien por sus ingresos se consideraba de mala educación (y no se hacía casi nunca hasta que llegó Broncano). Si los youtubers no querían contestar, lo mejor habría sido decir que esa pregunta era una impertinencia. Aunque en España hay bastante gente que sigue viendo mal que otros ganen mucha pasta, por suerte, hoy muchos streamers ya enseñan, con todo lujo de detalles, sus buenas casas y sus deportivos de seis cifras. Y al que no le guste que no mire. Normalicemos.

Los futbolistas aguantan cientos de noticias y tertulias diarias hablando de ellos. Y una buena parte de esos contenidos tratan sobre sus contratos e ingresos. Todos los años se publican rankings de los deportistas (o cantantes o actores) mejor pagados, casi siempre también basados en estimaciones, y no se genera demasiada polémica y ninguno de los aludidos contesta cabreado. Todos sabemos que los mejores en cualquier actividad que despierte un interés masivo ganan mucho dinero. Y eso incluye a los streamers, youtubers, influencers y demás. Y creo que los creadores de contenido en internet deberían contribuir a que alcancemos una cierta normalidad no alimentando la polémica y evitando cualquier histerismo que no les hace ningún favor. Porque estas estimaciones de ingresos pueden estar algo desviadas, pero no creo que sean el problema. Qué más da que ganen un cuarenta por ciento más o menos. El problema es el temor que los streamers tienen a lo que cierta gente pueda pensar en un país donde la envidia es extendida ideología. Y por eso surge la respuesta cabreada de los aludidos, por el miedo a tener que aguantar a los pelmas que van a decir que no merecen ganar tanto dinero por hacer lo que hacen mientras un médico gana mucho menos. El problema no es el artículo de ‘El Mundo’, el problema es lo que va a pensar la gente. Desde luego, está claro que a algunos súper ricos nos cuesta aceptar que la gente cotillee y especule sobre nuestra escandalosa fortuna y belleza.

Humildad aparte, lo que sí me ha sorprendido es que esta vez la izquierda apenas haya hecho acto de presencia para criticar los altos ingresos de Ibai. No sé si ha sido porque el medio que publicaba la noticia era El Mundo o porque han madurado de repente y ya llevan bien que haya conciudadanos que tengan mucho más dinero que ellos. O tal vez han visto que no podían obtener beneficio alguno al meterse con personajes tan queridos por mucha gente como estos streamers. Incluso algunos medios progresistas (como El Plural) aprovecharon la ocasión para zurrarle a El Mundo. ¿Veremos pronto a esos mismos medios lloriqueando por el falseado problema de la desigualdad y los altos salarios de no sé quién?

En cualquier caso, es posible que toda esta polémica haya sido un pequeño avance. Porque cuando Pablo Iglesias, incurriendo en enormes contradicciones personales y políticas, después de empezar a ganar una pasta, dejó Vallecas y se fue a un buen chalet, cierta izquierda, de la noche a la mañana, comenzó a defender que no era ningún escándalo que alguien ganara cien mil euros anualmente. Ahora hemos subido otro escalón y parece que muchos progresistas aceptan con normalidad que alguien pueda, hipotéticamente, ganar un millón al año. Es fantástico. Me alegro de verdad y espero que lo creadores de contenido aprovechen para dejar de ruborizarse por ganar “una auténtica barbaridad”.

En fin, terminemos. España es una potencia mundial en streamers, el español es una de las lenguas más habladas del planeta y tenemos gente con talento de sobra. Y deberíamos estar orgullosos, igual que nos sentimos orgullosos de nuestros cocineros, nuestros futbolistas o nuestros súper columnistas. Y deberíamos preocuparnos de no exportar más creadores de contenido a Andorra por culpa de nuestros abusivos impuestos y nuestra pérdida continua de libertades (si no meto la cuña, me echan del periódico).

Le deseo a Ibai y a sus compañeros de profesión que entretengan, diviertan y hagan compañía a millones de personas muchos más años. Y que ganen mucha pasta y que nunca más les preocupe lo que alguien pueda pensar al respecto.

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