viernes, abril 19, 2024
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El órdago como herramienta en inteligencia, por Fernando Cocho

El Emboscado

Recién entrado el otoño, con el cambio horario, y un proceso de confinamiento selectivo o total según plazca a los intereses de quien mande o según el criterio “mejor” en cada momento. Quizás debiera decir para mayor gloria de los de siempre.

Por una vez, vamos a hacer jugar a los demás a lo que sabemos. En el archiconocido mus, siendo un verdadero juego de inteligencia, tenemos muy claras las pocas reglas que rigen el juego mismo. Reconozco mi pobre cultura en juegos de azar, entre otras cosas porque me enseñaron que el esfuerzo y la constancia superaban al azar para la consecución de un fin. Iluso de mí, durante tres décadas lo creí.

No, no se preocupe el lector, este Emboscado no quiere hablar del juego mismo, sino de lo que implica “jugar las cartas de la inteligencia” según sea el objetivo futuro (la prospectiva) que se plantea desde un punto inicial (las cartas o bazas que tienes). Se supone que todo juego de azar es aleatorio, no mira ni hace distingos entre cuna, sapiencia o necedad; algo ciertamente enervante cuando el destino de alguien o de una empresa, institución o país depende del azar y el capricho. Por eso, y por el principio psicológico del coste de oportunidad (lo que se pierde por no ejecutar ciertas acciones que se suponen “divergentes”), los juegos de azar y sobre todo los que se rigen por probabilidades tienen tanto éxito (recomiendo fervientemente el libro ‘Designing Casinos to Dominate the Competition’ de Bill Friedman). Y es aquí donde entra en lid nuestro juego de inteligencia por excelencia, el mus y su órdago. En un juego de azar se compite contra un escenario de probabilidades, supuestamente transparente, no intencionado, y que tiene un infinito de posibilidades, pero que en realidad tiene, según las variables que se usen, unas combinaciones determinadas, conocidas las cuales se pueden predecir o prevenir escenarios de riesgo. Por tanto, los juegos de azar y por tanto la Teoría de Juegos, que tanto ha dado que hablar, son escenarios virtuales que dependen de la suerte y de los elementos que la componen, a los que se les supone una intencionalidad de base racional. Pero en inteligencia hay otra forma de pensar, otra forma de actuar.

Pensar que el juego es sólo entretenimiento es de ilusos infantes. Nada más alejado de la verdad. Todo juego de azar está diseñado para que el jugador pase el mayor tiempo posible en el proceso y el menor tiempo en el resultado. Toda prospectiva está enmarcada en los indicadores que se ponen como axiomas o presupuestos lógicos; como todo juego está basado en la suposición de un comportamiento lógico y racional , y suponemos que un sujeto cumplirá con las normas. Pero parece que somos los únicos que jugamos honestamente, incluso contra nuestros intereses.

Pero el mus y el uso en inteligencia del órdago es otra cosa. El mus se juega en parejas, y requiere al menos de una comunidad de intereses tácitos entre dos personas, contra el interés
tácito de otras dos. Y como en inteligencia, no sabes a priori las cartas con las que jugarás ni las que tiene tu compañero, al que ligas el éxito de tu campaña, pero confías en él porque tiene tus mismos objetivos, y lo haces con miradas, señas y por tanto con un “inconsciente colectivo” que compartes con él. Lo has elegido por algo como pareja y te mantienes fiel por lo que os une, no por lo que dicen que os separa. A partir de entonces, comienza el juego. Las cartas no se controlan, tocan las que tocan, y gana el que mejor provecho saca a las mismas, no el que mejores cartas tiene (si es que de verdad no amañamos las mismas y nos hacemos trampas al solitario). La inteligencia es mus puro: dos parejas que deben ponerse de acuerdo en una estrategia, oponerla a la de otros, y culminarla en un tiempo, de una forma y en el que se cuenta con recursos medidos previamente. En el mus gana el que logra una secuencia de tres triunfos o partidas, constando a su vez cada triunfo de tres rondas u oportunidades de alinearse con su compañero y engañar a los contrarios. Eso sólo se logra dado nuestro “tamaño y recursos” con tareas colectivas, nunca individuales o cicateros.

Por tanto, “el ciclo inteligencia del mus” estriba en obtener información tácita, explicitarla, suponer que se va a ser engañado por el contrario y luchar por entenderse con su aliado de una forma en la que no sea detectado. En el imaginario colectivo se ve a la inteligencia como un “fenómeno negativo” porque se dice que manipula de forma torticera datos y personas en la consecución de unos intereses; pero, si miramos a los fenómenos que nos rodean últimamente en la política, en la economía… vamos a ver que todo es puro “juego de intereses” dónde por parejas (grupos de presión, lobbies, partidos políticos…) se intenta engañar sin que los otros impongan sus intereses. Al igual que en las cartas existen los faroles o se hacen órdagos, en inteligencia se hacen procesos de influencia, negociación que en inteligencia llamamos SOCINT; y en eso el mus es el rey de los juegos.

Cuanto antes nos demos cuenta del modelo de juego que usan nuestros contrarios, antes saldremos de nuestro particular “pozo de queja”. Así, la inteligencia económica nos dará frutos para mejorar la competitividad de nuestras empresas y productos; dejaremos de sufrir los procesos de influencia y manipulación de las potencias que se toman en serio las estrategias de inteligencia y empezaremos a hacerlos nosotros; dejaremos de perder talento en áreas como el mundo tecnológico que encadenan becas y contratos basura vendiéndose a otros países y empezaremos a ser exportadores de patentes propias; dejaremos el quijotismo y orgullo noventayochista y empezaremos a vivir de verdad la modernidad y el futuro; dejaremos de mirar hacia otro lado cuando por medro e interés personal nuestros compatriotas se venden al servicio de empresas e intereses extranjeros, para convertirnos en un poco más chovinistas…

En definitiva, jugaremos al mus, dejaremos de jugar a juegos alejados de nuestra identidad para imponer un modelo mental de inteligencia a la hispana, un modelo de mus y tareas colectivas antes que un modelo individualista como el póker. La verdadera revolución vendrá de un órdago a la grande, a chicas y a pares… vendrá cuando nos sacudamos a los salvapatrias con la mano en bolsillos ajenos, a los melindres de galones en salones del XIX, al político populista y de grandes discursos emotivos, y que sea sustituido por políticos apoyados en la capacidad de nuestra tecnocracia.

Al fin y al cabo nuestra gente es inteligente, nuestras empresas lo tienen que ser y de la necesidad se hace virtud. Ahora es el momento de que las cartas vengan como vengan nos valgan para servir a los propios y no a los ajenos. Juguemos al mus y empecemos a ganar.

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