jueves, abril 25, 2024
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Elcano Uncharted

Hay que volver a mencionar algo que tiene que quedar muy claro. ¡La ficción es ficción! Y por eso nos gusta The Mandalorian y tengo una mini de Goku en mi escritorio. Pero no puedo menos que tener que comentar una película que, aun siendo de aventuras, aun estando basada en un videojuego, pese a entender la premisa inicial de que la ficción es ficción… ¡históricamente es un despropósito al nivel de la Sevilla que sale en Assassin’s Creed! Que también es como para darle de comer aparte. Pero me estoy refiriendo en este caso a Uncharted, con Tom Holland, Mark Wahlberg… y un Antonio Banderas al que se le ha tenido que pagar muy bien para hacer de miembro de la familia Moncada. Una familia tan rica y tan malvada que financió la expedición de Magallanes, la Inquisición española… ¡y a Franco! ¡Chupito! 

Como la cosa va fina, ya les prevengo: si quieren ver la película que está disponible en algunas plataformas, no sigan leyendo. Si la han visto, me darán ustedes la razón, espero. Al menos en las barrabasadas históricas que perpetra. Sobre la aventura en sí que plantea, no les digo nada. Soy de los que les gustó Jungle Cruise, y eso que los españoles conquistadores éramos los malos. Pero yo creo que era porque salía mi Emily Blunt y, claro, ¡uno no es de piedra y tiene sus debilidades! Pero esta peli no la salva ni el par de némesis femeninas, por muy de armas tomar (literal la expresión) que sean. La premisa inicial de la película tiene ya, para un español, motivo como para enarcar una ceja. El protagonista es un dignísimo heredero por vía directa de sangre de Sir Francis Drake. El pirata de época isabelina (Tudor, por supuesto), al que se le dio la del pulpo por parte de María Pita y resto de coruñeses, cuando vino gallito con su Contraarmada, que fue grande también, pero mucho menos felicísima que la que mandara Felipe II contra la pérfida Albión, y con resultados mucho más desastrosos que la que comandara Medina Sidonia. Pero no nos despistemos.

El caso es que se nota que lleva sangre de saqueador el vástago de Drake, pues será el prota, pero el prota es un ladrón de baja estofa por muy al elegante descuido que cometa sus hurtos. Ya le tenía echado el ojo desde jovenzuelo a un mapa que le cambiaría su vida: el primero donde sale dibujada América. No, no es el de Juan de la Cosa. Tampoco es el mapamundi de Waldseemüller, no se me vengan arriba. Es una cosa mú gonica y con colorines, donde además está pintada en plan Google Maps el itinerario completo de la primera vuelta al mundo. De la que en nada se cumplen los 500 años de su final. Por Fernando de Magallanes, como sabrán. Bueno, ¡como sabrán si vemos la cantidad de hagiografía que sobre el mencionado marino portugués naturalizado castellano puede encontrarse! Lo de un tal Juan Sebastián de Elcano ya saben que no toca, no vaya a ser que tengamos que conmemorar algo, como que fuera él quien la realizara, y el que tuvo la idea y las agallas para arrostrarla.

En este caso, en la película ya nos dicen que no. Porque este capitán de Magallanes a lo que iba no era a por las especias del Maluco… ¡sino a por oro! ¡Oro! ¡El oro de Magallanes! Porque ya sabrán que todo el siglo XVI fue una constante búsqueda de este vil metal por parte de los españoles, eso sí, cuando dejaban un ratito de genocidiar pueblos, qué digo, civilizaciones, ¡continentes enteros! No se sabía de qué estaban más ávidos, si de oro… ¡o de sangre! De hecho, volviendo al film de marras, a Elcano y a los supervivientes de la vuelta al mundo, que por cierto, no me digan por qué llegaron a Barcelona en vez de a Sevilla, les llaman «los infames 18» como si fuera una película de Robert Aldrich o de Sam Peckinpah. Y en la búsqueda por la web que hace el Drake de la peli, sale una página de la CNN donde se puede leer: «El oro de Magallanes perdido para siempre». De qué oro hablan, pues se lo digo. ¡Del que Elcano y su grupo salvaje escondió! Y cuyo secreto se pudo saber gracias a la tumba de Elcano en San Sebastián. Ya ya… Me dirán que Elcano murió en la expedición de García Jofre de Loaísa y que le lanzaron amortajado y con un peso a los pies en pleno Pacífico. Pero no andemos con remilgos tontos…

El caso es que todo es culpa de la avaricia de esa «pequeña banda de exploradores» como la llaman, aunque fuera inicialmente una pequeña escuadra de cinco naves y casi 240 hombres. No los doce del patíbulo en la balsa de la Medusa. Pero eso es lo de menos. Como que para el desarrollo de la aventura, los protagonistas han de llegar a una Barcelona donde la música de ambiente es flamenquito bueno, está construida sobre hectáreas de ruinas romanas casi a la vista sobre las que se asientan afters con raves a las que se llega por pasadizos que unen la catedral, y donde se ofician con naturalidad misas a medianoche (pues aquí somos muy devotos de Faulkner y de las misas a medianoche, faltara o faltase). Da igual que luego el tesoro esté en las Filipinas, en unos barcos de la época de pelucones y de Jack Sparrow (al que citan, por cierto con acierto, cuando se ponen al mando de una anacrónica rueda de timón de un barco de época pirata… pero no de la de Elcano), donde se alberga el mencionado oro en unos barriles con doble fondo («un viejo truco pirata», dice uno que se debe de creer que Elcano también fundó las tabernas de la Isla de Tortuga como si fuera la serie española a la que ya pusimos como chupa de dómine en su momento), desechando con asco lo que lo tapa… que es nada menos que clavo. Una especia de la que, si el barril ese estuviera de ello hasta arriba, no habría oro en todo el barco para pagarlo.

Da igual. Es una película. Es una ficción. Es aventura. Pero sigo sin entender el por qué se utiliza, no como excusa, sino como destrozo, la Historia de hechos que son ya de por sí una gran aventura para echar combustible a esa Leyenda Negra que parece un eterno sambenito en la memoria hispana, y sobre la que, seamos francos (¡con perdón!), apenas hemos hecho nada por defenderla desde nuestra cinematografía patria. ¡No nos extrañemos entonces cuando es de esta manera ultrajada en películas de aventuras! Divertidas. Pero patéticas e innecesariamente negrolegendarias. Otra ocasión perdida…

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