viernes, marzo 29, 2024
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El superhéroe como antihéroe

El otro día, mientras volvía a ver Braveheart, me acordé de una frase de Alain de Benoist: «Nuestro tiempo no gusta de héroes y prefiere víctimas». Creo que lo dijo por primera vez en una entrevista y, como tantas otras veces, lo dijo bien. Un tiempo así, claro, no puede parir verdaderos héroes y tiene que contentarse con los superhéroes, que simbolizan todo lo contrario. Porque el héroe, como explica Benoist, «es una figura trágica. Es un hombre que ha elegido vivir una vida gloriosa pero breve antes que una vida cómoda». Y, sobre todo, «es alguien que sabe que algún día tendrá que entregar su vida». Como Aquiles, como Sigfrido… como William Wallace.

Los héroes clásicos —pensaba yo mientras veía a Wallace empuñar la espada— encarnan valores atemporales, imperecederos, y en cierto modo viven como nos exhortó Aristóteles a hacerlo, esto es, «de acuerdo a los más excelente que hay en nosotros». Son un ejemplo para el resto, y por eso los poetas cantaron sus gestas. Pero nadie cantará las de Spiderman o las de Superman, pues ni siquiera son personas de carne y hueso. No son el mejor de todos nosotros porque no pueden serlo: son seres distintos cuyos poderes impiden humanizarlos.

Por eso, Superman y Wallace no son comparables. El primero no puede, como de hecho hace el segundo, rezar para afrontar con entereza una muerte que lo atemoriza. Wallace, luego de rechazar una pócima —una especie de analgésico— para hacer su tortura más llevadera, dice mirando al cielo: «I’m so afraid. Give me the strenght to die well«. Y lo dice porque quiere conservar su mente lúcida mientras lo torturan; porque quiere padecer y sentir; porque quiere, en fin, aguantar la mirada a la muerte. Pero él, que se sabe hombre, conoce —y reconoce— su debilidad. Es consciente de que sus fuerzas no son suficientes para afrontar con dignidad la tortura. Así, ofrece su sufrimiento por una causa mayor que él, se encomienda a Dios y termina acometiendo una empresa imposible para aquellos que creen que la muerte es el final y no el principio. E imposible, claro, para Superman, que es capaz de sobrevolar Manhattan y levantar un edificio con el dedo índice. 

De manera que, en esencia, podríamos reducirlo todo a una cosa: mientras que Superman se sostiene a sí mismo, a Wallace lo sostienen otros. Lo sostiene su familia, lo sostiene su patria y lo sostiene Dios; y eso es, precisamente, lo que lo convierte en un héroe al que recordar e imitar. Porque si algo nos regalan los héroes es un ejemplo de cómo afrontar los momentos difíciles. Y a nosotros, querido lector, nos ha tocado vivir uno. 

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